#MeToo: el temor a las denuncias de acoso enfría las relaciones en los lugares de trabajo
WASHINGTON.- Un lobbista viaja solo desde Texas hasta Washington para ejercer presión en el Congreso y deja atrás a su socia, que hizo gran parte del trabajo en ese asunto. Reconoce que su decisión de viajar solo implica que su joven y talentosa colega pierda una oportunidad, pero por el momento, con todo lo que está pasando, prefiere no arriesgarse a realizar un viaje laboral solo con una mujer, por más que lo que para él es simplemente precaución sea visto por muchas mujeres como discriminación.
En los últimos meses, la ola de denuncias de acoso sexual contra hombres poderosos les imprimió un giro a las relaciones entre hombres y mujeres en los lugares de trabajo de todo Estados Unidos: en algunos casos ese giro implicó un debate más honesto sobre lo que no está bien en el trabajo, pero en otros fue un giro hacia el silencio y la exclusión, un efecto rebote sin palabras contra el justificado orgullo del movimiento #MeToo.
En Sacramento, California, una líder sindical se debate sobre cómo manejar al hombre que la llama varias veces al día para hacerle preguntas que en realidad ni siquiera son preguntas. "Cuando alguien me toca o me dice algo horrible, sé lo que tengo que hacer, pero las sutilezas son casi peores, porque no hay forma de controlarlas", dice Joyce Thomas-Villaronga, presidenta de la filial local de United Auto Workers.
Un inversor de Silicon Valley dice que sus colegas han cancelado las reuniones que tenían a solas con emprendedoras. Y varios hombres han comparado su nueva forma de encarar el tema con la del vicepresidente Mike Pence, que ha dicho que no cena jamás a solas con otra mujer que no sea su esposa.
"Mis investigaciones de este último par de años revelaron que los hombres se mostraban dubitativos a la hora de tener reuniones, comidas o viajes de trabajo a solas con una mujer", dice Kim Elsesser, psicóloga de la Universidad de California y autora del libro Sex and the office. "Y ahora la cosa empeoró. Tenemos que educar a todos en los lugares de trabajo no solo sobre lo que no hay que hacer, sino también sobre la importancia, por ejemplo, de salir a comer, porque segregar por género también es discriminación".
Pero el movimiento #MeToo fracasará si se enfoca "más en las soluciones legalistas que en las soluciones prácticas", dice Johnny Taylor, presidente de la Asociación para el Manejo de los Recursos Humanos, que tiene 285.000 miembros de esa especialidad. Taylor dice que en las últimas semanas "los altos ejecutivos de varias empresas nos comentaron que ahora están limitando los viajes de trabajo mixtos". "Eso es legalista, pero no realista", dice Taylor. "Le pregunté a un CEO si pensaba que con esa medida podía prevenir los casos de acoso entre varones. Es muy poco práctica. Tenemos que cambiar nuestra forma de pensar y no imponer reglas para que después la gente las ignore".
Aunque la mayor parte del debate nacional sobre el acoso sexual se ha centrado en unos pocos rubros laborales de alta exposición pública -Hollywood, los medios y la política-, esos casos de alto perfil inspiraron conversaciones y cambios en fábricas, oficinas y en todos los lugares donde trabaja la gente.
Y el cambio llegó tanto para los hombres como para las mujeres: ellas se sienten más autorizadas para denunciar cualquier conducta impropia y ellos tienen que pensar dos veces antes de hacer algo que pueda ser inaceptable en el ambiente laboral.
Como gerenta general de Red Velvet y de Bakers & Baristas en Washington DC, Tracy Wilson ha observado mucha cautela y mucha confusión. "Hay muchos hombres que definitivamente están más atentos a lo que hacen y se cuidan más", dice Wilson. "Es un cambio: se ha alcanzado la masa crítica".
El esposo de Wilson viaja mucho por trabajo y solía abrazar a los colegas que reencontraba después de un tiempo, pero ahora "tiene que ser más precavido", dice su mujer. "Nadie quiere que los demás se hagan una imagen errónea de quien es, así que hay que refrenarse el abrazo. El péndulo ahora osciló hacia el otro extremo y tal vez fue demasiado lejos. Al menos por un tiempo todos caminaremos como pisando huevos".
Taylor dice que el feliz punto medio entre regular en exceso la vida laboral y proteger a las mujeres de los comportamientos abusivos no depende de capacitar obligatoriamente a la gente en lo que es el acoso sexual.
"Eso no arregla nada", señala Taylor, y agrega que la solución radica en una discusión abierta y franca sobre cuestiones prácticas. "Las políticas de no confraternizar son poco realistas, porque la gente igual se enamora y arregla para salir". La organización a la que pertenece prefiere enfocarse en la apertura: "La empresa te permite salir con quien quieras y, a cambio, te pide que avises si la relación terminó mal".
Restricciones
Pero ante la atención que concitan actualmente los casos de acoso, algunas empresas respondieron restringiendo aún más los contactos entre hombres y mujeres, especialmente en lo referido a los viajes de trabajo.
"Para asegurarnos de que nadie tenga una ventaja indebida, hay que empezar por el profesionalismo", dice Jenn Scheck, vicepresidente de Recursos Humanos de Focus on the Family, un ministerio cristiano con sede en Colorado. "Pero también es importante contar con estructuras sólidas que marquen que ciertos tipos de relaciones pueden ser inapropiadas".
Hace tiempo ya que Focus on the Family prohíbe que los 600 hombres y mujeres que lo integran compartan autos alquilados o se alojen en el mismo hotel si son los únicos de la empresa que participan del viaje. "Como somos una organización cristiana y contratamos gente que piensa como nosotros, todos entienden que nos manejamos siguiendo los principios de la Biblia".
Pero los límites a la confraternización y la capacitación obligatoria, según Elsesser, no parecen estar mejorando la cultura en los lugares de trabajo. "Lo cierto es que no hay la menor evidencia de que eso sirva para algo", dice la psicóloga. Para Elsesser, el efecto rebote del #MeToo está tomando la forma de una "partición entre géneros", una raya invisible que hace que los hombres se abstengan de interactuar con las mujeres, que inhibe las relaciones de padrinazgo y que obstaculiza cualquier avance.
De todos modos, confía en que el debate actual derive en una gran discusión a nivel nacional sobre el tema del consentimiento: "Tenemos que encontrar la manera de enseñarle a la gente a distinguir cuándo está bien avanzar para besar a alguien".
Los nuevos esfuerzos para nivelar la cancha incluyen una movida de las mujeres del sector de capitales de riesgo de Silicon Valley que reservan horas separadas en sus oficinas para incentivar a las emprendedoras. Un semillero de emprendimientos llamado YCombinator ha creado una lista negra informal de inversores conocidos por ser acosadores.
Cambiar de rubro también hace que muchos trabajadores deban entender que hay comportamientos que en un lugar parecen ser tolerados y en otros no. Cuando Melissa Boigon dejó la financiera de Manhattan donde trabajaba y se pasó a un emprendimiento de software en Nueva Orleans, cambió de un rubro donde el acoso sexual siempre ha sido rampante a otro donde la gente parece moverse con total profesionalismo.
Boigon, de 26 años, dice que en el mundo financiero sentía la presión de tener que vestirse y comportarse de determinada manera, mientras que ahora se pone lo que quiere y el acoso directamente no es un tema. Atribuye esa diferencia más a una brecha generacional que a una nueva toma de conciencia. En su trabajo anterior, los hombres mayores hacían comentarios sobre su cuerpo y ella, por más que se indignara, se callaba. Pero en su nuevo empleo sus compañeros son muy jóvenes, y eso hace que sea más fácil hablar cuando alguien se propasa.
"Quiero pensar que llegamos a un punto de quiebre, aunque me pregunto si el cambio definitivo no llegará recién cuando en el poder haya tantos hombres como mujeres".
Traducción de Jaime Arrambide
Max Fisher, Rachel Emma Silverman y Steve Hendrix