Más coordinación y menos sálvese quien pueda
La OMS puede hacer planes, pero depende de los países aceptarlos; en la crisis de 2008 la colaboración internacional evitó una depresión
Sálvese quien pueda. Ese parece ser el sentimiento que sobrevuela entre muchos líderes mundiales a medida que la pandemia de coronavirus se vuelve más y más seria. Desde la crisis financiera de 2008 que no planeaba sobre el planeta una sensación tan patente de amenaza existencial sobre el mundo tal como lo conocemos.
Tras la caída de Lehman Brothers, el 15 de noviembre de 2008, los más apocalípticos planteaban el colapso absoluto del sistema capitalista y de la globalización. Eso, ahora ya lo sabemos, no ocurrió y se lo debemos en parte a dos elementos que cuesta encontrar en estos últimos días de pánico e histeria: la colaboración y coordinación de políticas entre países.
Apenas dos meses después del crac de 2008, en menos tiempo de lo que lleva el coronavirus propagándose por el mundo, los líderes mundiales se reunieron en una cumbre extraordinaria del G-20 en Washington, hasta ese momento un foro sin mucho prestigio de ministros de Economía y presidentes de bancos centrales. Las potencias le dieron un nuevo impulso a esa plataforma para intentar coordinar la respuesta a la mayor crisis financiera desde 1929. El encuentro llegó a ser comparado con los acuerdos de Bretton Woods, que establecieron el orden económico mundial que rigió tras la Segunda Guerra. Con la decisión de incluir a los países emergentes, el mensaje pareció ser: o nos salvamos todos o no se salva nadie. En esa y las siguientes dos cumbres que hubo en el transcurso de un año se tomaron una serie de medidas claves, la más importante de ellas fue la coordinación de los bancos centrales para bajar sus tasas de interés y ayudar a reactivar la economía.
El mundo se salvó de una gran depresión, pero los efectos de la crisis financiera fueron de todos modos devastadores. La economía mundial cayó un 4%, Europa tuvo una brutal crisis de deuda soberana, crecieron el desempleo y la desigualdad, y millones de personas sufrieron el rigor de las políticas de austeridad. La globalización empezó a ser vista cada vez más como la raíz de todos los males y el malestar social se convirtió en un caldo de cultivo para el ascenso de nuevos líderes y partidos con mensajes populistas, nacionalistas y xenófobos. El brote de coronavirus corre el riesgo de convertirse en una nueva oportunidad para los discursos nacionalistas de abogar en contra de las fronteras abiertas y de reforzar los discursos que ven en los migrantes a un enemigo declarado.
Roces
Ayer, la Unión Europea puso el grito en el cielo con la restricción para vuelos que impuso Trump.
"El coronavirus es una crisis global y requiere cooperación. La UE desaprueba que Estados Unidos haya impuesto de manera unilateral una prohibición de viaje sin consultar", se quejó la Comisión Europea en un comunicado. Trump respondió sin vueltas: "Teníamos que tomar una decisión y no queríamos perder tiempo".
La Casa Blanca ya había irritado antes a China por sus críticas en la supuesta lentitud con la que manejó inicialmente el brote. "Deseamos que algunos responsables de Estados Unidos concentren en este momento su energía en responder al virus y promover la cooperación, y no en echarle la culpa a China", dijo ayer el vocero del Ministerio de Relaciones Exteriores chino, Geng Shuang.
En contraste con la actitud norteamericana, China ayer envió expertos y toneladas de materiales a Italia para ayudar a contener el brote.
Esta semana, otros dos líderes con una fuerte retórica nacionalista tomaron medidas restrictivas con los extranjeros para hacer frente al coronavirus: el israelí Benjamin Netanyahu y el indio Narendra Modi.
"Las decisiones son tan políticas como médicas. Trump, Netanyahu y Modi están jugando para sus bases políticas con sus acciones", opinó Peter Apps, columnista especialista en riesgo de la agencia Reuters.
Como para con la lucha contra el cambio climático, el freno de una pandemia requiere el compromiso de todos los países. La OMS puede planificar una respuesta global, pero no tiene poder para forzar a nadie a cumplirla. Va a hacer falta más coordinación no solo para contener la pandemia, sino también para hacer frente a las enormes consecuencias económicas que va a tener si nos guiamos por el desastre que están atravesando los mercados. Por más éxito electoral que tengan los discursos nacionalistas, la economía internacional está demasiado interconectada, y el impacto mundial que tuvo la paralización de Wuhan por una epidemia inesperada es el ejemplo más claro de ello.
La globalización ya estaba sufriendo antes del coronavirus: el Brexit, los nuevos líderes nacionalistas o la retirada de Estados Unidos del Acuerdo de París son algunos ejemplos. En vez de generar nuevos mecanismos de coordinación, por ahora la pandemia parece estar acelerando el proceso de desconexión global.
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