"¿Me podés llamar más tarde? Acaban de explotar dos bombas enfrente de nuestra casa"
Con increíble tranquilidad, una religiosa argentina respondió así a LA NACION, minutos después de iniciar una entrevista sobre la vida en Gaza; historias de vida en una zona de guerra
"¿Me podés llamar más tarde? Acaban de explotar dos bombas enfrente de nuestra casa y me parece prudente que nos vayamos", se excusó, con una calma sorprendente, la hermana María de la Santa Faz, desde el convento donde vive en el barrio Zeitun, al este de Gaza. Sin que la desesperación se adueñara de su temple, la religiosa nacida en Mendoza aclaró antes de cortar: "Cuando llames, preguntá por la hermana María o la hermana argentina, que soy la única acá". Entonces sí, cortó, despertando alarma del otro lado de la línea.
En ese momento se advierte el significado del teléfono para los habitantes de Gaza. Por ese medio, muchos de ellos recibieron el anuncio desde territorio israelí de que una bomba iba a caer sobre su casa, por lo que se los incitaba a abandonarla. El sonar de ese aparato podía ser un anticipo de que el convento podía convertirse en un nuevo blanco de la operación Barrera Protectora, que el ejército hebreo comenzó hace 13 días, tras una espiral de violencia desatada por el secuestro y asesinato de tres jóvenes israelíes aparecidos sin vida en Cisjordania.
"Fue la segunda bomba cuando llamaste. Y después hubo una tercera. Fue impresionante porque fue frente al portón del predio de la Iglesia Católica, donde está nuestra casa. Tres bombas sobre la misma casa, como para destruirla bien", dijo María dos horas después de ese primer contacto con LA NACION.
En ese momento, las víctimas fatales de la guerra alcanzaba los dos centenares del lado palestino y uno en Israel. Pero dos días después comenzó una operación militar terrestre sobre Gaza, y ese número se multiplicó: ya murieron 438 palestinos y 13 israelíes.
Pese a las advertencias que Israel envía por mensajes grabados a los teléfonos fijos, mensajes de texto o panfletos, María y sus compañeros deciden siempre quedarse en el predio. En los momentos de máxima tensión, como durante la caída de esas tres bombas, ellos se refugian en los lugares más seguros de la casa, lejos de las ventanas que explotan ante la onda expansiva de las bombas.
En rigor, desde el martes de la semana anterior María no había salido del convento, donde todavía no habían llegado los cortes de luz más allá de los planificados –ocho horas tienen electricidad y las siguientes ocho no, en una película continua, únicamente sobrellevada gracias a una batería de contingencia-.
En el predio de la Iglesia Católica de Zeitun hay una escuela, una iglesia, el convento Santas Valentina y Tea -donde vive María junto a dos hermanas del Instituto Servidoras del Señor y de la Virgen de Matará-, otra casa donde viven dos sacerdotes del Instituto del Verbo Encarnado –uno de ellos, el padre argentino Jorge Hernández-,y un hogar de las Hermanas de la Madre Teresa, donde viven seis religiosas junto a 37 chicos discapacitados. "A ellos [los menores] pensamos en devolverlos a sus casas o ponerlos en el medio del patio para que no le caigan los edificios, porque ninguno de ellos camina", contó la religiosa.
La hermana María, de 44 años, dejó la Argentina en 1998 y comenzó una misión en Brasil, para luego cruzar el Océano Atlántico y comenzar su compromiso con los católicos en Medio Oriente. Estuvo en Egipto, Jordania y finalmente en el sector árabe de Jaffa, en Tel Aviv, hasta enero pasado.
"Cuando estuve en Jaffa en 2012, cuando fue la guerra pasada, se vivió de otro modo. Allí uno está más seguro, porque ellos [los israelíes] tienen la Cúpula de Hierro [un sistema antimisiles]. Acá se vive distinto. Son otras las armas con las que se ataca", contrastó, y comentó que el clima de guerra mantiene a los ciudadanos de Gaza en un nivel de estrés constante.
En el convento, por ejemplo, se había organizado una escuela de verano con la asistencia de hasta 140 chicos cuatro veces por semana, que debió ser suspendido al inicio de la operación israelí. "Antes se escuchaban explosiones, pero se vivía con normalidad. Pero el martes de la semana pasada, los niños llegaron, y hubo una explosión grande, entonces a algunos los vinieron a buscar y a otros los llevamos. Desde entonces se ha paralizado todo", comentó. Después de eso, sólo se mantuvo vigente la tradicional misa dominical, el fin de semana anterior, a la que sólo asistieron "cinco valientes".
En Gaza, con una población de 1,8 millones de habitantes, hay 1300 cristianos, de los cuales el 10% son católicos y el resto, principalmente, de la Iglesia Ortodoxa, algunos de los cuales también van a la misa de la iglesia donde está María. Ella y las dos hermanas que la acompañan, una brasileña y otra egipcia, están en contacto permanente con los feligreses para "hacerles sentir la presencia de Dios que se preocupa por ellos".
"Los niños ya se han enfermado mucho porque les da mucho miedo. La gente en general está en un estado nervioso. La gente tiene resignación porque lo han vivido otras veces. Los niños de 5 años ya han vivido dos guerras. Ellos ya lo han vivido y me dicen «Hermana, ya se va acostumbrar». Lo dicen con cierta tristeza", expresó la hermana argentina.
María, que sigue en contacto con su familia en la Argentina por mensaje de texto, no tiene planes de irse de Gaza,pese a que la ONU brinda la opción a aquellos con pasaporte extranjero. "Yo sabía dónde me venía. Y bueno, si tengo que estar acá, estoy. Uno está queriendo hacer lo que a Dios uno le pide", reflexionó.
Lejos de sus hijas, por seguridad
A 40 kilómetros de Gaza, en el kibutz Revadim, en la localidad israelí de Hadarom, el argentino Mario Meir Nijamkin, de 51 años, vive la enésima crisis del conflicto entre Israel y Palestina desde que llegó a Jerusalén, en 1984, adonde encontró a su actual mujer, con quien tuvo dos hijas, de 14 y 16 años.
"Nosotros recibimos en promedio una o dos alarmas [que anuncia la caída de misiles] en el día, pero hay gente que recibe como 30 cohetes en media hora. Tenemos un minuto para llegar al refugio y esa gente tiene como 15 segundos. Por lo que la vida de esa gente es mucho más difícil", comparó Nijamkin en diálogo con LA NACION, mientras agradecía que su pueblo no está entre los blancos preferidos de los misiles del grupo islamista Hamas, a quien Israel culpa por el asesinato de los tres estudiantes.
Pese a que Mario, nacido en Buenos Aires, intentaba demostrar que en Israel "dentro de una situación anormal, se trata de hacer una vida normal", la realidad lo desmiente. Su casa, de hecho, está más vacía que lo habitual. Sus dos hijas se fueron a un kibutz de una ciudad más alejada, cansadas de tener que correr para llegar en un minuto hasta el refugio que queda a 50 metros de su casa o en la casa de algún vecino, o de tener que dormir en las casas de sus amigas que –a diferencia de ellos- tienen un cuarto de seguridad propio.
Estas invitaciones a kibutz alejados de los puntos de conflicto son normales en estas redes de comunidades cooperativas de Israel y están destinadas a los más chicos de las familias, para que no convivan con el desesperante ruido de las alarmas. Para los pequeños que se quedan en Revadim también hay actividades programas: colonias de verano, pero dentro de refugios.
Mario y su mujer no pudieron acompañar a sus hijas porque deben seguir trabajando. Él trabaja en el tambo del kibutz pero, en cambio, su mujer tiene que ir en auto hacia un pueblo cercano, lo cual implica una exposición a un riesgo mayor. "Si tiran un cohete y una persona está viajando en el auto, tiene que parar el auto, alejarse del auto, ponerse cuerpo a tierra para que el cohete no le afecte; todo esto, si tiene la suerte de que el cohete no caiga cerca donde está", aleccionó Nijamkin.
La "normalidad" también se vio quebrada en la programación diaria de radio y televisión. "Desde el momento en que empezó toda la operación hay cadena abierta hablando de lo que pasa y dicen dónde suena la alarma. También por Internet, irrumpe un cartel en la computadora donde dice que hay alarma en tal lugar", contó.
La misma coyuntura alteró la cotidianidad de Mario la semana pasada, cuando fue a hacer las compras al supermercado y, al sonar la alarma, corrieron todos los clientes hacia el refugio que los grandes locales están obligados a construir.
Una de las pocas cosas que logró abstraer parcialmente a la extensa comunidad de argentinos en Israel, y en el kibutz de Revadim, fue el Mundial de Fútbol. "La gente todos los días trataba de ver los partidos de fútbol un poco para mantener una rutina normal y para escaparse. Hay argentinos que dicen que además de soportar los misiles, encima tuvieron que sufrir con el partido del domingo [13 de julio, la final Argentina-Alemania]", dijo, reviviendo su tonada bien argentina.
Mario, que igual que la hermana María mantuvo una voz calma pero desesperanzada, no fue optimista respecto de las negociaciones de una tregua. "El alto el fuego siempre fue hasta la próxima vez. La solución tiene que ser un acuerdo de paz, pero el tema con Hamas es que es una organización fundamentalista y bastante extremista que ni siquiera está dispuesta a reconocer a Israel como estado, y es muy difícil negociar así. Otra cosa es con Al-Fatah [liderada por el presidenta palestino, Mahmoud Abbas ]", opinó.
El argentino dejó en claro que, como él, "en los dos lados de la frontera hay gente que quiere vivir en paz". A decenas de kilómetros, detrás de esa línea de fuego que separa a Israel de Gaza, está María, que cada noche reza por poder ver a esa zona en paz.
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