Movilizada, Bangui salió por un día del olvido
La capital de la República Centroafricana, golpeada por la guerra, recibió como un bálsamo la llegada del Papa
BANGUI.- Soldados con cascos y chalecos antibalas, blindados en cada esquina de una ciudad con pocas calles asfaltadas, casas bajas, muchas de chapa o madera, alambrados de púa, bloques de cemento. El Papa llegó ayer verdaderamente a una zona de guerra. Y eso se sabía, tanto es así que hasta último momento su viaje estuvo en duda. "Incluso ayer había gente que creía que el Papa no iba a venir por la situación", admitió Nestor Desiré Nongo Ezedi, obispo de la República Centroafricana.
Lo que sí sorprendió y conmovió fue la recepción triunfal que tuvo el Papa, cuya presencia en esta zona de riesgo, todo un gesto, enseguida tuvo un efecto balsámico. "Hoy, para nosotros, con la presencia del papa Francisco, que tuvo la valentía de venir hasta aquí, termina la guerra", era la frase que reiteraban, eufóricos, muchos centroafricanos. Para recibir al huésped ilustre que por un día hizo que la República Centroafricana dejara de ser olvidada por el mundo, miles se volcaron a las polvorientas y míseras calles de Bangui, donde el Papa por primera vez en su gira africana sintió un calor tórrido.
Luego de una ceremonia de bienvenida de bajo perfil en un aeropuerto blindado -había fuerzas de la ONU con cascos azules de distintos países y armas largas, gendarmes, todos hablando en una babel de idiomas-, el Papa tuvo un inesperado baño de multitud. En el trayecto de cinco kilómetros que recorrió en papamóvil hasta el Palacio Presidencial, un edificio colonial venido a menos, una marea de gente le dio una bienvenida conmovedora.
Mientras las mujeres lanzaban su clásico ulular de alegría, jóvenes, hombres, chicos, agitaban palmas -como si se tratara del ingreso de Jesús a Jerusalén- y tiraban papelitos. A diferencia de los otros dos países africanos visitados por el Papa, Kenya y Uganda, no abundaban las banderitas vaticanas, sino que más bien se veía un merchandising más "casero", como las mitras de papel que se vendían como pan caliente. Por evidentes motivos de seguridad, el papamóvil iba rápido. Pero eso no desalentaba a la gente.
"La presencia del Papa trae alegría, esperanza de que haya un cambio. Es muy triste lo que estamos viviendo", dijo a LA NACION Ornella Mavoungo, de 26 años, separada, que contó que tiene un hijo de dos años que está traumatizado con la guerra civil que reina aquí desde 2013. "Es tremendo lo que pasa, muy triste. Y mi bebe, que desde que nació escucha tiroteos, disparos, historias de gente muerta a machetazos, lo vive muy mal", contó. Aunque uno llega a esta capital que a las seis de la tarde se paraliza porque hay toque de queda, con la idea de que aquí hay un conflicto religioso, las cosas no parecen ser tan así.
"Vivimos aterrados por las milicias de los seleka [musulmanes] y antibalaka [cristianos], pero son ambos simplemente unos bandidos", señala Ornella, que es católica. "Éste no es un conflicto de religión. Los musulmanes y los cristianos siempre vivimos muy bien juntos. Lo que pasó aquí tiene causas políticas y económicas. Ojalá la visita del Papa marque un cambio y por fin llegue la paz", dijo esta empleada en una tienda de telecomunicaciones.
Fiel reflejo de la buena convivencia que solía haber entre cristianos y musulmanes en esta ex colonia francesa, Ornella contó que su misma familia es mitad cristiana y mitad musulmana. "Pero ahora estamos divididos", lamenta. Su familia, de hecho, quedó aislada en el denominado barrio del kilómetro 5 o PK5, donde se levanta la mezquita que hoy visitará el Papa. "Mis tíos y mis sobrinos están ahí. No pueden salir, es como un enclave, porque si tratan de escaparse los seleka los matan. Viven sin agua, sin electricidad, no tienen comida. Lo sabemos porque hablamos por teléfono con ellos. Es terrible", contó.
Su amiga Valentina Apekabou, que buscaba desesperadamente entradas para ir a la misa que hoy celebrará el Papa en un estadio, antes de emprender el regreso a Roma, coincidió. "Yo también tengo amigos musulmanes que ahora no puedo ver. En mi barrio destruyeron dos mezquitas y se fueron todos los musulmanes", contó.
"Es muy triste lo que está pasando, vivimos con miedo a que nos asalten y nos maten en cualquier momento -agregó-, pero la visita del Papa, que habló de amor, de perdón, de reconciliación, nos da esperanza de que pueda haber un cambio."
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