Más estabilidad que carisma: por qué dicen que Alemania celebrará “las elecciones más aburridas de la historia”
En los comicios del 26 de este mes se elige al sucesor de Merkel, pero el mayor atractivo de los candidatos es ofrecer “estabilidad”
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BERLÍN.- El político más popular de Alemania, que querría ser canciller, no está en la boleta. El candidato favorito es tan aburrido que la gente lo compara con un aparato. Y en vez de “Yes, we can!”, el lema electoral de Barack Obama, a los votantes los arengan con promesas de “estabilidad”.
Nadie diría que Alemania se prepara para las elecciones más importantes en más de 20 años. De hecho, hace unos días, un titular del diario Die Welt se preguntaba: “¿Serán las elecciones más aburridas de la historia?”
Sí y no.
La campaña para reemplazar a la canciller Angela Merkel tras 16 años de preeminencia sobre la política alemana y europea es la más reñida en Alemania desde el año 2005, y todo indica que los márgenes se estrecharán aún más. Los socialdemócratas, a quienes hace apenas un mes todos daban por perdedores, ahora superan a los conservadores de Merkel por primera vez en años.
Pero la campaña electoral también revela un vacío de carisma que ha sido típico de la política alemana de posguerra y que al mismo tiempo resulta excepcional, por lo insulsos que son los dos posibles sucesores de Merkel. Y eso se refleja en las encuestas: ningún partido mide más del 25%, y durante gran parte de la carrera electoral, el candidato preferido de la gente no fue ninguno de los antes mencionados.
Quien gane, sin embargo, tendrá la labor de arrear la mayor economía del continente, y por lo tanto se convertirá en uno de los líderes más importantes de Europa, lo que lleva a preguntarse, según los analistas, si ese déficit de carisma no se traducirá también en un déficit de liderazgo.
Y por más que el resultado de las elecciones pueda ser emocionante, los candidatos que van en punta distan mucho de serlo.
Candidatos en pugna
A menos de un mes de la votación, a la cabeza van dos hombres de traje y políticos de carrera, con una imagen de burócratas, representantes de los partidos que gobernaron conjuntamente el país durante gran parte de las últimas dos décadas.
Por un lado está Armin Laschet, gobernador del estado occidental de Westfalia del Norte-Renania, candidato de los democristianos, el partido conservador al que pertenece Merkel. Y después está Olaf Scholz, un socialdemócrata que es vicecanciller y ministro de finanzas de Merkel.
La candidata del cambio, Annalena Baerbock, de 40 años y colíder del Los Verdes, tiene una ambiciosa agenda de reformas y verba de sobra, pero después de su fugaz auge veraniego se está quedando atrás en las encuestas.
Es un suspenso para comerse las uñas, pero al estilo alemán. ¿Quién puede encarnar mejor la idea de estabilidad y continuidad? O Mejor dicho: ¿Quién puede encarnar mejor a Merkel?
Por el momento, parece ser Scholz -un hombre al que los alemanes apodan hace tiempo “Scholz-o-matic”, o sea que lo comparan con un aparato-, que es un tecnócrata y político veterano que por momentos parece responder robóticamente. Ahí donde todos han derrapado en la campaña, Scholz no ha cometido ningún error, básicamente diciendo poco y nada.
“Los ciudadanos saben quién soy”, le dijo Scholz a su partido antes de ser ungido como candidato a canciller, una frase con obvias reminiscencias a la icónica frase de Merkel a los votantes en 2013: “Ustedes me conocen.”
Uno de sus recientes avisos de campaña muestra la sonrisa tranquilizadora de Scholz y un texto que usa la forma femenina de la palabra canciller en alemán, donde les dice a los votantes que él tiene lo que se necesita para liderar el país, a pesar de ser un hombre. Esta semana, la revista Der Spiegel le dedicó un perfil que llevaba como título “Angela II”.
Scholz se ha esforzado tanto por encarnar a la perfección el aura de estabilidad y calma de la actual canciller que hasta lo han fotografiado sosteniendo las manos al frente en forma de diamante, en lo que se conoce como el “rombo de Merkel”.
“Scholz quiere ser un clon de Merkel hasta en el rombo”, dice John Kornblum, un exembajador estadounidense en Alemania que desde la década de 1960 ha vivido en Berlín de forma intermitente. “El preferido de todos es el tipo más aburrido de las elecciones, tal vez incluso del país. Hasta mirar hervir el agua parece interesante al lado de él.”
Pero a los alemanes, señalan los observadores políticos, les encanta lo aburrido.
“Hay pocos países donde ser aburrido es tan importante”, dice Timothy Garton Ash, profesor de historia europea de la Universidad de Oxford.
No es que los alemanes sean impermeables al carisma. Cuando Barack Obama se postuló para presidente y pronunció un conmovedor discurso en la Columna de la Victoria en Berlín, en 2008, 100.000 alemanes lo ovacionaron.
Pero no les gusta en sus propios políticos. Y eso es porque la última vez que Alemania tuvo un líder carismático la cosa no terminó bien, señala Jan Böhmermann, un popular presentador de televisión y comediante alemán.
El inquietante recuerdo de la victoria del partido nazi de Hitler en elecciones libres ha sido determinante en más de un sentido para la democracia alemana de posguerra, dice Böhmermann. “Y uno de los rasgos que impuso es la abolición del carisma en la política.”
Andrea Römmele, decana de la Escuela Hertie, con sede en Berlín, lo expresa de esta manera: “Acá, alguien como Trump, jamás se convertiría en canciller”.
Paradójicamente, en parte eso se debe al sistema electoral que Estados Unidos y sus aliados le dejaron como herencia a Alemania después de la Segunda Guerra. A diferencia del sistema presidencialista de Estados Unidos, los votantes alemanes no eligen directamente a su canciller. Votan por partidos, y el porcentaje de votos de los partidos determina su participación en los escaños del Parlamento. A continuación, el Parlamento elige al canciller.
Y como casi siempre se necesita más de un partido para formar gobierno, y esta vez quizás incluso hagan falta tres, los candidatos no pueden ser demasiado agresivos con las personas en las que probablemente tendrán que confiar para armar coalición de gobierno.
“Tu rival de hoy bien puede ser tu ministro de Finanzas mañana”, dice Römmele.
En cuanto a los candidatos a canciller, no son elegidos en elecciones primarias, sino por las cúpulas partidarias, que tienden a elegir a otros como ellos: políticos de carrera con años al servicio de la maquinaria del partido.
Dar bien en cámara y tener llegada con los votantes no alcanza, dice Jürgen Falter, un experto electoral de la Universidad de Mainz. “Es un sistema oligárquico estricto”, dice Falter. “Si tuviéramos elecciones primarias, sin duda el candidato habría sido Markus Söder.”
A Söder, el ambicioso gobernador de Baviera, le sobra carisma de patio cervecero y es el político más popular del país, después de la propia Merkel. Deseaba fervientemente postularse para canciller, pero los conservadores eligieron a Laschet, un exaliado de Merkel, entre otras cosas, dice Römmele, porque en ese momento era lo más parecido a un “candidato de continuidad”.
Las encuestas recientes les dan la ventaja a los socialdemócratas de Scholz, con entre el 23% y el 25% de intención de voto, seguidos por el 20% -22% de los democristianos de Laschet, o CDU, y alrededor del 17% de Los Verdes.
Para sus partidarios, Scholz es la voz de la calma y la confianza, un hombre pragmático del taciturno norte de Alemania, representante de la esquiva mayoría silenciosa. “Progresista, pero no estúpido”: así se describió una vez a sí mismo.
Las voces críticas señalan que aunque la campaña electoral estuvo jalonada por una seguidilla de crisis (la pandemia, inundaciones bíblicas, la caótica retirada de Afganistán), en el discurso de campaña no se advierte una compresión de la urgencia de estos tiempos.
Al igual que Laschet, Scholz habla de enfrentar el cambio climático, pero se dedica más a prometer jubilaciones estables, trabajos seguros, un presupuesto equilibrado y en no abandonar el uso de carbón demasiado rápido.
“El gran tema es que el mundo está en crisis y en Alemania no exista una sensación de que esa crisis sea real”, dice Garton Ash de la Universidad de Oxford.
The New York Times
(Traducción de Jaime Arrambide)
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