Mucho más que el entusiasmo los jóvenes
RÍO DE JANEIRO.- ¿Las jornadas en Río fueron algo más que entusiasmo juvenil? Alguno pudo haber formulado esta pregunta, que en principio me resulta un poco torcida, por no decir retorcida. Como si el entusiasmo fuera poca cosa y no suficiente para juzgar algo como importante.
Atendamos el origen griego de la palabra "entusiasmo": "el que lleva un dios adentro". Qué curioso, justamente en un encuentro de fe, lo que se destaca es esta sensación incontenible de expresar la alegría entre pares, no solo por edad, sino especialmente por las convicciones y experiencias.
Esto sólo por sí mismo es suficiente para valorar lo que acaba de acontecer en Río. En tiempos de apatía y cierto desinterés, en momentos en que tanto cuesta la movilización, éste es un evento llamativo. Cientos de miles de jóvenes se dan cita haciendo largos viajes para representar a sus países, transportando en sus jóvenes humanidades sus nacionalidades, sus creencias. He podido conversar con un peregrino africano que tuvo que caminar 20 kilómetros junto con tres amigos hasta encontrarse con un pequeño grupo parroquial para viajar. Otra peregrina a quien su novio la trasladó dos horas en un bote para el mismo lugar. Desde rincones insospechados y lugares más conocidos se han sentido llamados. Y respondieron.
Pero miremos a los más de 40.000 jóvenes que viajaron desde la Argentina. ¿Qué los mueve? ¿El papa argentino? Si pensamos que ésa es la motivación más fuerte, nos perdemos en una nube de humo. La gran mayoría de ellos ya tenía decidida y realizada su inscripción antes del 13 de marzo. Sin embargo, la elección de Francisco ha suscitado un entusiasmo maravilloso.
Con respecto a su viaje para participar de la Jornada Mundial de la Juventud, el papa Francisco dijo en el santuario de Aparecida el miércoles pasado: "También yo vengo a llamar a la puerta de la casa de María, que amó a Jesús y lo educó, para que nos ayude a todos nosotros, pastores del pueblo de Dios, padres y educadores, a transmitir a nuestros jóvenes los valores que los hagan artífices de una nación y de un mundo más justos, solidarios y fraternos. Para ello quisiera señalar tres sencillas actitudes: mantener la esperanza, dejarse sorprender por Dios y vivir con alegría".
En los meses anteriores tuve oportunidad de conversar bastante con los jóvenes de mi diócesis y en estos días con quienes vienen de diversos lugares de nuestra patria. Estar en Río les significó un gran esfuerzo a ellos y sus familias: rifas, ferias de platos, venta de locro, tortas fritas... Unos cuántos dejaron sus vacaciones en el trabajo para estos días.
Entre los jóvenes se dan también diferentes etapas en el camino de la fe. Están quienes siguen con claridad a Jesús, diciendo como San Pablo: "Me amó y se entregó a la muerte por mí", y están dispuestos a lo que sea por amor al Maestro. Otros sienten que no tienen una fe a toda prueba (¿quién la tiene?) y se reconocen con algunas incoherencias, pero intuyen con claridad que aquí hay algo "grosso".
Pero entre ellos hay algo en común: el deseo de compartir la alegría de la fe, el gozo de ser Iglesia, de pertenecer a ella, aun con sus "arrugas y manchas", que reconocen y en muchos casos también padecen. Ante esas incoherencias no tienen la actitud de quien mira desde afuera o espera tiempos mejores para implicarse. Saben que aun no siendo causa del problema, sí son parte de la solución. No les gusta escuchar que son el futuro de la Iglesia, porque eso los ubica en el banco de los suplentes; se reconocen protagonistas también del presente.
Por eso, además de entusiasmo, hay insatisfacción y búsqueda de renovación en la Iglesia y en la sociedad. No son conformistas, quieren algo nuevo. Los adultos tenemos que escuchar, discernir, acompañar. Si no damos cabida a estas búsquedas de los jóvenes, podemos malograr un nuevo Pentecostés que Dios quiere regalarnos en este inicio del tercer milenio cristiano.
Francisco nos "tiró líneas" en Río de Janeiro. A los obispos, sacerdotes, diáconos, seminaristas y consagrados con quienes compartió una misa anteayer nos pidió acompañar a los jóvenes y dedicar tiempo a escucharlos, nos alentó en la fidelidad a la vocación y en ser memoriosos de ese llamado. A los líderes y a la sociedad civil les marcó el antagonismo entre la cultura del encuentro que es posible de ser propuesta vs. la cultura del descarte, y los animó a rehabilitar la política como la forma más alta de la caridad y a vivir en humildad social. En su encuentro con los obispos de Brasil puso el acento en la necesidad de reactivar el concepto de sinodalidad-colegialidad del gobierno de las Iglesias particulares y la Iglesia universal. Y a los jóvenes les pidió que "hagan lío" y no "tomen licuado de fe".
Si les damos lugar a estos 40.000 jóvenes, podemos tener en la Argentina una Iglesia renovada y una patria con justicia y solidaridad. Si no, habremos desaprovechado nuevamente una oportunidad privilegiada.
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