Medellín busca limpiar su imagen, pero le cuesta dejar atrás a Pablo Escobar
Los turistas van a la ciudad colombiana para visitar los sitios emblemáticos del capo narco
MEDELLÍN, Colombia.- El alcalde de Medellín apareció blandiendo una maza y se paró frente a la que fue la casa de Pablo Escobar, el tristemente célebre capo narco cuyo imperio basado en el tráfico de cocaína lo hizo figurar en la lista de los más ricos y también de los más buscados del mundo.
Escobar vivió durante años en el Edificio Mónaco, una construcción de seis pisos con penthouse y el nombre de la familia Escobar todavía escrito en letras descoloridas sobre la fachada.
En 1988, el edificio fue bombardeado por los rivales de Escobar y poco después fue abandonado. La entrada de autos se fue cubriendo de maleza y en la antena parabólica se acumularon las hojas secas. Así que durante un tiempo Medellín pudo ignorar ese edificio vacío.
Hace poco, sin embargo, el edificio volvió convertirse en un sitio de interés, fogoneado por la interminable seguidilla de libros, series y películas sobre la vida de Escobar.
Ahora los turistas se acercan hasta la reja, se sacan fotos y las postean en Instagram, y los micros de los tours guiados se detienen frente a la puerta. Hasta apareció un exsicario del cartel, reconvertido en estrella de YouTube, que vende un DVD donde cuenta sus "hazañas" junto a escobar y anécdotas del día en que el edificio fue bombardeado.
Asqueado por esta situación, en abril el alcalde de Medellín decidió intervenir. "Ese símbolo de maldad, de la ilegalidad, debe ser demolido y ahí debe ser construido un parque en honor a las víctimas", afirmó Federico Gutiérrez.
La transformación del Edificio Mónaco, de sitio ignoto en atracción turística mundial y de allí en proyecto de demolición que acapara la atención de los medios, se explica por la incómoda relación que tiene Medellín con su hijo más famoso: Pablo Escobar. Veinticinco años después de haber sido abatido por la policía, la ciudad no logra olvidarlo a pesar de sus esfuerzos.
La ambivalente reacción ante el Edificio Mónaco -bochorno municipal o oportunidad para la selfie- es también un ejemplo patente de los problemas que tiene Medellín para definir un relato sobre Escobar: ¿quién debería contar la historia de la guerra narco? ¿Dónde debe contarse, en la calle o en los museos? ¿Y quiénes son sus protagonistas, los villanos o las víctimas?
La ciudad vive actualmente un boom: los arquitectos internacionales compiten por ganar prestigiosos proyectos de construcción y las inversiones en emprendimientos tecnológicos proliferan a la par de restaurantes que marcan tendencia. La ciudad tiene una red de subtes que la atraviesa de punta a punta y hay escaleras mecánicas que suben la ladera de los barrios pobres, encaramados en las laderas del fértil valle donde se asienta la ciudad.
"Los paisas", como se llama a quienes viven en Medellín, parecen saber muy bien hacia dónde se encamina la ciudad, pero están menos dispuestos a decir de dónde viene: de las profundidades de la era de la cocaína, que trajo no solo el horror de Escobar, sino también el dinero que se usó para construir la ciudad, incluido el Edificio Mónaco.
"Como dicen los paisas, los trapitos sucios se lavan en casa", dice Juan Mosquera, un escritor de Medellín, cuando se le pregunta por qué los paisas evitan hacer mención del Edificio Mónaco. "Era la mansión del terror. Ahí no solo vivía su familia, sino que mataban y torturaban gente, y también planeaban sus grandes golpes en toda la ciudad".
Pero por más que la ciudad quiera lavar su ropa sucia en privado, Narcos, la popular serie de Netflix, cuya primera temporada sigue el ascenso y la caída de Escobar, sacó esos trapitos al sol ante millones de telespectadores de todo el mundo.
Medellín se opuso a la serie desde un comienzo. El equipo de filmación tuvo problemas para conseguir los permisos para rodar en la ciudad y los vecinos se irritan ante la sola mención de la serie.
Pero la propia Medellín ocupa un rol protagónico en Narcos, y los fans de la serie viajan de a miles a esta ciudad para recabar más anécdotas sobre la vida de Escobar.
Sus escalas obligadas son la Hacienda Nápoles, el rancho de Escobar en las afueras de la ciudad, la tumba de Escobar en el cementerio local y La Catedral, la prisión construida según su propio diseño.
El alcalde Gutiérrez, de 43 años, recuerda el día en que el Edificio Mónaco fue atacado. "¿Qué sentí? Miedo -dice Gutiérrez-. No solo miedo por lo que había pasado, sino miedo por lo que nos iba a pasar".
Hace una pausa. "¿Por qué, como alcalde, decidí demoler el Mónaco?", se pregunta Gutiérrez.
"Para demostrar que la ciudad había renacido y que la ley había triunfado sobre el caos". Pero, más que nada, Gutiérrez quería demoler el Edificio Mónaco porque Medellín está harta de seguir contando, una y otra vez, la historia del mismo villano.
Traducción de Jaime Arrambide
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