Coronavirus: más fragmentación política y nuevos outsiders se asoman en el horizonte de América Latina
Esta columna fue publicada originalmente en Americas Quarterly
NUEVA YORK.- Si alguien creía que ya antes del Covid-19 en América Latina era difícil construir consensos, que espere un poco, porque todavía no hemos visto nada.La pandemia parece generar aún más polarización y fragmentación política, que en los próximos años podría propiciar la llegada de nuevos outsiders de la política y mayores tensiones entre el poder Ejecutivo y el Legislativo.
Esas dos tendencias están en marcha desde hace años, porque los gobiernos de la región no han logrado contener la recesión y el aumento de la pobreza, el desempleo y la inseguridad. Pero ahora los mismos problemas estructurales que convirtieron a América Latina en un terreno particularmente vulnerable para la pandemia –desigualdad, informalidad y Estados débiles– amenazan con agravarse aún más en la década de 2020, dado que los Estados enfrentan crisis fiscales, una caída de los recursos y una ciudadanía cada vez más impaciente.
De hecho, un rápido vistazo a la región deja entrever que ya estaría ocurriendo.
Las protestas y las crisis institucionales ya cundían en la región Incluso antes de la llegada del virus, sobre todo en los países andinos. En 2019, el combo de desaceleración económica, que pone en jaque la movilidad social de la década de 2000, y escándalos de corrupción, alentó a los votantes a tomar las calles para rechazar a los poderes de turno. A comienzos de marzo, el temor del Covid-19 hizo que las protestas mermaran, incluso en Chile , donde el descontento derivó en una convocatoria para un plebiscito sobre la reforma constitucional, que debió reprogramarse debido a la pandemia. La mayoría de las protestas se volvieron más focalizadas, centradas en el reclamo de asistencia económica o suministro de equipamiento médico.
Sin embargo, las protestas políticas volvieron a intensificarse en Bolivia . En agosto, el partido MAS de Evo Moralesorganizó cortes de rutas para exigir que las elecciones presidenciales –en un principio planeadas para mayo, pero postergadas por la extrema situación sanitaria– se celebren lo antes posible. La elección en sí es una "reconstrucción" de octubre de 2019, cuando las protestas por el recuento de los votos, junto con un amotinamiento de la policía y el pedido de renuncia del presidente emitido por los militares, forzaron al entonces presidente (y candidato) Evo Morales a exiliarse primero en México y luego en la Argentina . La elección fue reprogramada para el 18 de octubre, y el MAS presentará a un candidato diferente, Luis Arce, que actualmente lidera las encuestas. La presidenta interina, Jeanine Áñez , también es candidata, aunque en octubre no lo había sido. Serán elecciones seguramente muy disputadas, y difícilmente pueda sanar las profundas heridas de Bolivia.
En Brasil , la Argentina y México , la polarización también provocó manifestaciones políticas. En Brasil, los partidarios del presidente Jair Bolsonaro protestaron contra los confinamientos declarados por los gobernadores de los estados, mientras que los opositores del presidente vituperaron su manejo de la crisis sanitaria y denunciaron sus escándalos de corrupción. Algunos salieron a la calle para manifestar su descontento, mientras que otros cacerolearon desde su ventana. En la Argentina, el presidente y la oposición coordinaron la respuesta ante la pandemia. En general, la opinión pública apoyó esa cooperación, pero las minorías altamente polarizadas salieron a la calle contra la cuarentena y también expresaron su oposición a políticas no vinculadas con la pandemia. En México, el frente contra el presidente Andrés Manuel López Obrador organizó una caravana vehicular contra el gobierno que, al igual que en la Argentina, movilizó principalmente a manifestantes de clase media. Eso resulta llamativo, porque López Obrador mantuvo la austeridad fiscal en medio de la pandemia, mientras que Argentina y Brasil ampliaron las políticas de compensaciones para un segmento amplio de la población. Por lo tanto, la polarización no está asociada necesariamente con las políticas sociales, y su dinámica podría estar cambiando.
Ni la polarización ni los outsiders de la política son cosa nueva en la región. Pero la recesión económica y los escasos recursos fiscales causados por la pandemia están desdibujando el mapa político, porque es mucho más difícil construir grandes coaliciones ahora que durante la época del auge de los precios de las materias primas. Tal vez tengamos una imagen más clara de esta reconfiguración en marcha después de las elecciones en Bolivia y Ecuador , países gobernados por políticos impopulares y con graves crisis sanitarias. En ambos, el electorado está polarizado con relación a dos exmovimientos de izquierda radical. La oposición está fragmentada, aunque podría imponerse en la segunda vuelta. Gane quien gane, la fragmentación dificultará la construcción de mayorías.
Mientras tanto, los presidentes de países polarizados como la Argentina y Brasil no tienen mayoría en sus congresos, y en México, las elecciones de mitad de mandato de 2021 podrían debilitar a la coalición del presidente, ya que generalmente la caída económica va acompañada de una derrota electoral del oficialismo.
En contrapartida, si no hay nadie a quien odiar o amar, el descontento de la gente puede traducirse en fragmentación política. Esa desconfianza generalizada puede facilitar la llegada de outsiders que prometen refundar el sistema político. La experiencia prepandemia de López Obrador en México y del presidente Nayib Bukele en El Salvador reflejó la frustración de la población con la corrupción, la inseguridad y la falta de oportunidades económicas. La pandemia no hizo más que agravar esas preocupaciones. Los peruanos, por ejemplo, están tan frustrados con su Estado, que terminan apuntando sus demandas a las empresas privadas. En un país donde la corrupción es la primera preocupación en medio del elevado número de muertos por la pandemia, no sorprende que la mayoría de los peruanos no sepan a quién votar el año próximo, y que dos tercios quieran a alguien que ofrezca resultados, aunque eso implique salirse de la ley.
En Chile, los votantes descreen profundamente de todos los partidos políticos, y el 90% cree que el rumbo del país es equivocado. La mayoría tiene esperanzas en el plebiscito constitucional. Casi dos tercios de los chilenos esperan que la reforma constitucional genere un cambio político, y el 87% está dispuesto a votar en octubre a pesar del temor al contagio de coronavirus. Pero todavía no hay ningún candidato definido para las elecciones presidenciales del año próximo, y no se sabe si el sistema de doble vuelta electoral producirá una fragmentación que no pueda ser contenida por coaliciones, o si le abrirá la puerta a un candidato outsider.
Los escenarios políticos en América Latina confirman que los ciudadanos se sienten desprovistos de opciones y consideran que los políticos están desconectados de sus dificultades cotidianas. La polarización los ayuda a diferenciar con mayor nitidez a los políticos. Al fin de cuentas, los votantes todavía aspiran a que los políticos les ofrezcan soluciones a sus problemas, que se han visto acentuados por una pandemia que le impidió trabajar a gran parte de la población. La académica Nora Lustig y sus colaboradores demostraron que "la franja de la población que no era lo suficientemente rica como para pasar la cuarentena de manera confortable, pero que a su vez no era lo suficientemente pobre como para ser beneficiaria de las políticas sociales, fue la más afectada en términos relativos."
Es probable que ese segmento del electorado, al transformar el debate en torno a las políticas públicas, sea crucial en las próximas elecciones. Se trata de votantes que pueden inclinar la balanza de los escenarios posibles en cada país latinoamericano luego de la pandemia.
Americas Quarterly
(Traducción de Jaime Arrambide)
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