Misterio en las altas cumbres: murió un legendario alpinista ruso al deslizarse su carpa cerca de una cumbre icónica
Dimitri Golovchenko falleció en su intento de hacer cumbre en el Gasherbrum IV (7925 metros); su compañero en el ascenso, Sergei Nilov, que sobrevivió, explicó algunas circunstancias de la tragedia
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MADRID.- “Sergei, me estoy cayendo”. Las últimas palabras de Dimitri Golovchenko no fueron una exclamación de pánico, tampoco un grito de aviso desesperado… apenas fue una gélida constatación: caía hacia su muerte, asumiéndola con la serenidad del que sabe que solo un detalle estúpido podría aniquilarlo.
“Sergei, me estoy cayendo”, resuena una y otra y otra vez en la mente embotada de Sergei Nilov, que sobrevivió, pero considera -varado a 7684 metros de altitud, sentado sobre una cuerda sin apenas ropa de abrigo y en mitad de la noche- que quizá esté muerto también y no quiera asumirlo.
Anna Piunnova, directora de Mountain.ru, el portal ruso de noticias del mundo de alpinismo, no faltó a su palabra y, tras entrevistarse con Nilov, publicó ayer un resumen de los hechos que terminaron con la vida del legendario Golovchenko mientras ambos abrían una nueva ruta en la arista sudeste del Gasherbrum IV (7925 metros). Y estos fueron tan rocambolescos que cuesta asimilar tanta desgracia.
Por ello, Piunnova implora que nadie juzgue ni especule con lo ocurrido, que se respete el discurso y se asuman los hechos, irreversibles. Y, recuerda la periodista, que Golovchenko tenía una hija de seis meses, Masha, y otra de 12 años, Olya.
Golovchenko y Nilov empezaron la apertura de su nuevo itinerario el 21 de agosto, soportando fuertes vientos y nevadas. También noches sentados en minúsculas repisas, temblando, bien pegados el uno al otro para compartir algo de calor. Nunca anunciaron intención alguna de abandonar.
Así, avanzando a tientas, racionando el gas para derretir la nieve y su comida, alcanzaron los 7684 metros de altitud, bien cerca ya de la cima. Allí, en un minúsculo collado sobre un corredor de nieve, plantaron su carpa, lograron fijar una cuerda de seguridad en la roca y se ataron a ella mientras tomaban té en el interior y se preparaban para dormir.
Pero pronto comprobaron que su habitáculo carecía de estabilidad y amenazaba con resbalar ladera abajo. Nilov salió para intentar mejorar su situación añadiendo nieve y piedras bajo la lona para fabricar una plataforma más ancha y estable. Era el 31 de agosto. Una vez en el exterior, volvió a atarse a la cuerda de seguridad, realizó un nudo y se la envió a su amigo para que éste se anclara igualmente mientras recogía los enseres del interior para no perder ninguna pieza de su valioso material. No tuvo tiempo. En un parpadeo, la tienda basculó bajo el peso de su ocupante y se deslizó imparable ladera abajo. Donde antes había una carpa no quedaba otra cosa que una cuerda de seguridad. Y un vacío de incomprensión y angustia.
El amanecer puso en marcha a Nilov, ataviado únicamente con su primera capa de ropa. Decidió rapelar por la línea de caída de su amigo y fue encontrando restos de material que le salvaron la vida. Realizó 15 rápeles sufriendo un calvario para crear anclajes sólidos (sin apenas material) donde pasar la cuerda. Encontró una bolsa de dormir, durmió en cuevas excavadas en la nieve, no comió (las aves se lo llevaron todo) y no pudo beber porque aunque encontró el hornillo; estaba destrozado.
También encontró en el glaciar los restos de su amigo, los envolvió en la tela de la carpa y siguió su camino hacia el campo base, que alcanzó cinco días después del accidente. Es un milagro que siga vivo.
Ascenso épico
Los grandes alpinistas, como Golovchenko, rara vez mueren en pleno gesto de escalar. Saben no caerse. Saben extremar el cuidado. Saben sobrevivir. Pero no saben predecir cuándo se acabará su cuota de fortuna. No saben dónde les espera, si es que les aguarda, una roca certera en la cabeza, una cornisa que se rompe, una grieta, un detalle que hace que todo cambie para siempre cuando nadie lo espera.
En 2019, tras sobrevivir a un ascenso y descenso épico del Jannu (7710 metros), Golovchenko explicó que renunciaron a la cima porque “hubiera sido peligroso y no deseábamos exponernos más”.
“Tenemos una vida fuera de las montañas: Sergei tiene cuatro hijos, yo una y quiero otra. Nuestras familias nos necesitan vivos y con salud… así que mantuvimos la lucidez y pasamos de la cima”, contó.
Nilov y Golovchenko escalaban juntos desde siempre y su dureza era ya legendaria. Siempre elegían retos de enorme dificultad y compromiso en lugares donde no podían esperar ayuda del exterior: así ganaron su primer Piolet de Oro en 2012, tras firmar el primer ascenso de la arista nordeste de la Torre Muztagh (7276 metros) formando cordada con Alex Lange.
Y repitieron galardón en 2016, luego de abrir una nueva ruta en la cara norte del Thalay Sagar (6904 metros) junto a Dimitri Grigoriev. Ninguno de los dos era profesional del alpinismo y siempre viajaban rascándose los bolsillos y con escasos apoyos. Eran alpinistas y aventureros auténticos, sin imposturas, sin paseos por Instagram ni proyectores iluminando su camino. Tan solo una pasión infinita por vivir una vida a su medida.
Óscar Gogorza
El País, SL
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