Mundial 2022: Qatar busca salir de las sombras tras años de agitación regional
La política y las ambiciones del pequeño reino han atraído tanto la atención internacional como la ira regional
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DUBAI.– La organización de la Copa Mundial de Fútbol supone un punto álgido en los esfuerzos de Qatar por salir de la sombra de sus vecinos más grandes en el resto de Medio Oriente, donde su política y sus ambiciones emergentes han atraído tanto la atención internacional como la ira regional.
El camino hacia el torneo –y la creciente importancia de Qatar en la escena mundial– se ha visto impulsado por el hecho de que el país se ha convertido en uno de los principales exportadores de gas natural. Esa nueva riqueza ha permitido construir los estadios que los aficionados llenarán para el torneo, ha creado la cadena de noticias más reconocida del mundo árabe, Al Jazeera, y ha posibilitado el acercamiento diplomático de Doha al resto del mundo.
Pero ese ascenso no ha estado exento de intrigas. Un golpe de estado en 1995 instaló a un gobernante más firme en el país, que utilizó la riqueza de Qatar para respaldar a los islamistas que surgieron con más fuerza en las protestas de la Primavera Árabe de 2011, las mismas figuras que sus colegas líderes de los países árabes del Golfo consideraban una amenaza para su gobierno. Un boicot de un año a Qatar por parte de cuatro naciones árabes que comenzó en 2017 estuvo a punto de desencadenar una guerra.
Y aunque las tensiones manifiestas han disminuido en la región, es probable que Qatar espere que la Copa del Mundo sirva para reforzar su posición mientras equilibra sus relaciones con el exterior para protegerse de cualquier peligro para el país en el futuro.
“Saben que existen estas amenazas potenciales; saben que son muy vulnerables”, dijo Gerd Nonneman, profesor de relaciones internacionales y estudios árabes del Golfo en la Universidad de Georgetown en Qatar. “Todo lo que puedan hacer para tener una red internacional de, si no aliados, al menos un elemento simpatizante, lo harán”.
Qatar, un poco más grande que Jamaica o apenas más pequeño que el estado norteamericano de Connecticut, es una nación peninsular que sobresale en el Golfo Pérsico como un pulgar. Sólo comparte una frontera de 60 kilómetros con Arabia Saudita, una nación 185 veces mayor, y se encuentra justo al otro lado del Golfo, frente a Irán.
Riqueza
A través de su fondo soberano, Qatar posee los famosos almacenes Harrods de Londres, el club de fútbol París Saint-Germain y miles de millones de dólares en bienes inmuebles en Nueva York. Esa riqueza procede de sus ventas de gas natural licuado a través de un yacimiento en alta mar que comparte con Irán, la mayor parte de la cual se destina a naciones asiáticas como China, la India, Japón y Corea del Sur.
Esta riqueza comenzó a fluir en 1997, justo después de dos importantes acontecimientos que sacudieron a Qatar. El primero, la invasión de Kuwait por parte de Irak en 1990 y la posterior Guerra del Golfo de 1991, hizo que Doha y otras naciones árabes del Golfo se dieran cuenta de la necesidad de una presencia militar estadounidense a largo plazo como protección, señaló Kristian Ulrichsen, investigador del Instituto Baker de la Universidad Rice.
Qatar construyó su enorme Base Aérea de Al-Udeid, que alberga a unos 8000 soldados estadounidenses y es hoy el cuartel general avanzado del Mando Central del ejército de Estados Unidos.
El segundo acontecimiento que sacudió a Qatar tuvo lugar en 1995, cuando el jeque Hamad bin Khalifa Al Thani tomó el poder en un golpe de estado incruento de su padre, que estaba en Suiza. Más tarde, el jeque Hamad sofocó un intento de golpe de Estado de su primo en 1996.
Bajo el mandato del jeque Hamad y con mucho dinero, Qatar creó Al Jazeera, el canal de noticias por satélite que se hizo mundialmente conocido por emitir declaraciones del líder de Al-Qaeda, Osama bin Laden. Estados Unidos arremetió contra el canal tras la invasión de Irak liderada por Estados Unidos en 2003, aunque por primera vez proporcionó al mundo árabe algo más que una tibia televisión controlada por el Estado.
Primavera árabe y boicot
En diciembre de 2010, Qatar ganó su candidatura para organizar la Copa Mundial de la FIFA de 2022. Apenas dos semanas después, un frutero tunecino se prendió fuego en señal de protesta y acabó muriendo por las quemaduras, encendiendo la mecha de lo que se convirtió en la Primavera Árabe de 2011.
Para Qatar, marcó un momento crucial. El país redobló su apoyo a los islamistas de toda la región, incluido Mohamed Morsi, de la Hermandad Musulmana, que sería elegido presidente en Egipto tras la caída del viejo autócrata Hosni Mubarak. Doha aportó dinero a los grupos sirios que se oponían al gobierno de Bashar al-Assad, y parte de la financiación se destinó a los que Estados Unidos calificó posteriormente de extremistas, como el grupo Estado Islámico.
Qatar ha negado durante mucho tiempo la financiación de extremistas, aunque mantiene relaciones con el grupo militante palestino Hamas, que gobierna la Franja de Gaza, y trabaja como interlocutor con Israel. Pero los analistas dicen que se ha reconocido que las cosas pueden haber ido demasiado rápido.
“Se dieron cuenta de que habían arriesgado demasiado pronto... y empezaron a recalibrarlo”, dijo Nonneman.
La Primavera Árabe pronto se convirtió en un invierno. Una contrarrevolución en Egipto, apoyada por otros estados árabes del Golfo, vio la instalación del general militar convertido en presidente Abdel Fattah el-Sisi en julio de 2013.
Poco más de una semana antes, el jeque Tamim bin Hamad Al Thani, hijo del jeque Hamad, asumió el poder en Qatar, en un reconocimiento de la propia familia gobernante de que era necesario un cambio generacional.
Sin embargo, los países árabes del Golfo siguen enojados. Una disputa en 2014 sobre el apoyo de Qatar a los islamistas hizo que Bahrein, Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos retiraran a sus embajadores, para volver a traerlos ocho meses después.
Pero en 2017, tras la visita del entonces presidente Donald Trump a Arabia Saudita, esas tres naciones y Egipto iniciaron un boicot de un año a Qatar, cerrando el tráfico aéreo y cortando los lazos económicos, incluso mientras continuaba la construcción de los estadios.
Las cosas se pusieron tan tensas que el difunto gobernante de Kuwait, el jeque Sabah Al Ahmad Al Sabah, que en su momento medió en la disputa, sugirió que la “acción militar” en un momento dado era una posibilidad, sin dar más detalles.
La disputa terminó cuando el presidente Joe Biden estaba a punto de tomar posesión de su cargo, aunque las tensiones regionales persisten. Sin embargo, Qatar se ha encontrado acogiendo negociaciones entre funcionarios estadounidenses y los talibanes, además de ayudar a la retirada de Estados Unidos de Afganistán. La guerra de Rusia contra Ucrania ha hecho que los líderes europeos acudan a Doha, con la esperanza de obtener más gas natural.
“Vuelven a ser el centro de atención”, dijo Ulrichsen. “Les da un asiento en la mesa cuando se toman decisiones”.
Por John Gambrell
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