George Floyd: noche de protestas pacíficas en Washington, militarizada como una ciudad en guerra
WASHINGTON.- No era Baghdad ni Kabul. Pero, hasta cierto punto, se parecía. La militarización de Washington, ordenada por el gobierno de Donald Trump ante las protestas por el asesinato de George Floyd, trastocó el ambiente pueblerino de la capital de Estados Unidos, que transformado en lo más cercano que la ciudad ha visto a un campo de batalla.
Las escaleras del mítico monumento a Abraham Lincoln, usualmente atestadas de turistas, quedaron ocupadas solo por soldados. Y la Casa Blanca –"la casa de la gente"– quedó aislada y sitiada, custodiada por un sólido perímetro de rejas y soldados vestidos para la guerra, de camuflaje, con chaleco antibalas, cascos y armados con gas pimienta, gases lacrimógenos, granadas "no letales", escudos y armas.
La novedad: ayer, nadie tenía en claro quién estaba al frente del impactante operativo. Por la vestimenta de los efectivos desplegados alrededor de la residencia oficial, era casi imposible saber si eran soldados del ejército, la Guardia Nacional, o alguna otra agencia federal. Algunos tenían una identificación en su uniforme del Buró de Prisiones, o llevaban un chaleco con las siglas "S.O.R.T.", una unidad especial de la misma agencia. Otros iban vestían el uniforme del ejército o llevaban escudos con la leyenda "Policía Militar". Pero en muchos casos no había nada que los identificara, y era imposible saber a primera vista de dónde provenían.
No hubo agencia federal que, según la información oficial y los informes en la prensa, no haya estado involucrada en la seguridad de la capital del país: efectivos del ejército, la Guardia Nacional –reservistas del ejército–, el Departamento de Seguridad Doméstica, el Buró de Prisiones, la policía de parques, la Agencia Antidrogas (DEA, según sus siglas en inglés), el Servicio de Aduanas y Protección Fronteriza de Estados Unidos (CBP, según sus siglas en inglés), el FBI y los alguaciles federales salieron a dominar la capital.
Detrás de la abrumadora fuerza desplegada en Washington estaba el fiscal General, William Barr, decidido a "inundar las calles", según trascendió desde su entorno, para sofocar cualquier atisbo de saqueo, destrozo o violencia, tal como se vio el domingo y el lunes por la noche.
La policía de Washington, D.C., quedó relegada, en un segundo plano, y la alcaldesa, Muriel Bowser, dijo que la ciudad analizaba si Trump tenía autoridad para ordenar semejante despliegue de las fuerzas armadas. Hoy, Bowser decidió levantar el toque de queda.
Una nueva protesta
Cualquiera sea el caso, Washington quedó militarizada. El sonido de los helicópteros se escuchó sobrevolando la ciudad de manera intermitente –un helicóptero militar Blackhawk amedrentó manifestantes el lunes–, y en las calles se vieron vehículos blindados Humvee.
Y la protesta en la ciudad, pacífica, quedó más alejada de la Casa Blanca, pero mucho más cerca del choque y envuelta en la tensión: los manifestantes y las fuerzas de seguridad quedaron cara a cara, separadas por apenas un metro de distancia en los alrededores de la residencia oficial.
Ese enfrentamiento se vio en cada metro del perímetro que armaron las fuerzas de seguridad. En una esquina, los manifestantes se sentaron delante de los escudos y gritaron: "¡Manos arriba! ¡No disparen!". En la calle 16, una de las arterias de la ciudad que desemboca en el Parque Lafayette, frente a la residencia oficial, los soldados alejaron el perímetro del parque, y lo llevaron media cuadra más allá. Los manifestantes llevaron la protesta hasta el mismísimo cordón.
Inmutables, los soldados ofrecieron caras de piedra a los insultos, los gritos y los monólogos que les despacharon los manifestantes, pacíficos, pero desafiantes. "¡Ey, ey, oh, oh! ¡Estos racistas cabrones se tienen que ir!", les gritaron en un momento. "¡¿De quién son las calles?!¡Nuestras calles!", fue otro grito
Durante todo el día, los soldados se turnaron para pararse en la primera línea del cordón que defendió el perímetro que bloqueó el acceso al parque. Detrás de ese cordón, el resto de los efectivos esperaba su turno, de pie o sentados, uno al lado del otro, en la entrada de la iglesia Saint John’s, donde Trump se sacó la foto con la Biblia, o del hotel Hay Adams, uno de los más lujosos de la ciudad, donde Mauricio Macri se hospedó en su primer viaje como presidente.
La entrada de ese hotel devino en un campamento, con decenas de soldados quemando horas en el piso, a la esperar de su turno para ocupar el cordón de defensa.
La protesta siempre fue pacífica. Más allá de gritos, afrentas o insultos, en la calle cerca de la Casa Blanca se vivió un clima casi festivo. Al caer la noche empezó a sonar música, y al atardecer, cuando ya se veía una luna llena en el cielo, la multitud empezó a cantar Lean on me, y la gente iluminó el cielo con las luces de sus teléfonos.
Al caer la noche, después de que empezó a a regir el toque de queda, a las 23, ciento de manifestantes seguía en el mismo lugar, delante de los efectivos, unidos por el mismo grito: "¡No disparen! ¡No disparen!". La policía de Washington no arrestó a una sola persona.
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