Mohammed preocupado: el polémico príncipe saudita mira con recelo los cambios en la Casa Blanca
RIAD.- Mientras las cancillerías de la mayoría de países suspiraban el pasado 3 de noviembre por una victoria de Joe Biden, en los palacios de Riad lo hacían por la reelección de Donald Trump. El príncipe heredero Mohammed ben Salman, hombre fuerte del régimen saudita por la delicada salud de su padre, tenía sobrados motivos para hacerlo.
La tibia reacción de Washington tras el escándalo internacional por el asesinato del opositor saudita Jamal Khashogi, muy probablemente ordenado por el propio Mohammed, le fue de gran ayuda para capear el temporal. En cambio, el entonces aspirante Joe Biden pidió un cambio profundo en la relación con un aliado tradicional y poco después de instalarse en la Casa Blanca, ya ha enviado algunas señales en este sentido.
En su primer discurso sobre política exterior Biden anunció el fin del apoyo a la “operaciones ofensivas” saudita en Yemen, una guerra que definió como “una catástrofe humanitaria y estratégica” y cuyo arquitecto fue el príncipe heredero, conocido como MBS. Desde el inicio de las hostilidades, Washington había apoyado con armamento e inteligencia el esfuerzo bélico saudita. Para contribuir a la búsqueda de la paz, Biden nombró Timothy Lenderking como enviado al país árabe.
Además, la semana pasada, el gobierno estadounidense ya había anunciado una revisión de los contratos para la venta de armamento firmados en los estertores de la presidencia Trump con Arabia Saudita y los Emiratos Árabes, las dos petromonarquías del Golfo Pérsico que constituyen uno de los principales ejes políticos de Medio Oriente. En concreto, se trata de la adquisición de 50 cazabombarderos F-35 y 18 drones Reaper valorados en cerca de 23.000 millones de dólares por parte de Abu Dabi y otros 480 millones en proyectiles de precisión para Riad. Esta última transacción ha quedado suspendida.
Por todo ello, la elección de Joe Biden ha suscitado recelos entre los dirigentes de Emiratos y sobre todo de Arabia Saudita, que ya mantuvieron una tensa relación con la administración Obama por la firma del acuerdo nuclear con Irán y por haber propulsado las primaveras árabes dejando caer el régimen de Hosni Mubarak en Egipto.
Esta actitud desconfiada es la que ha predominado en los medios de estos dos países, que suelen reflejar fielmente la opinión de sus gobiernos. “Hay un nuevo camino a recorrer, no un simple retorno al ya andado por los demócratas antes”, sugería el diario Gulf News en una velada referencia a la presidencia Obama.
Sin embargo, Cinzia Bianco, analista del Council on Foreign Relations, establece una diferencia entre la suerte de ambos países: “Los Emiratos hace tiempo que trabajan para mejorar su imagen en Washington, presentándose como moderados, rebajando el perfil de su intervención en la guerra del Yemen o firmando los acuerdos de normalización con Israel. En cambio, la relación con Riad se ha convertido en una cuestión partidista, se le asocia con Trump. Habrá un escrutinio más estricto por el Congreso demócrata y la sociedad civil“.
De hecho, varios congresistas aplaudieron con entusiasmo la suspensión de la exportación de armas a Arabia Saudita, que vinculan directamente con la guerra de Yemen. “Esto marca el final de la ambivalencia de Estados Unidos hacia el inadmisible sufrimiento en Yemen. Ya no apaciguaremos dictadores brutales debido a ganancias personales”, escribió en su cuenta de twitter la congresista demócrata Ro Khanna.
Mientras Bianco prevé que Riad dejará de ser un “aliado central” en la estrategia de Washington en Medio Oriente, Ali Ahmed, director del think tank Gulf Institute, se muestra mucho más escéptico. “Habrá un cambio a nivel de retórica, pero los intereses son los mismos. Y Estados Unidos se mueve sólo por intereses. Dudo mucho que haya un cambio sustancial en las políticas”, afirma en una entrevista telefónica.
Y como argumento, señala el hecho de que el nuevo secretario de Estado, Anthony Blinken, dijera durante su proceso de confirmación en el Senado que “consultaría” a Israel y los aliados del Golfo Pérsico antes de volver a firmar un acuerdo nuclear con Teherán.
“Blinken ha sido siempre un defensor de Israel y apoya los acuerdos de normalización firmados por algunos países árabes bajo el patrocinio de Trump”, sostiene Ahmed, un disidente saudita, dando a entender que las presiones israelíes evitarán cualquier tipo de castigo riguroso a MBS. A pesar de la naturaleza ultraconservadora de la monarquía saudita, su hostilidad hacia Irán la ha convertido en una aliada de Israel.
Biden hizo campaña defendiendo un retorno al pacto nuclear con Irán, pero un nuevo entendimiento se presenta ahora como un camino plagado de minas. Mientras Washington insta a Teherán a cumplir primero los compromisos incluidos en el acuerdo, moderando el enriquecimiento de uranio en sus centrales y permitiendo la visita de los inspectores de la ONU, el régimen de los ayatollahs exige a Biden que retire antes las sanciones económicas que estrangulan su economía.
Además, por su parte, los republicanos presionan para que el nuevo acuerdo incluya también límites al programa balístico iraní y el fin de su apoyo a diversas milicias rebeldes en la región, una condición inadmisible para el régimen iraní.
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