Danne cuenta que sus padres la llevaban a hacerse “exorcismos” que duraban horas; este tipo de prácticas “de conversión”, que aún se realizan en muchos países, le causaron cuadros depresivos y varios intentos de suicidio
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“Mis padres me llevaron a una Iglesia católica, donde me hacían exorcismos que duraban horas y al final me preguntaban si seguía siendo gay”. Así recuerda Danne su traumática experiencia en una “terapia de conversión gay”, el proceso al que fue sometida para intentar cambiar su orientación sexual o identidad de género.
“Me echaban cenizas y me decían que mi espíritu estaba marcado y que había que limpiarlo”, cuenta la colombiana que ahora tiene 29 años.
Ella es una de las muchas personas de la comunidad LGBT+ que han sido obligadas a participar en las llamadas terapias de conversión, que aún se llevan a cabo en muchos países, incluso en aquellos donde han sido prohibidas.
Danne asegura que sus padres la “sacaron del closet” a los 11 años cuando ni siquiera sabía qué significaba ser gay y era conocida por el nombre masculino que le asignaron al nacer.
“Yo sólo sabía que me gustaban otros niños y que quería cosas diferentes a las que querían mis hermanos”, relata en entrevista con BBC Mundo. “Escucharon una conversación que tenía con un amigo, nos interrumpieron y luego empezaron a hacer muchas preguntas”, prosigue.
Al confirmar que su hijo era homosexual, los padres de Danne comenzaron a buscar información sobre el tema y consultaron con varios especialistas.
“Les decían que mi carga hormonal estaba muy baja y me hicieron tomar pastillas para subir mi nivel de testosterona, o decían que era así porque mi mamá me había consentido mucho o que quizá me habían violado, aunque eso nunca pasó”, afirma.
Luego de descartar múltiples hipótesis sus padres dieron finalmente con una serie de “procesos de corrección sexual” a través de la religión y la espiritualidad. Fue una psicóloga cristiana quien inicialmente les dio información sobre estos procedimientos.
Ellos no entendían muy bien en qué consistían los tratamientos, pero aceptaron la “ayuda” y ahí comenzó el martirio de Danne. Tenía 16 años.
La primera terapia
Relata que un día sus padres le pidieron que los acompañara a hacer diligencias. Le extrañó cuando se pararon frente a una iglesia, pues su familia “nunca fue muy católica”. Al entrar dice haber caído en cuenta de que no los estaba acompañando, sino que la estaban llevando con un fin que no le habían adelantado.
“Los pastores ya sabían todo sobre mí. Me llevaron al púlpito y empezaron a rezar por mí y por otras personas que estaban allí”, cuenta.
“Veía cómo a otros les tocaban la cabeza y se iban hacia atrás. Luego me agarraban a mí la cabeza e intentaban echarme para atrás, pero yo no tenía ganas de echarme a ningún lado. Era muy raro”.
“Luego me preguntaban si seguía siendo gay y si el espíritu había salido de mi cuerpo”. Esa primera “terapia” duró poco más de una hora.
Rememora que la sesión la dejó sumamente cansada y que le explicaron que era porque “los espíritus habían sanado su cuerpo y eliminado los demonios”. “Es como un lavado de cerebro. Al final terminas creyendo que sí hay algo malo dentro de ti y que sí te están limpiando de algo”, explica.
Finalmente decidió decirles que ya no era gay. “Mentí para salirme de ahí. Sabía que si decía que aún era gay el martirio iba a durar mucho más”, añade, y afirma que los nervios, la ansiedad y la presión de toda la gente orando a su alrededor no le dejaron otra opción. Cuando regresaron a la casa nadie volvió a hablar del tema. Pero “obviamente todavía seguía siendo marica”, dice.
Asegura que en ese entonces no conocía nada sobre derechos humanos, en la escuela no contaba con el apoyo de ningún profesor y no tenía las herramientas para decirles a sus padres que lo que estaban haciendo estaba mal.
Todo aquello desencadenó cuadros depresivos y varios intentos de suicidio.
“Terapia de conversión” es un término que describe prácticas pseudocientíficas que se usan para intentar alterar la expresión de género, la identidad de género o la orientación sexual de una persona, que incluyen desde la receta de medicinas a electrochoques, internamientos forzados en “clínicas” y exorcismos.
Una investigación de la Universidad de Coventry de Reino Unido publicada en 2021, que entrevistó a decenas de personas que habían sido sometidas a terapias de conversión, no encontró ninguna evidencia de que funcionen, pero determinó que puede tener un impacto negativo en la salud mental de las personas.
Asimismo, un informe del Instituto Williams de la Facultad de Derecho de la Universidad de California de 2020 asegura que las personas LGB no transgénero que fueron sometidas a una terapia de conversión tienen casi el doble de probabilidades de intentar suicidarse o pensar en ello en comparación con sus pares que no las habían recibido.
“Exorcismos”
Varios meses después de esa primera terapia, la colombiana que hoy se identifica como transexual, fue sometida a una segunda aún más traumática organizada por la misma iglesia donde ella había sido bautizada y sus padres se habían casado.
“Mi hermana me acompañó y nos dijeron que sería una convivencia de jóvenes, lo cual no me pareció raro porque ya yo había ido a convivencias de hijos en las empresas en las que mis padres trabajaban”.
Las montaron en un ómnibus con otras familias y sin explicarles mucho las llevaron a una finca remota en las afueras de Bogotá. La llamada convivencia tenía reglas estrictas. Durante los “interminables” seis días que duró su estadía repetía la misma rutina.
La levantaban muy temprano y la mandaban a orar antes del desayuno. “Luego tenía que seguir orando durante todo el día para sacarme al ‘demonio’ que tenía dentro y si no obedecía no podía comer o dormir”, recuerda.
“Me hacían exorcismos, lanzándome agua bendita. Ponían cirios por todos lados, me hacían cruces con cenizas y hablaban de lo que estaba mal en mí y mi orientación sexual”.
A medida que las personas iban “arrepintiéndose de sus pecados”, las hacían hablar de otras personas con las que habían “pecado” y a identificarlas. Para que las dejaran acostarse, tenían que decir primero que se sentían “liberadas de espíritus”.
Todos se iban a dormir, menos Danne, quien no aceptaba mentir ni quería arrepentirse de ser gay. Por eso solían ponerla como ejemplo de “lo que estaba mal” y la hacían rezar rosarios durante horas.
“En las últimas noches mi hermana me decía que se sentía muy mal y me rogaba que cambiara. Ella también se sentía rechazada por ser la hermana del marica”, explica Danne.
“No quería seguir peleando”
Hasta que tuvo que ceder y, como después de la primera “terapia”, decir que había dejado de ser gay. De regreso a casa, su familia le preguntaba si estaba bien y si sentía algún cambio. “Inicialmente les dije que había cambiado. No quería seguir peleando y si les decía que me sentía igual que siempre, las terapias iban a continuar, lo que no era sano para mí”.
Danne explica que al salir de una terapia de conversión te sientes “perdida”, debido a que lo que te dicen en esos espacios es “muy diferente” a lo que sientes. “Quieres cambiar y ser ‘normal’, porque te hacen sentir que está mal ser tú”, reflexiona.
“Te hacen sentir que si eres gay tus únicas opciones de vida son ser peluquera o prostituta y yo no quería eso, yo quería estudiar astronomía”. Tras esta experiencia, Danne comenzó a investigar sobre lo que le acababa de pasar y lo que significaba ser gay.
Poco después, mucho más informada, Danne se sinceró con sus padres. Les confirmó que seguía siendo gay, les habló de derechos humanos y decidió involucrarse en el activismo LGBT+ y asistir a manifestaciones y eventos.
En el colegio comenzó a hablar de diversidad y por eso la echaron. Años más tarde, sus padres le pidieron perdón y ahora la apoyan y la acompañan a las marchas de orgullo gay.
Hoy Danne trabaja como directora de la Fundación Gaat, un grupo de acción y apoyo a la comunidad trans, desde donde denuncia que las “terapias de conversión siguen siendo demasiado comunes” tanto en Colombia como en el resto de América Latina y que el tema se ha “normalizado e interiorizado”.
“Yo no era consciente de que había sido sometida a una terapia de conversión hasta que empecé a buscar qué eran”, afirma. “Solo decía en el colegio a modo de chiste que me habían hecho un exorcismo, que no les había funcionado y seguía siendo la marica del cuento”.
Luego de las terapias a las que fue sometida, Danne cuenta que su proceso de autoreconocimiento como persona trans fue largo y estuvo atravesado por muchas “prácticas y reevaluaciones” de lo que sentía.
Un tema “complejo”
Andrés Forero, gerente de campañas de All Out, un movimiento global por los derechos LGBT+, afirma que en realidad hay muy poca información sobre las terapias de conversión gay.
“El tema en América Latina es complejo porque no ha sido prioridad y las leyes varían mucho”, le dice a BBC Mundo.
En algunos países, como Brasil, hay prohibiciones que impiden a los psicólogos hacer terapias de conversión, pero se trata de una medida “que no sirve para mucho”, según Forero.
Esto porque “los psicólogos no son los que más hacen estas prácticas, normalmente son organizaciones religiosas”, argumenta.
Él también opina que “tristemente” las terapias de conversión están “bastante normalizadas” en la cultura latinoamericana.
“Cuando yo le dije a mi papá que era gay su primera reacción fue decirme: ‘Bueno, vamos a ver si hay algún tipo de terapia o algo que podamos hacer para curarte’”.
Vacío legal
En el siglo XX no era inusual que algunos terapeutas propusieran modificar la orientación sexual mediante el psicoanálisis intenso y, en algunos casos, terapia por electrochoque.
Pero en 1973, la Asociación Estadounidense de Psicología dejó de considerar la homosexualidad un desorden. Luego, en 1990, fue eliminada también de la Clasificación Internacional de Enfermedades de la Organización Mundial de la Salud (OMS).
Tanto la OMS como las Naciones Unidas, entre muchas otras organizaciones médicas en todo el mundo, han advertido que todas las formas de terapia de conversión son poco éticas y potencialmente perjudiciales.
Hasta principios de 2022, cinco territorios latinoamericanos las habían prohibido explícitamente: Argentina, Brasil, Ecuador, Uruguay y Puerto Rico, aunque la mayoría de los casos las leyes no abarcan el tema de una manera lo suficientemente amplia.
En el resto de América Latina hay un vacío legal al respecto.
Por Norberto Paredes
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