Merkel deja una Alemania próspera, pero con cuentas pendientes y mucho por innovar
Desde la renovación industria hasta la demografía y las desigualdades, son numerosos los desafíos para quien resulte su sucesor al frente de la gran potencia europea
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BERLíN.- Durante cuatro mandatos, Angela Merkel aseguró a su país estabilidad y prosperidad, al precio de pasar por alto su modernización. Clima, industria digital, demografía, desigualdades… el próximo canciller tendrá la ardua tarea de hacer frente a todos esos desafíos, juzgados cada vez más prioritarios.
Adiós a la era Merkel, bienvenido el “Neustart für Deutschland” (el “nuevo comienzo para Alemania”). Después de las elecciones del domingo, y durante el tiempo que lleve formarse la futura coalición de gobierno, la canciller se ocupará durante semanas de los expedientes en curso. Pero una de las escasas certezas que viven en este momento los alemanes es que la mujer que les aseguró continuidad y estabilidad, que a pesar de los sobresaltos políticos en Europa fortaleció la prosperidad económica de todos sus conciudadanos, saldrá para siempre de la vida política del país.
El problema es que, a pesar de todos esos logros, la canciller saliente no consiguió realizar reformas que debían preparar el país para el futuro. Profesor en la Universidad de Mayence, Andreas Röder no es tierno con ella: “Es claro para todos que el país acumuló déficits de modernización considerables. Un partido en el poder debería ser capaz de decir cómo debe posicionarse el país para hacer frente a los próximos 20 años”, dice.
El futuro ocupante de la cancillería deberá, en consecuencia, hacer frente a inmensos desafíos. A comenzar por la lucha contra el cambio climático, cuyas inundaciones catastróficas en julio fueron una muestra de lo que puede suceder.
Dos días antes de las elecciones, tres candidatos son los favoritos. Durante tres debates soporíferos por televisión, el 29 de agosto, el 12 y el 19 de septiembre, cada uno destacó la imperiosa necesidad de reformar e invertir en un futuro más durable. La ecologista Annalena Baerbock (40 años) quiere reverdecer la economía a marcha forzada. El demócrata-cristiano (CDU) Amin Laschet, de 60 años, piensa asumir la herencia de Merkel dopando la industria digital y el medio ambiente. Por fin, el social-demócrata (SPD) Olaf Scholz (63 años) preconiza una política más “inclusiva”.
Este último –y muy serio actual ministro de Finanzas de la coalición en el poder– ha visto su popularidad dispararse por las nubes frente a sus dos adversarios, que este verano boreal multiplicaron los errores.
Pero el electorado es volátil y los sondeos no siempre confiables, de modo que el juego está lejos de haberse terminado. Sobre todo, porque el partido favorito, el SPD, no logra superar el 25% de intenciones de voto y que el próximo equipo gubernamental tendrá que incluir, por primera vez en la historia del país, no dos, sino tres partidos. En todo caso, con la pandemia se ha creado un auténtico consenso en torno a la necesidad de invertir en el futuro.
“Los confinamientos sirvieron de revelador”, asegura el diputado liberal Alexander Graf Lambsdorff. “Nos dimos cuenta de hasta qué punto la digitalización era obsoleta en nuestra administración y en nuestras escuelas. Y ni siquiera hablo de la cantidad de zonas totalmente desprovistas que existen en el país”, señala.
Fetichismo de las cuentas
Economista estrella y presidente del Instituto DIW de Berlín, Marcel Fratzscher denuncia desde hace años “el fetichismo” del equilibrio de las cuentas. A su juicio, “es urgentísimo acelerar la formación, así como las infraestructuras del futuro”. ¿Qué hizo Merkel? Para él, nada o casi nada. “La crisis del Covid, por la cual habremos gastado 500.000 millones de euros, solo reforzó el statu quo”, dice.
Para Fratzscher, así como para toda una nueva generación de economistas, el modelo alemán basado en el rigor, la industria y la exportación ha dejado de funcionar.
“¿Las fábricas? Sí, pero sin humo. ¿Las exportaciones? Sí, pero no hasta el punto de que toda la economía del país dependa de ellas”, explica. En todo caso, no se puede dudar de la importancia de la industria para la cuarta potencia económica del mundo y la primera de Europa, cuyas exportaciones representan el 39% de su PBI.
En cuanto al principal lobby patronal, el BDI, pide menos rigor y más gasto: “Faltan 20.000 millones de euros anuales de ayudas públicas para poder sostener la comparación con nuestros competidores internacionales”, advirtió el grupo la semana pasada.
Economista jefe del banco franco-alemán Oddo-BHF, Bruno Cavalier constata que “la ventaja comparativa en términos de costo del trabajo que tenía Alemania cuando se lanzó el euro (en 1999) y durante unos 15 años, prácticamente desapareció. “A corto plazo, eso reducirá el dinamismo de la industria”, asegura.
Los años Merkel y la crisis del Covid en particular destacaron otros problemas y carencias. Por ejemplo, que el federalismo no es una panacea, cuando se observa la forma en que ciertos “barones” de región presionaron contra las medidas sanitarias de Berlín.
Por su parte, la cancillería federal tomó escasas decisiones concretas para hacer frente a la crisis demográfica, a pesar de la promesa de actuar con energía. La situación demográfica en Alemania es, en efecto, muy preocupante. El envejecimiento acelerado de la población está directamente ligado a su débil natalidad. Con 670.000 nacimientos por año y 870.000 decesos, el país padece un déficit de crecimiento demográfico de 200.000 habitantes anuales, que Angela Merkel creyó resolver abriendo las puertas a la inmigración.
Pero la gestión, caótica según ciertos especialistas, de esa inmigración por parte del gobierno federal no dejó ver la ausencia de anticipación de problemas estructurales como la penuria de mano de obra o las jubilaciones. Sin olvidar la fractura entre el Este y el Oeste, que tres décadas después de la caída del Muro de Berlín aún no fue absorbida.
En cuanto a la decisión de Merkel de abandonar definitivamente la energía nuclear tras la catástrofe de Fukushima… nadie imagina una eventual marcha atrás. Pero la gestión del expediente fue tan deficiente que la Corte Constitucional de Karlsruhe llamó al orden al gobierno recientemente.
“Alemania solo intensificó su dependencia del carbón. Y aun cuando el país haya gastado una fortuna en subvenciones para energías renovables, tiene serias dificultades para alcanzar sus objetivos internacionales en materia de emisiones”, explica la investigadora Constanze Stelzenmüller, de la Brookings Institution.
Otro desafío de talla para la “nueva Alemania” será el capítulo social. La prosperidad progresó, pero también las desigualdades. Copresidenta del partido de izquierda Die Linken, Janine Wissler observa que “para 40% de la población el poder adquisitivo se ha estancado, incluso se redujo, en los últimos 15 años. Un trabajador de cada cinco vive gracias a empleos precarios o ayudas. Lo afirma el último informe gubernamental sobre la pobreza”.
Al mismo tiempo, un opus anual sobre la riqueza mundial, el World Wealth Report de Capgemini, reveló en junio pasado que el número de alemanes millonarios en dólares aumentó durante la pandemia, superando los 1500. Uno de ellos, Michael Horbach, exhombre de negocios convertido en filántropo, acaba de lanzar un grito de alarma.
“Cuidado con la cólera social ante una mala repartición de la riqueza. No quiero que mi país se parezca un día a América Latina, donde los ricos viven en jaulas doradas. Quiero seguir paseándome en bicicleta por las calles de mi país”, advirtió.
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