Entre insultos de "hombre cohete" y "viejo gagá", Donald Trump y Kim Jong-un fueron los protagonistas del drama nuclear de Corea del Norte que cautivó al mundo en 2017. Con personajes de semejante peso es fácil olvidar a quien dirigió en silencio la trama de la reconciliación entre las dos Coreas este año.
El mérito es de el presidente de Corea del Sur, Moon Jae-in, un político de voz suave e ideas progresistas de 65 años, que logró lo que sus predecesores no pudieron: acercar como nunca a la corea comunista y a la capitalista para poder en un futuro firmar la paz y negociar la desnuclearización de la península.
Aún no hay una paz sellada en la península coreana, que se rige por el armisticio de 1953. Pero sí hay avances: para alivio de sus vecinos, los misiles norcoreanos ya no sobrevuelan la región, Kim y Moon se reunieron dos veces y los insultos entre el líder norcoreano y Trump frenaron desde el encuentro entre ambos líderes, en junio pasado.
Fue Moon quien orquestó aquella histórica cumbre y el que hizo todo lo posible para darle el crédito a Trump. Sus avances diplomáticos sorprendieron a la derecha surcoreana que se burló del político cuando asumió en mayo de 2017 con la promesa de lograr la desnuclearización de Corea del Norte.
Pero quienes lo conocen saben que lograr paz es el sueño de su vida. La relaciones entre las dos Coreas marcaron desde temprano la vida de Moon. Sus padres huyeron del Norte durante la guerra y él nació en 1953 en un centro de refugiados en la diminuta isla de Geoje antes de que su familia se asentara en la ciudad costera de Busan.
Moon creció en un entorno humilde, y con mucho esfuerzo pudo entrar en 1972 en la prestigiosa Universidad de Seúl para estudiar Derecho. Tres años más tarde, en plena dictadura de Park Chung-hye, su activismo le costó un breve periodo de cárcel.
Cuando quedó libre fue reclutado como conscripto en el ejército. Dueño al fin de su destino, puso un estudio jurídico especializado en derechos humanos junto con su amigo Roh Moo-hyun, que terminaría presidiendo el país entre 2003 y 2008, y quien lo inició en política.
Tras ser jefe de Gabinete y legislador, en 2012 se presentó en las elecciones presidenciales. Perdió contra la candidata conservadora Park Geun-hye, hija del dictador que lo había encarcelado décadas atrás, pero su revancha llegaría en 2016 tras la destitución de la mandataria por corrupción.
Un año después, Moon arrasó en las urnas más por sus promesas de mitigar las desigualdades sociales y acabar con la corrupción que por su visión de cómo solucionar el problema con su vecina del Norte. Fue, sin embargo, esto último lo que le dio impulso a su popularidad, que alcanzó el 65% tras el encuentro con Kim.
Hoy, por la desaceleración de la economía, su imagen cayó al 48%. También recibe críticas por enfocarse más en la reconciliación que en solucionar el desempleo juvenil. El tiempo parece agotarse para Moon, pero no su paciencia. Obstinado en conseguir la paz, quiere estrechar la mano de Kim en Seúl y planea una segunda cumbre entre el líder norcoreano y Trump. Estos pasos, opinan los analistas, son solo el comienzo. Al presidente que apostó por la diplomacia para evitar una crisis global le esperan desafíos aún más difíciles.
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