Misiles, municiones y expertos en ciberguerra: el desafío de armar a Ucrania en tiempo récord
Estados Unidos y los aliados de la OTAN han hecho entrar al país 17.000 armas antitanques en 6 días y unidades soterradas del Cibercomando estadounidense, en una carrera contrarreloj ante la avanzada de las tropas rusas
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NUEVA YORK.- El descomunal Antonov AN-124 de la fuerza aérea de Ucrania, uno de los aviones de carga más grandes del mundo, está sobre la pista helada de la Base Aérea Amari, en el norte de Estonia, a la espera de que terminen de cargarlo con pallets de rifles, municiones y otros armamentos y pertrechos de guerra. La aeronave es una antigualla de la Guerra Fría, construida y comprada cuando Ucrania todavía era parte de la Unión Soviética.
Ahora el Antonov AN-124 es una de las aeronaves utilizadas en el “puente aéreo” establecido para hacer llegar toneladas de armas a las fuerzas ucranianas mientras las rutas aéreas sigan abiertas, según señalan funcionarios de Estados Unidos y Europa. En estos días, las escenas como esa —con reminiscencias del puente aéreo de Berlín, la célebre carrera de los aliados occidentales por mantener abastecida de productos esenciales a Berlín Occidental en 1948 y 1949, cuando la Unión Soviética buscó asfixiar la ciudad alemana—, se repiten en toda Europa.
En menos de una semana, Estados Unidos y la OTAN han hecho entrar a Ucrania más de 17.000 armas antitanques, incluidos misiles Javelin, que son descargados de inmensos aviones militares en Polonia y Rumania, donde cruzan la frontera y son transportados por tierra hasta Kiev y otras ciudades ucranianas. Hasta ahora las fuerzas rusas estuvieron tan ocupadas en otras partes de Ucrania que no han podido atacar las líneas de suministro armamentístico, pero esa situación no va a durar.
De todas formas, las armas son apenas la parte más visible de la contribución externa. Soterrados en bases esparcidas por toda Europa Oriental, hay equipos del Ciber comando de Estados Unidos que tienen la misión de interferir con las comunicaciones de las fuerzas rusas y contratacar sus ciberataques. Pero estimar la eficacia de estos equipos es muy difícil, según admiten los propios funcionarios norteamericanos.
De Washington a Berlín, los agentes de inteligencia trabajan contra reloj para emparejar las imágenes satelitales con las intercepciones electrónicas de las unidades militares rusas, extraer las pistas de cómo se desplazaron y reunieron, y transmitir esa información a las fuerzas ucranianas en medios de dos horas. Mientras intenta mantener a las fuerzas rusas afuera de Kiev, el presidente ucraniano Volodymyr Zelensky se desplaza con un equipo de comunicaciones encriptado que le suministraron los norteamericanos y a través del cual puede comunicarse de manera directa con el presidente Joe Biden sin temor al espionaje ruso. Zelensky usó ese dispositivo el sábado por la noche para su charla de 35 minutos con su par norteamericano para discutir de qué otra forma puede ayudar Estados Unidos a Ucrania sin enfrentarse de manera directa con las fuerzas rusas en el campo de batalla, los cielos ni el ciberespacio.
Zelensky agradeció la ayuda recibida hasta el momento, pero reiteró sus críticas ya públicas: que esa ayuda era insignificante frente al desafío por venir. El mandatario ucraniano reclamó la imposición de una zona de exclusión aérea sobre su país, un boicot total a las exportaciones de energía de Rusia, y un nuevo envío de cazabombarderos.
El equilibrio es delicado y Washington camina por la cuerda floja. El sábado, mientras el presidente Joe Biden se encontraba en Delaware, el jefe de su Consejo de Seguridad Nacional se pasó el día tratando de convencer a Polonia de que le transfiera a Ucrania una flota de viejos cazabombarderos Mikoyan MiG-29 de fabricación soviética, que los pilotos ucranianos ya saben volar. Pero Polonia supeditó el acuerdo a que Estados Unidos le entregue a cambio una flota de los mucho más modernos F-16 de fabricación norteamericana, una promesa difícil de cumplir ya que esos aviones están comprometidos para Taiwán, donde Estados Unidos tiene intereses estratégicos más importantes.
Los dirigentes polacos dicen que no hay acuerdo, y están claramente preocupados sobre cómo abastecer a los combatientes a Ucrania sin convertirse en el nuevo objetivo de los rusos. Estados Unidos dice que está abierto a la idea del intercambio de aviones.
“No puedo hablar de un cronograma, pero sí puedo decirles que lo estamos analizando muy, muy activamente”, dijo el domingo el secretario de Estado, Antony Blinken, durante un viaje que lo llevó a Moldavia, otro país que no pertenece a la OTAN y que según los funcionarios norteamericanos podría convertirse en el próximo objetivo en la lista negra del presidente Vladimir Putin para arrastrarlo nuevamente a la esfera de influencia de Moscú.
Y los grupos de lobistas y los estudios de abogados del centro de Washington que antes le cobraban muy caro al gobierno ucraniano por sus servicios, ahora están trabajando gratis para presionar por sanciones más duras contra Rusia, en consonancia con el reclamo de Zelensky. La importante firma de abogados Covington & Burling, por ejemplo, hizo una presentación ad honorem ante la Corte Internacional de Justicia en nombre de Ucrania.
Los ucranianos también piden más dinero para armas, aunque rechazan la idea de que Washington esté manipulando la imagen de Zelenskyy para presentarlo como un Winston Churchill de camiseta, un lidera a su país en medio de una guerra.
En más de un sentido, el esfuerzo es mucho más complejo que el puente aéreo de Berlín de hace tres cuartos de siglo. Berlín Occidental era un territorio pequeño y con acceso aéreo directo. Ucrania es un país inmenso de 44 millones de habitantes, del que Biden ha retirado todas las fuerzas estadounidenses para no convertirse en “cocombatiente” de la guerra, un término legal que determina hasta dónde puede llegar Estados Unidos para ayudar a Ucrania sin que se considere que ha entrado en conflicto directo con una Rusia dotada de armas nucleares.
Un incontenible flujo de armas
Para dimensionar la vertiginosa transferencia de armas que está en marcha en este momento basta recordar que el paquete de 60 millones de dólares en armas para Ucrania que Estados Unidos anunció en agosto recién se terminó de cumplir en noviembre, según datos del Pentágono.
Pero el 70% de los 350 millones en ayuda militar anunciados por Biden el 26 de febrero fue entregado en apenas cinco días. Los funcionarios norteamericanos dicen la velocidad era esencial, porque el equipo, incluidas las armas antitanques, tenía que atravesar el oeste de Ucrania antes de que las fuerzas aéreas y terrestres rusas comenzaran a atacar los envíos. Cuanto más territorio logre ocupar Rusia dentro del país, más difícil será entregar armas a las tropas ucranianas.
Menos de 48 horas después de la decisión de Biden del 26 de febrero, los primeros envíos de armas existentes en los arsenales norteamericanos empezaron a llegar a los aeródromos de la frontera con Ucrania, en su mayoría desde Alemania, informó el Pentágono.
Los militares pudieron hacer avanzar rápidamente con esos envíos aprovechando los arsenales ya preparados para ser aerotransportados en aviones de carga C-17 de la Fuerza Aérea norteamericana y otras aeronaves de carga, y llevarlos a una media docena de bases en países vecinos, principalmente en Polonia y Rumania.
Así y todo, el reabastecimiento entraña abrumadores desafíos logísticos y operativos.
“La ventana temporal para hacer las cosas fáciles que pueden ayudar a los ucranianos ya se cerró”, dice el mayor general Michael Repass, excomandante de las fuerzas de operaciones especiales de Estados Unidos en Europa.
Según los funcionarios norteamericanos, los líderes ucranianos dicen que las armas enviadas por Estados Unidos y otros aliados realmente marcan la diferencia en el campo de batalla. En la última semana, soldados ucranianos armados con lanzamisiles portátiles antitanque Javelin atacaron reiteradamente la caravana de dos kilómetros de vehículos blindados y de suministros rusos, ayudando así a detener el avance terrestre ruso en su avance hacia Kiev, dicen los funcionarios del Pentágono. Y algunos de esos vehículos quedan abandonados, porque las tropas rusas temen quedarse sentados en su interior mientras los camiones cisterna de combustible están bajo fuego ucraniano y pueden estallar de un momento a otro desatando el infierno.
La guerra en el ciberespacio apenas ha comenzado
Una de las características más curiosas del conflicto es que abarca toda la gama de guerras, antiguas y modernas. Las trincheras cavadas por los soldados ucranianos en el sur y el este del país parecen escenas de la Gran Guerra de 1914, mientras que el desfile de tanques rusos por las calles de las ciudades ucranianas evoca la Budapest soviética de 1956. Pero la gran batalla del presente, esa que según la mayoría de los estrategas sería decisiva en los primeros días de la guerra — la batalla por las redes informáticas y por los sistemas de comunicaciones y las redes eléctricas que controlan— apenas ha comenzado.
Según los funcionarios de Estados Unidos, eso se debe en parte al intenso trabajo de fortalecimiento de sus sistemas que hizo Ucrania después de los ataques rusos a su red de suministro de energía eléctrica en 2015 y 2016. Pero los expertos dicen que hay otras razones. Tal vez los rusos hayan decidido no ir a fondo desde un principio, o están reservando sus recursos.
Es comprensible que los funcionarios norteamericanos prefieran no revelar las operaciones cibernéticas en curso, que en los últimos días se trasladaron de su centro de operaciones en Kiev a uno fuera del país, ya que esa información es uno de los elementos más clasificados del conflicto. Pero está claro que los cibercomandos han rastreado las actividades de algunos objetivos conocidos, como las operaciones de inteligencia militar del GRU (Directorio Principal del Alto Estado Mayor de las Fuerzas Armadas de la Federación de Rusia), para tratar de neutralizarlos. La empresa Microsoft contribuyó desarrollando parches para acabar con los programas malignos que detecta en sistemas no clasificados.
Pero a la hora de determinar en qué momento Estados Unidos pasaría a ser considerado un “cocombatiente”, todos estos elementos de ciberguerra son territorio inexplorado. Según la interpretación que hace Washington de las leyes del ciberconflicto, Estados Unidos puede generar una disrupción temporaria de la capacidad rusa sin por eso realizar un acto de guerra; una disrupción permanente, sin embargo, ya es algo más problemático. Pero como dice los expertos informáticos, cuando un sistema ruso falla, las unidades rusas no saben si es temporal o permanente, y tampoco tienen forma de saber si el responsable es Estados Unidos.
Por David E. Sanger, Eric Schmitt, Helene Cooper, Julian E. Barnes y Kenneth P. Vogel
Traducción de Jaime Arrambide
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