McVeigh: ¿venganza, retribución o justicia?
La ejecución de Timothy McVeigh, ¿fue un acto de justicia? Casi todos los Estados de Occidente, que han renunciado a la pena de muerte, piensan que no. Pero 38 de los 50 Estados norteamericanos que ejecutan casi 100 condenados cada año; el presidente George W. Bush, que aprobó más de 140 ejecuciones mientras fue gobernador de Texas, y dos de cada tres norteamericanos, según las encuestas, piensan que sí.
Originariamente, el castigo al autor de un acto criminal respondió al sentimiento primordial de la venganza que anidó en los agredidos y sus allegados. Pero el deseo de vengar la ofensa recibida cambió de naturaleza cuando ellos, en lugar de satisfacerlo directamente, reclamaron ante un juez. Cuando esta reclamación se volvió obligatoria, nació el Estado.
¿Qué haría el Estado frente a este reclamo? Administrar justicia. Adam Smith definió la justicia como "la venganza, en cuanto es admisible para un tercero imparcial".
La más primitiva de las leyes penales fue la ley del talión: "Ojo por ojo, diente por diente". Gracias a ella, la venganza empezó a ser domesticada porque no se le haría al ofensor más daño que el que éste hubiera producido. La pasión de la venganza, en efecto, supone un grado de desmesura porque, animado por ella, el ofendido se excede convirtiendo al ofensor en ofendido hasta que éste, otra vez, se excede, disparándose así el mecanismo sin fin de la violencia que aún está ensangrentando al Medio Oriente como ensangrentó nuestros años setenta.
La retribución
Es en la ley del talión donde parece ubicarse la pena de muerte que abatió a McVeigh. Hace seis años, la bomba de McVeigh mató a 168 personas en Oklahoma. El lunes pasado, el Estado lo mató a él.
Cuando el Estado mata al que mató después de un juicio imparcial, ya no ejerce la venganza sino la "retribución". ¿Pero alcanza la retribución el nivel de la justicia? Los 109 países donde ha sido abolida la pena de muerte -entre ellos el nuestro y todos los miembros de la Unión Europea- no lo creen así. En la aplicación de la pena de muerte, los Estados Unidos andan en la dudosa compañía de los países no democráticos que más recurren a ella: China con 1000 ejecuciones por año, Arabia Saudita con 123 e Irán con 75.
Choque de argumentos
La pena capital ha sido defendida con diversos argumentos. Uno, que es necesario "reparar" el daño al sistema de valores perpetrado por el criminal. Otro, que conviene castigar a un criminal para disuadir a otros que podrían repetir su intento. El tercero, que el autor de un crimen ha revelado una "peligrosidad" de la cual la sociedad deberá resguardarse. El cuarto, que no tiene sentido mantener al convicto de un grave crimen a costa del Estado, cuando éste tiene tantas otras necesidades que cubrir.
Empezando por el último de estos argumentos, está demostrado que la pena capital, debido a la sucesión de apelaciones sin cuento que requiere, es mucho más cara que mantener de por vida a un condenado. En cuanto al tercero, si un reo es peligroso para la sociedad bastará con retenerlo en prisión por el tiempo que sea necesario, sin incurrir en fáciles liberaciones como ha sido nuestro caso. En cuanto al segundo, también está probado que aquel que se siente tentado de cometer un crimen no dejará de cometerlo por la gravedad de la pena prometida sino por el riesgo de ser capturado. Si ese riesgo es bajo, sea cual fuere la pena no habrá disuasión.
Queda el primer argumento de la "reparación" por el mal cometido. Pero este concepto, de raíz religiosa, sólo afecta a los creyentes.
No ha sido infrecuente en los tribunales, por otra parte, la condenación de un inocente. Si ella es seguida por la ejecución, se vuelve irreparable. No parece ser éste el caso de McVeigh, ¿pero qué juez, qué jurado, pretenderá poseer el don divino de la infalibilidad?
Líderes en tantos otros terrenos como el tecnológico, el militar y el económico, los Estados Unidos no lo son en materia penal. Con sus botas de vaquero, el presidente Bush y todos aquellos que lo apoyan cada vez que le baja el pulgar a un condenado, quizás encarnan todavía el espíritu aventurero del Far West. Por eso mantienen también el derecho de los ciudadanos de andar armados. Pero la ley del revólver, que no premia al justo sino al más rápido, marcha hacia el pasado.