Misión imposible: descubrir a un terrorista
Cada vez hay menos respuestas para desenmascarar a los potenciales radicales
WASHINGTON.- Los hermanos que perpetraron los atentados suicidas de la semana pasada en Bruselas tenían un extenso y violento prontuario criminal y eran considerados internacionalmente potenciales terroristas. Pero uno de los atacantes del año pasado en San Bernardino, California, era un inspector de salud del condado que llevaba una vida suburbana de aparente normalidad.
¿Qué es lo que vuelca a una persona hacia la violencia? ¿Esas personas son recuperables para la sociedad? Ésas son las preguntas que desde hace generaciones desconciertan a los gobiernos y que han cobrado acuciante vigencia con el ascenso de Estado Islámico y la seguidilla de atentados en Europa y Estados Unidos.
"A pesar de todo el financiamiento y de la profusión de publicaciones académicas al respecto, con cada nuevo atentado nos damos cuenta de que no hemos avanzado nada en responder la pregunta original sobre lo que hace que alguien opte por la violencia", escribió Marc Sageman, psicólogo y asesor del gobierno norteamericano.
Cuando los investigadores logran llegar a una respuesta plausible, el gobierno suele desdeñarla. Poco después de los ataques del 11 de Septiembre, por ejemplo, Alan B. Krueger, un economista de Princeton, analizó la extendida presunción de que la pobreza era un factor clave en la aparición de nuevos terroristas. Krueger analizó cifras económicas, encuestas, información personal de terroristas y grupos de odio y no encontró relación alguna entre dificultades económicas y terrorismo.
Más de una década después, las fuerzas de la ley y grupos comunitarios con fondos estatales siguen considerando que los problemas económicos son indicadores de radicalización ideológica.
En 2011, cuando Barack Obama anunció planes para prevenir el terrorismo de origen local, los detalles fueron escasos, pero la promesa fue clara: la Casa Blanca suministraría los indicadores de alarma para ayudar a los padres y líderes comunitarios a detectar casos potenciales.
"Serán las propias comunidades las que reconocerán los comportamientos anormales", dijo Denis McDonough, subasesor en seguridad nacional de aquel entonces. Como ejemplo, el funcionario mencionó el ausentismo escolar, que según dijo podía ser indicador de posible participación en pandillas.
Pero en los años subsiguientes la lista de señales precursoras no se acotó demasiado. Por el contrario, la nebulosa científica da a entender que prácticamente cualquiera es un terrorista en potencia. Algunos estudios sugieren que es más probable que los terroristas sean educados y extrovertidos, mientras que otros dicen que los ermitaños con poca formación corren más riesgo.
Los investigadores también se quejan tanto del gobierno de Obama como del de Bush porque les preocupa que su afán investigativo termine siendo destilado en simples listas que arrojen una innecesaria sombra de sospecha sobre personas inocentes.
"Hay mucha demanda de eso, y las fuerzas policiales y los funcionarios están desesperados por una lista para salir a cazar", dice Clark R. McCauley Jr., profesor de psicología del Bryn Mawr College. Europa también enfrenta estos interrogantes, y tampoco tienen respuestas claras.
Investigar el terrorismo es sabidamente complicado. Implica contestar preguntas complejas, sobre quién califica como terrorista, como soldado, o simplemente como un rebelde. ¿Mandela? ¿Los suicidas palestinos? ¿Los talibanes? ¿Y los mujahidines afganos cuando los apoyaba la CIA?
Los investigadores no suelen tener acceso a los terroristas, y los métodos científicos, como los grupos de control, son infrecuentes. En 2005, Jeff Victoroff, psicólogo de la Universidad del Sur de California, concluyó que las principales investigaciones sobre terrorismo, en su mayoría, no pasan de ser teorías políticas y anécdotas.
Cuando el gobierno sí sugiere qué buscar, el origen de esa información suele ser incomprobable. Un informe de 2012 del Centro Nacional de Antiterrorismo, por ejemplo, declaró que la ansiedad, las necesidades personales insatisfechas, la frustración y el trauma ayudan a potenciar la radicalización. "No todos los individuos que se han radicalizado tenían necesidades personales insatisfechas, pero los que sí las tienen son más vulnerables a la radicalización", rezaba el documento, sin citar ninguna fuente.
En el condado de Montgomery, en los suburbios de Washington, una organización liderada por musulmanes llamada Worde cree tener la solución. El grupo ha suministrado una lista con signos de advertencia: depresión, trauma, apremios económicos y resentimiento político. Cualquiera que identifique estas señales en alguien puede llamar a Worde, que proporciona asesoría religiosa y psicológica. La efectividad del programa no está comprobada. Sin embargo, el gobierno considera que Worde puede ser un modelo a seguir y le ha otorgado US$ 500.000 en subsidios.
Faiza Patel, abogada del Centro Brennan para la Justicia, sigue siendo escéptica. Worde no ha divulgado sus protocolos de intervención ni sus métodos a la hora de evaluar, por ejemplo, el resentimiento político. Worde dice que, de divulgarse, esas herramientas podrían ser malinterpretadas con demasiada facilidad.
Traducción de Jaime Arrambide
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