Millones de personas despidieron a Lady Di
Tras un solemne recorrido, fue enterrada en la privacidad de su casa paterna
LONDRES.- Por unas horas el mundo se encontró unido en un acongojado adiós a Diana, princesa de Gales.Una mujer tan extraordinaria como para motivar este raro fenómeno y a la vez tan sencilla como para que sus hijos no necesitaran más que identificar su ataúd con una tarjeta colocada sobre un pequeño ramo de lilas blancas que decía: "Mammy".
Como en vida, el funeral de Lady Di tocó el corazón tanto del público como de sus más allegados despertando siempre emociones profundas. Dolor, admiración y respeto por parte de un pueblo sorprendido por la amplitud de sus propias emociones. Desolación en sus hijos, los príncipes William, de 15 años y Harry, 12, así como en una familia que, en la voz de su hermano Charles, conde de Spencer, no quiso ocultar su antagonismo frente a la corona y los medios de comunicación.
Bajo un sol otoñal, tras una noche de tormenta, la "princesa del pueblo" dejó por última vez su hogar del palacio de Kensington a las 9.8 con el cortejo fúnebre que inició el camino, de 3,5 kilómetros hacia la abadía de Westminster.
Sin bandas ni fanfarrias, la cureña con su ataúd cubierto con el estandarte real y tres tributos florales (uno de su hermano, otro de sus hijos y un tercero de la reina) avanzó acompañado por 12 miembros de la Guardia Galesa, resplandecientes en sus trajes rojos y enormes sombreros de piel de oso. Dos de ellos tenían rango de héroes por distintas acciones en Camboya. Atrás y adelante del cortejo se ubicaron miembros de la policía montada y dos oficiales de los Húsares Reales, regimiento del cual la princesa había sido madrina.
Por más que un millón de personas ya estaban entonces apostadas en las calles -la cifra total se aproximaría a los tres millones-, el único sonido que rompía el silencio era el golpeteo de las herraduras de los caballos sobre el pavimento y una campanada, repetida cada 60 segundos, proveniente del campanario de Westminster.
Hasta la cureña, que aún cargaba un cañón de la Primera Guerra Mundial que se utiliza para dar los saludos en las ceremonias reales, se movía con absoluta discreción gracias a que sus ruedas habían sido forradas con goma.
Detrás de las barreras, algunos arrojaban flores a su paso, alguno se animaba a gritar de vez en cuando "¡Dios te bendiga!" y "Diana, te amamos"; la gran mayoría sollozaba.
Una imagen sin precedente
Poco después de las 10, la familia real ofrecería una imagen sin precedente cuando, sin que nadie lo esperara, se colocaron, todos vestidos de negro, frente a los portones del palacio de Buckingham y, quizá sin darse cuenta, también detrás de una enorme pancarta de tela que fijada a los barrotes decía: "Diana for love" (Diana por amor).
La reina, el príncipe Eduardo, las princesas Margarita y Ana (con un largo rosario blanco entre sus manos), el príncipe Andrés y hasta su ex esposa Sarah, duquesa de York, con sus hijas Beatriz y Eugenie, inclinaron las cabezas tan pronto vieron el paso del féretro.
Diez minutos más tarde, al alcanzar el largo Pall Mall, el cortejo alcanzaría su momento más conmovedor. Coherente con una antigua tradición inglesa que confiere a la rama masculina de las familias absoluta primacía en los funerales, cinco de los "hombres" en la vida de la princesa comenzaron a seguir a pie la cureña.
Lord Charles Spencer, al centro; el príncipe William, con la cabeza siempre baja, a su derecha; a su izquierda, Harry, con paso más apurado que el resto; al lado de él un ensombrecido príncipe Carlos. El duque de Edimburgo, con 75 años, caminó el kilómetro y medio tratando de no quedar atrás del resto.
Ninguno de los dos chicos derramaría entonces una sola lágrima. Una forma quizás adolescente de probar que, si hasta el último domingo eran niños, la muerte de su madre los había transformado en hombres.
Quinientas personas, cinco de cada una de las asociaciones caritativas con las que estuvo vinculada la princesa, los seguirían. Muchos en sillas de ruedas y en muletas.
A las 10.40, el mundo sería testigo de otro hecho inédito: por primera vez en la historia, el palo más alto del palacio de Buckingham daba lugar al estandarte real para izar una Union Jack. Y para hacerlo a media asta. Permanecerá así hasta la medianoche.
Príncipes y mendigos
Más de 2000 personas se acomodaron en las naves de la abadía para ser testigos de uno de los más dramáticos servicios en sus 1000 años de historia.
Ricos y famosos se codearon allí con pobres e ignotos. Luciano Pavarotti se acomodó, acompañado por su novia, Nicoletta Mantovani, no muy lejos de un joven paralítico. Henry Kissinger y Giscard D´Estaing a escasos metros de Tom Hanks, Tom Cruise y Nicole Kidman. También estaban presentes Steven Spielberg, los cantantes George Michael, Sting y Chris de Burgh, el actor Tom Conti y el director Sir Richard Attenborough.
Mohamed al-Fayed, cuyo hijo Dodi falleció con Diana en París hace seis días, tomó su lugar con paso desafiante acompañado por su esposa Heini. Margaret Thatcher y su esposo Denis habían entregado sus invitaciones en pocos segundos, así como el canciller Robin Cook.
El mundo de la moda estuvo representado a través de Santo y Donattella Versace (hermanos de Gianni), Giorgio Armani y Valentino.
Exactamente a las 11, el féretro (forrado en plomo para garantizar la preservación del cuerpo) ingresó por la Gran Puerta Occidental de la abadía cargado sobre los hombros de los 12 soldados de la Guardia Galesa. El "Dios salve a la reina" le dio la bienvenida al majestuoso edificio, brillante gracias a los colores de los trajes eclesiásticos en contraste con el negro que lucía prácticamente toda la congregación.
Sonreír a la vida
Con todos de pie, el deán de Westminster, Dr. Wesley Carr, inició el servicio comenzando el alma de la princesa a Dios, a lo que le siguió el canto multitudinario de "I vow to Thee My Country", el himno no oficial británico y el preferido de Diana.
Su medio hermana, lady Sarah McCorquodale, hizo la primera lectura de un pasaje de la Biblia conminando a no llorar, a "dar vuelta la vida y sonreír". La cantante de ópera británica Lynne Dawson cantaría luego, por pedido expreso de la madre de Diana, un pasaje del Requiem de Verdi.
Con una voz que recordó muchísimo a la de la princesa, su hermana mayor lady Jane Fellows, leyó un poema de autor anónimo asegurando que el tiempo "para aquellos que aman es siempre eternidad".
Tras entonar otro himno, le llegó el turno de subir al púlpito al primer ministro Tony Blair.
Sin mostrar fatiga, más allá de unas marcadas ojeras, tras una semana en la que ofició de emisario entre la familia real, los Spencer y la opinión pública, Blair leyó con dicción actoral la epístola Corintios 13 del Nuevo Testamento en el arcaico inglés de la Biblia del rey James, que data del siglo XVI.
La emoción pudo más
A su término, el cantante Elton John se ubicó frente a su piano personal (traído especialmente a la abadía) y comenzó a entonar la canción "Candle in the Wind" (Una vela en el viento), compuesta por Bernie Taupin y John, y reescrita en honor a Diana. El resultado fue catártico.
Al cantar el estribillo ("Y a mí me parece que viviste tu vida como una vela en el viento/ nunca extinguiéndote con el atardecer, cuando la lluvia descansaba/ Y tus pasos siempre caerán aquí, sobre las más verdes colinas de Inglaterra/ tu vela se apagó mucho antes de lo que lo hará tu leyenda") el príncipe Harry no pudo más y estalló en llanto escondiéndose el rostro con las manos. Su hermano mayor, con los ojos húmedos, siguió cantando acompañado por toda una nación que, ya fuera en las calles o en sus hogares, descubría de pronto que tenía voz.
Desde entonces, las emociones correrían libremente. El tributo de lord Charles Spencer les colocaría un tono amargo al subrayar que su hermana "no necesitaba un título real para demostrar su compasión" y prometer que sus hijos serán bien cuidados por "la familia de sangre".
También pidió que no se la "canonizara porque eso sería no haberla conocido". Y aseguró que "ella hablaba incesantemente de escaparse de Inglaterra por el trato que recibía de los periódicos", un fenómeno que creyó explicar afirmando que "la genuina bondad es algo que amenaza a aquellos del lado opuesto del espectro moral".
Contagioso aplauso
Sus palabras, por momentos repletas de cálidos recuerdos de la infancia, merecieron el aplauso inmediato de la gente agolpada en las calles, contagiando después a los que se encontraban en el Portal Occidental de la abadía para llegar, como una ola que se extingue, hasta las primeras filas.
Himnos y oraciones encabezadas por el arzobispo de Canterbury, Dr. George Carey, pusieron fin al servicio. Siguió de inmediato un minuto de silencio en todo el país cuyo fin fue marcado por medio carillón del campanario de Westminster y su órgano tocando el preludio C de Johann Sebastian Bach.
De allí en más, los restos de Diana serían traslados en una carroza Daimler hasta su residencia familiar en Northamptonshire, unos 260 kilómetros al norte de Londres. Sus admiradores le arrojarían tantas flores en el camino que, al llegar a la autopista M1, el chofer se tuvo que detener para limpiar el parabrisas.
Poco después de las 15, sólo con la presencia de sus hijos, el príncipe Carlos y todos los Spencer, la princesa de Gales fue enterrada en un islote en medio de un largo artificial del parque que rodea a la mansión de Althorp.
Como era de esperar, la gente ha comenzado a llamarla "the lady of the lake" (la dama del lago) dando así un último título a una mujer que despertó una gama de afectos, a lo que muy pocos logran encontrarle fácilmente nombre.