“Me entrenaron para bombardear Nueva York”: la historia de Peter Brill, el piloto alemán de la misión kamikaze
El régimen nazi planeaba un ataque sorpresa para limitar a Estados Unidos en su propio territorio; el entrenamiento en Polonia y las dudas de una maniobra imposible
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“Yo fui entrenado para bombardear Nueva York”. La confesión del expiloto alemán de la Luftwaffe, Peter Brill Sander, tomó por sorpresa al director de cine argentino, Laureano Clavero, que había ido a entrevistar al anciano de 89 años para un documental sobre los aviones de la fuerza aérea nazi caídos en España.
“Cuando dijo que lo habían entrenado para bombardear Nueva York aluciné, y el documental para el cual lo estaba entrevistando, sobre los aviones caídos en los Pirineos, quedó en segundo plano; es más, todavía lo estoy haciendo”, cuenta Clavero desde Barcelona.
El documentalista señala a LA NACIÓN que Brill aprovechó el encuentro para revelar su máximo secreto antes de dejar este mundo; un secreto que ni su familia conocía.
Brill, de hecho, murió a los pocos meses de brindarle la entrevista a Clavero, no sin antes dictarle a su nuera un diario personal sobre su actuación en la Segunda Guerra Mundial y su posterior confinamiento en un campo de concentración soviético.
Clavero recuerda las primeras palabras que le dijo Brill cuando lo recibió en el altillo de la casa ubicada en el número 100 de la Ronda General Mitre, de Barcelona: “Sobreviví a toda la guerra, a todos los combates, y a la prisión rusa, pero el otro día casi me mato de un golpe en la bañera”.
Cuando el oficial de la Luftwaffe en efecto murió, su familia legó a Clavero el documento donde el mismo piloto narra toda su vida y donde, por primera vez en la historia, una persona cuenta cómo los nazis pensaban bombardear Nueva York.
El testimonio del joven que se afilió a las Juventudes Hitlerianas a los 16 años para tener mayores posibilidades de volar un avión finalmente vio la luz en forma de libro, El diario de Peter Brill, que Clavero publicó en coautoría; además, con la grabación realizada en el ático catalán montó un mediometraje que lleva el mismo nombre y que puede verse por Prime Video.
Cómo bombardear Nueva York con un Heinkel HE-177
Hasta la confesión de Peter Brill, el plan de Adolf Hitler y Hermann Göring para atacar Nueva York mediante un bombardeo transatlántico permaneció en las sombras como una leyenda incomprobable.
Incluso la familia de Brill sabía que él había realizado más de 50 misiones de combate solo en 1945 volando un Messerschmitt BF 109 de la Luftwaffe-Wehrmacht en el frente Oriental, pero la misión secreta para la cual había sido entrenado jamás había sido revelada a sus amigos de confianza, ni siquiera a sus hijos.
Tampoco había otros camaradas que pudieran dar testimonio de la operación secreta para destruir Nueva York. Brill era el único sobreviviente.
La historia es así. Dos años antes del final de la guerra, al joven Brill lo enviaron a realizar una práctica secreta en Polonia. Integraba un grupo especial de seis pilotos muy jóvenes, quienes no se conocían entre sí.
Sin mayores precisiones, de momento debían entrenar con un bombardero Heinkel He-177 Greif, el avión de guerra alemán más grande de la época, sin conocer al detalle la misión para la cual estaban entrenando.
“Brill fue el único de los seis pilotos reclutados para esa misión que sobrevivió a la Segunda Guerra Mundial”, cuenta Clavero, dando cuenta de por qué la historia permaneció oculta tanto tiempo.
La mayoría de los oficiales destacados en esa misión secreta fallecieron en las pruebas por problemas mecánicos o en combate tiempo después.
“Los nazis querían utilizar el Heinkel 177, el bombardero de mayor autonomía de la aviación alemana, pero este debía ser adaptado para realizar un recorrido de 12.000 kilómetros. La autonomía de vuelo era un limitante que debía resolverse para que la misión pudiera realizarse con éxito”, señala.
Los entrenamientos para bombardear Nueva York se realizaron en 1943 en la ciudad polaca de Thorn, pero nunca resultaron como se esperaba. “Despegar y aterrizar esas máquinas no era fácil y los pilotos debían hacer maniobras fuera de lo habitual, pero además los motores modificados se prendían fuego con frecuencia, poniéndolos en serio peligro”, recuerda el documentalista.
Con el plan de ahorrar combustible durante el trayecto hasta Nueva York, los ingenieros de la Luftwaffe realizaron una serie de modificaciones que resultaron imperfectas. También pensaron otras alternativas, como la de emplear un avión más pequeño que viajara como parásito del Heinkel HE-177, bombardeara la ciudad y, luego de la misión, su piloto se eyectara, para ser rescatado luego por un submarino, en algún punto del Atlántico.
Mientras esto sucedía, Brill y sus compañeros aprendieron a pilotear a ciegas y a gran altura, orientándose por el sol y las estrellas, como si fueran marineros del aire. Sabían que, si la misión finalmente se llevaba a cabo, tendrían muy pocas chances de sobrevivir.
Era una misión suicida, al mejor estilo kamikaze, pensaban.
Meses después, sin embargo, la misión se canceló. El plan, con los medios técnicos disponibles, había resultado inviable. Brill fue enviado entonces al frente de combate y participó del último ataque desesperado de los nazis por romper el cerco norteamericano. Tenía 21 años.
Tres años en un campo de concentración soviético
Finalizada la guerra, con cuatro victorias en el aire documentadas (derribos), Peter intentó rendirse a los estadounidenses en Checoslovaquia, cosa que logró, pero los americanos lo entregaron finalmente a los rusos. Parecía el peor de los escenarios y muchos alemanes preferían haber muerto antes que caer prisioneros de los soviéticos.
Los relatos de Brill publicados en sus memorias son elocuentes sobre el modo en que morían sus compañeros por la falta de comida y los trabajos forzados: “Primero morían las personas de cuerpo más grande, porque eran los que estaban acostumbrados a comer más”.
Fue en el gulag soviético cuando el joven piloto alemán conoció las aberraciones de la maquinaria nazi. “Un grupo de soldados antifascistas se acercaron a nosotros y nos explicaron lo de los campos de concentración y exterminio. No lo creímos, y ante la insistencia en los relatos, acudimos a los prisioneros que habían sido parte de las SS, pero ellos también lo negaban”, contó Brill, y añadió: “Cuando confirmé todas las atrocidades que el régimen nazi había cometido, se me cayó el mundo encima. Yo creía que había luchado por algo justo”.
Brill estuvo más de tres años en un campo de concentración haciendo ladrillos y comiendo sopa de avena una vez al día. Estima que la mitad de los detenidos de su sección murió.
“Si alguno de nosotros se paraba a descansar porque no podía seguir el ritmo, te mataban sin contemplaciones”, remarcó, como si la prisión soviética fuera un espejo deforme del confinamiento nazi.
“Según los registros rusos, un total de 381.067 soldados alemanes perdieron la vida en sus campos de prisioneros, pero diversos autores aumentan esa cifra hasta cerca de 1 millón”, consideró Brill en sus memorias, profusamente documentadas.
Al no ser considerado un criminal de guerra sino un joven soldado del aire, Brill fue liberado, en mayo de 1948. Volvió a Alemania a ver a su familia, se casó y decidió emigrar, frente a la tristeza que le provocaba ver a su país devastado, partido en dos y ocupado por las potencias vencedoras.
“Se sintió engañado, nunca más quiso regresar a Alemania. Me dijo que él había sido una víctima más de la propaganda”, sostiene Clavero, y agrega: “Nunca fue un nazi convencido. Afirmaba con frecuencia que la cúpula nazi eran unos gordos sinvergüenzas que vivían de lujo y que mandaban a la gente a morir”.
Peter Brill Sander murió el 22 de febrero de 2013 a la edad de 89 años. Sus restos descansan en el Cementerio de Mallorca. Un pequeño avión Messerschmitt Bf 109 de juguete decora su lápida.
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