Michelle, el pilar que mantiene viva la llama de la ilusión
Apasionada por la igualdad, tiene un papel fundamental para mantener en pie la ambiciosa agenda de cambios que prometió Obama cuando llegó al poder
WASHINGTON.– Dicen quienes la conocen que es una apasionada de la igualdad, que hasta confesó su impaciencia con el ritmo de los cambios que su marido ha sido capaz de lograr durante su gobierno. Y, a pesar de que no se entromete en los asuntos políticos del día a día, en los últimos tiempos ayudó a proteger la misión original de la presidencia de Barack Obama: mantener la ambición por el cambio y su frescura original, aun por encima de las batallas que se libran en Washington.
Seguramente ésa no era la tarea que Michelle Obama alguna vez soñó tener, después de haber edificado una destacada carrera como abogada, a la que piensa regresar luego de que su familia se mude de la Casa Blanca, en 2017. Pero ahora, a los 48 años, lleva con comodidad su vida como madre de dos chicas, como esposa del hombre más poderoso del mundo, como modelo a seguir para miles de mujeres en este país y, sobre todo, como pilar para mantener viva la llama de la ilusión que generó su marido hace ya cinco años.
"Déjame decir esto públicamente: Michelle, nunca te he querido tanto. No puedo estar más orgulloso de ver cómo el resto de Estados Unidos se enamora de ti también, como la primera dama de nuestro país", le dedicó Barack Obama a su mujer en el triunfal discurso del martes en Chicago. Seguramente el presidente era consciente de que sus palabras darían la vuelta al mundo.
Para Michelle, su trabajo diario fue inspirar, hablar de su esposo en términos personales –para humanizar la figura del candidato– y reclutar apoyos, en particular entre las mujeres y los negros. Muchos la ven como un ejemplo de superación; ella dice que quiere construir la imagen de un país que sus hijos e hijas se sientan orgullosos de heredar.
"Quiero darles ese sentido de posibilidad ilimitada –apunta Michelle–. Esa idea de que aquí en Estados Unidos siempre hay algo mejor por ahí, si es que se está dispuesto a trabajar duro."
En la ajetreada campaña por la reelección, mientras Barack era bombardeado con preguntas y se cuidaba de no tropezar, ella se deslizaba con otro paso.
Los abrazos que Michelle daba a sus fieles en los eventos son una metáfora útil para entender cómo acercó los roles de primera dama y, a la vez, de mujer en campaña por su esposo. Abogada formada en Harvard, con un altísimo índice de popularidad y tratando de ganar votos, ofreció intimidad con un gesto seguro, que le reportó dividendos incalculables a su esposo.
"La primera dama puede tener un papel único como embajadora del presidente", destacó el director de la campaña, Jim Messina.
"Es la mujer más popular del país, un ícono de la moda y una entusiasta de la nutrición sana, por lo que la crítica más dura que han hecho en su contra fue calificarla a veces como la niñera de la nación", dijo, por su parte, Howard Kurtz, analista de la revista Newsweek, al poner de relieve los pocos flancos débiles que deja Michelle.
Mediática
Otros, en tanto, ven que la primera dama norteamericana, la más mediática de los últimos tiempos, podría convertirse –casi por naturaleza– en conductora de un programa de entrevistas. Incluso, aquí Michelle es comparada con la multifacética Oprah Winfrey, reina de los talk shows y uno de los nombres más reconocidos.
Jonathan Klein, ex presidente de CNN, había anticipado que la primera dama hubiera sido un preciado botín de los productores televisivos más cotizados si el presidente no hubiera sido reelegido. "Están desesperados por una nueva voz y ella está hecha a medida para ello –dijo–. Es reflexiva. Está comprometida. Es una madre trabajadora. Sería una voz de referencia en temas importantes."
Roce con las cámaras y conexión con el público es lo que menos le falta. En estos cuatro años, Michelle se ganó un lugar en la política norteamericana. Lo demostró en su discurso durante la convención demócrata en Charlotte, Carolina del Norte. Allí, ante los ojos de la nación, defendió las cualidades políticas de su esposo y sus valores humanos. "Barack sigue siendo el mismo hombre de quien me enamoré", dijo. Cuando terminó su apasionado discurso de 30 minutos, la multitud la ovacionó de pie.
Poco después llegaría un abrazo con su marido, parecido al de la foto que desde la noche del martes –gracias al poder global de Twitter– quedó ya como el símbolo de la unión del matrimonio Obama.
Al revés de lo que podría imaginarse sobre la persona que conduce los destinos del país más poderoso del planeta, es él el que, en todo caso, parece necesitar ese abrazo. Casi vulnerable, y dependiente de la mujer que ha marcado su vida.
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