Milei y Bukele: semejanzas, diferencias y puntos de contacto entre los líderes de la Argentina y El Salvador
Más allá de la afinidad entre los dos gobierno, sus estrategias encuentran similitudes, aunque sus contextos políticos difieren
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SAN SALVADOR.– “Javier Milei es el mejor presidente que le ha llegado a Argentina”, dice Magdalena de Meléndez en Nuevo Cuscatlán, mientras que a su marido, al lado, le cuesta definir si prefiere a Milei o a Messi entre sus argentinos predilectos. La mujer, parte de la amplia mayoría que apoya a Nayib Bukele en este país, dice que hay dos puntos en común entre los dos mandatarios: “El amor al pueblo y tratar de limpiar lo podrido”.
Las similitudes entre los dos líderes latinoamericanos existen, igual que su afinidad e incluso una cooperación entre gobiernos en materia de seguridad, como confirmó Bukele ante una consulta de LA NACION. Pero también hay grandes características disímiles en su situación política y entre sus países. Además de las diferencias en tamaño y cultura democrática, las urgencias en los dos países son distintas: en El Salvador es la seguridad y en la Argentina, la economía.
“Hay puntos en contacto, pero no me parecen fenómenos parecidos. El contexto es muy distinto. La sociedad argentina es mucho más diversa, diferenciada económicamente, con actores sociales mucho más fuertes. La deriva autoritaria en el caso de Bukele es evidente y en el caso de Milei no ocurrió y me parece difícil que ocurra en el contexto de la sociedad argentina”, dice a LA NACION Juan Negri, director de Ciencia Política y Estudios Internacionales de la Universidad Torcuato Di Tella.
Una de sus principales semejanzas esconde en realidad una diferencia. Tanto Milei como Bukele se venden como outsiders de la política y critican a la política tradicional (la “casta”, según el diccionario de Milei). Pero si bien el economista argentino efectivamente llegó a la política desde fuera del sistema, el líder salvadoreño lo hizo a través de uno de los dos grandes partidos tradicionales, el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN). Con ese grupo de izquierda fue elegido alcalde de Nuevo Cuscatlán y de San Salvador, y luego rompió con el espacio para lanzar su Nuevas Ideas. Ambos tuvieron además carreras rápidas a la presidencia: Bukele fue ungido siete años después de obtener el primer cargo público, y Milei, dos.
“Tienen en común la estrategia de atacar a la ‘casta’ y de no querer negociar, de establecer una relación directa con los votantes para no negociar con los políticos tradicionales”, dice Victoria Murillo, directora del Instituto de Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Columbia. “En ambos casos hay un posicionamiento como una gran figura reformadora, revolucionaria”, describe Elsa Llenderrozas, directora de Ciencia Política de la UBA.
Tanto Milei como Bukele comenzaron con una minoría en el Congreso. De hecho, de eso hablaron durante su única llamada telefónica. “Le dije que le deseaba que pueda superar el obstáculo del sistema que va a intentar bloquearlo y que no le va a dejar hacer los cambios que quiere hacer”, contó el salvadoreño.
En este sentido, el ministro del Interior, Guillermo Francos, elogió la semana pasada la reforma electoral que aprobó el gobierno de Bukele que reduce la cantidad de bancas y cambia el sistema de distribución de escaños, una maniobra que según distintos organismos perjudicó a la oposición en estas elecciones. Para eso, sin embargo, el presidente salvadoreño necesitó obtener la mayoría en el Parlamento, como sucedió en 2021.
El camino hasta entonces fue áspero, como lo está siendo para Milei. Pero su manera de afrontarlo fue más radical: irrumpió en el Congreso con militares, una escena en la que los analistas no imaginan al presidente argentino. Especialmente porque en la Argentina, las fuerzas armadas están más profesionalizadas y separadas de la política.
“A partir de ese momento, Bukele entró en una carrera por desarmar las instituciones vigentes muy fuertes. Eso en Milei hasta el momento no se ve”, dice Llenderrozas. “No creo que Milei tenga la capacidad ni la oportunidad de cambiar todo el régimen institucional republicano porque en la Argentina hay una sociedad civil muy activa y una oposición muy fuerte que ejerce de control”, agrega.
“Milei quisiera adoptar esta estrategia de concentración de poder, pero para eso se requiere de algún tipo de evento que te lo permita. En el caso de Bukele, primero fue la pandemia y después, durante la pandemia, hizo entregas de fondos a la gente, un proceso de redistribución en un país donde no estaban acostumbrados. Y luego fue la seguridad. Su estrategia lo ayuda a justificar la concentración del poder público y a vender que él es el salvador”, observa Murillo.
“La economía no está muy bien en El Salvador y de eso no habla tanto. Trata de montarse sobre sus éxitos. En el caso de Milei, no hay muchos éxitos de los que montarse. Y su éxito debería ser económico. Si él pudiera bajar la inflación, eso le daría posibilidades de seguir una estrategia ‘a lo Bukele’”, opina la analista desde Nueva York.
En ese sentido, Negri apunta que ambos muestran “cierto desprecio por la democracia liberal”, pero de maneras distintas: “Bukele es un autoritario más clásico y Milei aborda el hartazgo de la política desde una mirada más economicista”.
“La pregunta es si Milei podrá alcanzar el nivel de resultados que permite mantener en permanente tensión al sistema, o si la necesidad de gestionar esa tensión termina comprometiendo los resultados”, dice Mariano Machado, analista principal para las Américas en la firma de inteligencia en riesgo Verisk Maplecroft.
En cuanto a sus formas de liderar, en ambos casos son personalistas y basan su comunicación en el uso de las redes sociales y las nuevas tecnologías, minimizando –y muchas veces criticando– el rol de los medios, ante los cuales muestran un bajo nivel de tolerancia.
Hay un último punto en común que es muy particular en ambos líderes: el rol de los hermanos. Karina Milei y Karim Bukele tienen un papel central en la estrategia política de los mandatarios. La única diferencia es que la primera tiene un cargo y el segundo, no.
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