En Surfside se entrelazan el dolor silencioso con la rutina de residentes y turistas; la causa avanza, aunque se espera un largo camino para determinar quiénes fueron los responsables; el valor de las propiedades costeras no cayó, pero se aceleran los controles en los edificios
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SURFSIDE.- Donde alguna vez estuvo el edificio Champlain Towers Sur, ahora hay un terreno vacío frente al mar. Un cráter cercado e inundado. Apenas subsisten algunas vigas de cemento, con hierros torcidos y desordenados. Contra la playa, una media sombra azul separa el lugar del horror de la arena, justo donde pasa la senda peatonal que recorre varios kilómetros. Ahí se entrelaza el dolor silencioso con la rutina diaria: un ciclista que pedalea escuchando música, dos amigas trotando, una pareja caminando a paso ligero.
En el complejo, ubicado en Collins 8777, murieron 98 personas en la madrugada del 24 de junio pasado cuando se desplomó una de las torres. Días después, los restos del edificio que permanecían en pie también fueron demolidos. ¿Cuál fue la causa del derrumbe? ¿Quién o quiénes son responsables? ¿Cómo se puede compensar a las víctimas? ¿Qué pasará con esa costosa tierra? A más de tres meses del hecho, no hay certezas absolutas. Ni una.
“No construimos sobre los muertos”
Semanas atrás, el juez competente del condado de Miami-Dade, Michael Hanzman, dio luz verde para la venta del terreno. Si no se aprueban ofertas más altas, la propiedad sobre Collins se vendería por US$120 millones y se entregaría al desarrollador inmobiliario DAMAC Properties con sede en Dubai en 2022 para la construcción de un rascacielos de lujo. Es actualmente el único postor y ha firmado un contrato que le exige pagar un depósito de 16 millones de dólares.
Pero el debate recién empieza. Los familiares de las víctimas consideran que esas 0,7 hectáreas son un sitio sagrado y que allí debería levantarse un memorial para las víctimas.
“En Estados Unidos no construimos sobre los muertos”, dice Andrea Langesfeld. Es argentina y lleva 30 años en Estados Unidos. Su hija Nicole, de 26 años, dormía esa noche en las Champlain Towers junto con su marido. Estaban recién casados. “Nicole era abogada, se graduó con todos los honores, estuvo en el top 10 de su universidad, tenía un buen trabajo. En su vida tocó muchísimos corazones. Iluminó todos los lugares en los que estuvo, hacía sonreír hasta al más serio de la oficina”, afirma su mamá. Había sido capitana del equipo de fútbol del colegio secundario y, en su honor, se retiró la camiseta número 4 que usaba.
Hoy la familia Langesfeld es una de las tantas que pelea para que el lugar del colapso sea reservado como un memorial. Detrás de ese trabajo también está Monica Iken, que perdió a su esposo el 11 de septiembre en el ataque a las torres gemelas y encabezó entonces esa cruzada. “Estaremos haciendo un website para recaudar fondos para resarcir a las víctimas. No construimos sobre cadáveres. No deberíamos cambiar porque hay plata en el medio. Esta gente murió de forma terrible. Tenemos una comunidad judía que respeta a sus muertos, y si no tienen un cuerpo no se construye sobre ellos”, relata. Según cuenta, en muchos casos sólo se encontraron partes de los cuerpos. Algunos, incluso, debieron ser identificados a través del ADN. Los escombros que quedaron han sido trasladados a un sitio cercano al aeropuerto de Miami. Monica no disimula su disgusto: “Muchas cosas se hicieron mal”.
Es que la tierra vale decenas de millones de dólares y la parte financiera es crucial para algunos de los sobrevivientes. La asociación o consorcio tiene 48 millones de dólares, monto por el que estaba asegurado el complejo. En el sitio se encontraron además unos 750.000 dólares en cash desparramados que irán a una cuenta común. Además, se intenta determinar quiénes eran los propietarios de 17 cajas fuertes que aparecieron en el lugar. Quienes quieren construir un memorial confían en que podrán reunir fondos para cumplir el objetivo de ambas partes, es decir, que se pueda compensar a quienes sobrevivieron sin necesidad de vender el terreno y allí instalar un espacio de homenaje.
Así como la torre se partió en dos, también la visión de sus protagonistas. Ileana Monteagudo se mudó a la unidad 611 en diciembre del 2020, un departamento que daba al mar en la sección que colapsó. Las primeras horas del 24 de junio estaba durmiendo cuando la despertaron sonidos provenientes del living. Pensó que no había cerrado la puerta corrediza del balcón. “Yo digo que un ángel me llevó a la sala donde vi una grieta del techo al suelo. Iba separando la pared en dos pedazos. Me quité el camisón, agarré unas pocas cosas, apagué la vela de la Virgen de Guadalupe y salí corriendo por las escaleras”, cuenta a LA NACION. Pero Ileana dice que no sabía con certeza dónde estaban las escaleras de emergencia. “Empecé a correr y me fui a las que quedaban más lejos de mi puerta. Cuando iba por el cuarto piso, sentí una explosión enorme, sabía que el edificio se había desplomado. La luz se cortó, pude prender la linterna del celular y llegué al primer piso. Si yo hubiese agarrado mis escaleras no hubiera sobrevivido. Soy la única que logró salir de la torre que se desplomó”, relata.
Ella está entre quienes buscan un resarcimiento económico, y está a favor de vender la tierra. “Priorizan a los muertos, pero nosotros también tenemos que reconstruir una vida. Estamos todos con psiquiatra. Perdí todo lo que logré en mis 50 años de vida. Mis fotografías, mis recuerdos. Todos vinieron a decirnos que no estamos solos, el presidente, el gobernador, pero ni el juez nos ayuda.”, opina.
Advertencias antes del horror
A tres meses y medio de la tragedia, no hay culpables. Y sobre las causas del derrumbe, todavía se barajan varias hipótesis, como errores de diseño y años de deterioro.
Los edificios en el sur de Florida deben pasar una inspección obligatoria 40 años después de su construcción. Las torres Champlain estaban en proceso de recertificación cuando parte del edificio se desmoronó.
Morabito Consultores, una empresa de ingeniería estructural, fue contratada por la administración del condominio en 2018 para realizar la inspección. En el reporte, al que accedió LA NACION, el inspector detalla diez puntos entre los cuales menciona rajaduras en las losas de los balcones, ventanas llegando al final de su vida útil y rajaduras en el estuco exterior. En los puntos finales, Morabito advierte sobre una falla en la impermeabilización del playón de la pileta y del camino de entrada, “causando un daño importante a la losa estructural de concreto debajo de estas áreas”. Y remata: “Si no se reemplaza la impermeabilización, en un futuro cercano la extensión del deterioro del concreto se expandirá exponencialmente”.
La junta de administración del edificio, por su parte, argumentó que, si bien el informe describía problemas para solucionar, nadie sostuvo que existía un riesgo importante para la seguridad. “De lo contrario, no hubiesen vivido allí con sus familias”, señaló la abogada que defiende al consorcio. Dicen quienes llegaron tras el derrumbe al lugar del hecho, que era prácticamente arena. La estructura se pulverizó.
El complejo Champlain Towers Sur, tras el derrumbe
Demandas y ¿culpables?
En la corte de Miami-Dade se han recibido decenas de demandas. Muchas contra el consorcio, también contra la consultora de ingeniería Morabito, y SD Architects, contratada para la recertificación de los 40 años. La primera acusación se inició a menos de 24 horas del colapso, pero con los días se fueron sumando señalamientos cruzados. La investigación avanza, pero allegados a la causa aseguran que puede demorar años.
Los familiares de las víctimas y los sobrevivientes saben que el proceso será largo. “Hallar un culpable es difícil. Cuando se construyó el edificio vecino Eighty Seven Park [un rascacielos del 2019], enterraron pilotes que movían toda nuestra estructura. Hasta los cuadros se caían. Esos movimientos tan salvajes para fortificar su edificación nos hicieron daño. Pero ellos tienen buenos abogados, dicen que no tienen nada que ver”, aporta Ileana.
Ilan Naibryf fue otro de los argentinos que esa noche estaba en el complejo. Estudiante de la Universidad de Chicago, atleta y emprendedor, con su novia Deborah debían ir a un funeral a la mañana siguiente, y por eso se quedaron en el departamento de la familia.
Su papá, Carlos, usa una remera con la cara de Ilan y Deborah. Busca la manera de salir adelante y se sobrepone para atender los frentes administrativos: zooms con el juez, conversaciones diarias con familiares de víctimas, charlas con religiosos, el armado de una ONG, o la organización de una maratón en Nueva York donde participarán hasta los rescatistas israelíes.
“Hay que determinar quiénes son culpables. ¿Los dueños? ¿El edificio de al lado? ¿Los ingenieros? ¿La consultora? Todos los que entraron al edificio en los últimos años están en una lista y los están llamando uno por uno. Cada abogado de cada grupo está haciendo demandas contra diferentes actores. Todavía no hay ninguna sentencia contra nadie”, afirma.
Días atrás, un nuevo condimento sumó más complejidad. “Hay una ley en Florida que dice que cuando hay tragedias como esta, o se muere una persona en la puerta de tu casa, uno como dueño es responsable hasta el valor máximo de tu casa. Eso cambia mucho el panorama. Todos los dueños son acreedores de lo que valía el departamento, pero también culpables en cierta forma de que se haya caído. Más de un abogado los va a defender y tienen su razón: dirán que vivían ahí pero no sabían nada. Ahora viene la letra chica”, explica Carlos.
Lo afectivo y lo económico se mezclan a cada paso en este proceso. “El que perdió una vida perdió mucho más, porque no tiene forma de recuperarlo. Y quien perdió un departamento no va a recuperar ese valor”, concluye.
Surfside, la vida sigue
A los pocos días del hecho, metido en cercas de alambre, se fue improvisando un santuario. Colgaban fotos, flores, velas, peluches, banderas y mensajes en papel. Cuando comenzó la temporada de huracanes, hubo que removerlo. Pero todo quedó guardado para un futuro memorial.
Aquellos residentes vecinos que dejaron su hogar también volvieron. Gabriel Crespo es argentino y trabaja en el valet parking del edificio de al lado. Cuenta que dejó de trabajar después del derrumbe y volvió más de un mes después.
Muchos edificios viejos tienen sus frentes en remodelación y todos los que se sitúan en la costa hicieron relevamientos estructurales. Desde Hollywood a Miami Beach, se están inspeccionando los edificios que tienen 40 años o superan esa antigüedad. Más de 500 propiedades se encuentran pendientes de recertificación en la playa.
“Nosotros hablamos a la junta directiva y pedimos una inspección. Pero hay una cola larguísima y aún no han venido. De todas formas nuestro edificio tiene solo 15 años y la última vez que se hizo una revisión no tuvo ningún punto a corregir”, comenta un propietario del Azure, un edificio en Surfside.
El precio de los departamentos, en tanto, no tuvo una caída notoria, excepto por las Champlain Towers East y North, propiedades gemelas ubicadas a una cuadra del complejo colapsado. Desde el derrumbe, no se ha logrado vender ni un departamento en aquellas torres con el mismo nombre. A principio de junio se publicó un penthouse en US$ 725.000, pero el 17 de septiembre el precio se desplomó a US$ 599.000 en un momento de boom inmobiliario. Otros dos departamentos por los que piden US$ 650.000 y US$ 525.000, ambos con un dormitorio, siguen a la venta.
El turismo también continúa su curso. Feliz es recepcionista en el Grand Beach Hotel Surfside. Asegura que la llegada de turistas nunca mermó, ni siquiera en los días posteriores al colapso. “La ocupación es normal. El derrumbe impactó más en los locales que en el turismo”, indica. Las tarifas en el área promedian los US$300 la noche.
Otro hotelero de la zona, que pidió mantener su nombre en reserva, considera en cambio que hubo en las cuadras inmediatas un impacto. “En el mes de julio tuvimos una baja, pero no sabría decir si fue por el aumento de casos de coronavirus o un efecto del derrumbe. Ahora ya la situación es normal”, indica.
Según el Greater Miami Convention & Visitors Bureau, organismo oficial de turismo de Miami, la zona de Surfside/Bal Harbour tenía a principios de octubre una ocupación más alta que el año pasado en la misma fecha, mientras que el tráfico por el aeropuerto de Miami creció un 67% respecto a 2020, números comparables con la etapa prepandemia.
La vida ha vuelto a la normalidad en Surfside. Aunque el dolor sigue intacto.
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