Más allá de los errores de EE.UU., Irak carga con su propia culpa
La debacle que vive Irak no es culpa de Barack Obama. No es culpa de los republicanos. Ambos cargan con alguna responsabilidad, pero la culpa recae abrumadoramente sobre el primer ministro iraquí, Nuri al-Maliki.
Parte de la izquierda señala que es culpa, en primer lugar, del presidente George W. Bush por haber invadido Irak. El senador republicano John McCain argumenta que la Casa Blanca tiene tanta responsabilidad que el presidente Obama debería reemplazar a su equipo de seguridad nacional.
Recordemos que Irak no es un botín político para nadie: un país de 33 millones de habitantes al borde del abismo y que responde a su propia dinámica interna, en un mundo en el que, desgraciadamente, hay más problemas de relaciones internacionales que soluciones.
El debate sobre quién perdió Irak es fiel reflejo del debate igualmente inconducente de mediados del siglo XX sobre "quién perdió China". China no era de Estados Unidos para poder perderla, así como Irak no lo es ahora.
El discurso demócrata es que Bush desencadenó un efecto dominó. El problema de esa lógica es que hasta hace un par de años los funcionarios del gobierno de Obama se jactaban de lo pacífica y exitosa que se había vuelto Irak gracias a su trabajo fino. Como mínimo, evaluaron catastróficamente mal esa tendencia.
La línea argumentativa de los republicanos es que al retirar las tropas norteamericanas, en diciembre de 2011, el presidente Obama desperdició lo que se había ganado hasta entonces. Eso es posible, pero improbable. Y el primer ministro Nuri al-Maliki no parecía a gusto con un acuerdo que les concediera a las tropas norteamericanas el estatus militar que les habría permitido quedarse. Donde Obama sí tiene alguna responsabilidad es en Siria, zona de ensayo del actual caos que vive Irak.
En retrospectiva, Obama se equivocó cuando vetó la propuesta de la entonces secretaria de Estado, Hillary Clinton, y del general David Petraeus de armar a los moderados de Siria. No podemos saber si hubiese dado resultado. Pero está claro que la política de Obama, si es que la hubo, falló. Los activistas dicen que en Siria murieron 160.000 personas y que el presidente Bashar al-Assad ha ganado terreno. Ante la falta de apoyo extranjero, algunos rebeldes sirios se sintieron frustrados, abandonaron las filas de los rebeldes moderados y se unieron a los extremistas, simplemente porque les pagan más y los arman mejor. Consecuencia: las fuerzas extremistas, en particular el Estado Islámico en Irak y el Levante (EIIL), cobró impulso y estableció bastiones en el norte de Siria. El EIIL usó esas bazas para lanzar ataques sobre el norte de Irak en los últimos días. Lo que ocurrió acto seguido es alarmante: unos 4000 combatientes del EIIL pusieron en desbandada a un ejército iraquí que cuenta con más de 200.000 soldados activos. Varias divisiones se desintegraron.
Ahí entra en la historia el primer ministro Al-Maliki, pues ésta es una historia política, no militar. Hace años que Al-Maliki viene marginando sistemáticamente a los sunnitas, debilitando a las milicias del Despertar Sunnita que oficiaban de barrera contra los extremistas y socavando el profesionalismo de las fuerzas armadas. Algunos sunnitas le tomaron tanto miedo a su propio gobierno que optaron por el EIIL como un mal menor.
Así que Al-Maliki creó su propia némesis e ignoró las señales de peligro, procediendo con inconsciencia y haciendo oídos sordos a la verdad. Bastante parecido en todo esto a Saddam Hussein.
En 2002, durante la era Hussein, me encontraba en Irak, y desde allí publiqué una furibunda columna contra Saddam. Un alto funcionario de gobierno me convocó a su oficina de Bagdad, donde un retrato de Saddam nos vigilaba, y arrancó con su parrafada amenazante. Resultó que el funcionario en cuestión no había leído la columna completa, así que le pedí nerviosamente al intérprete iraquí que se la leyera en árabe.
Le pagaba a mi intérprete una elevada suma diaria y por razones financieras él no quería verme ni deportado ni encarcelado. Así que al traducirle la columna al funcionario, salteó deliberadamente párrafos enteros y la transformó en jerigonza. Desilusionado, el funcionario me dejó ir con una dura advertencia. Recordé el modo en que los regímenes megalómanos se engañan a sí mismos. Con Al-Maliki es lo mismo: es probable que ni tuviera idea de que su ejército se estaba desintegrando.
Mientras Estados Unidos discute lo que hay que hacer, recordemos el rol central de Al-Maliki en todo esto. Los halcones de la derecha tienen razón cuando dicen que lo de Irak podría ser una catástrofe. Podríamos estar frente al nacimiento de un califato terrorista.
En ese contexto, los halcones abogan por un ataque aéreo de fuerzas norteamericanas. Pero esos ataques también entrañan riesgos, especialmente si nuestra inteligencia en el lugar es obsoleta. El paso crucial, y al que deberíamos aplicar toda nuestra presión diplomática para que se concrete, es que Al-Maliki dé un paso al costado, comparta el poder con los sunnitas y comience la descentralización de su gobierno. Si Al-Maliki hace todo eso, tal vez todavía sea posible salvar Irak. De lo contrario, los ataques aéreos serán un desperdicio más en una tierra en la que ya hemos derrochado mucho, demasiado.
Traducción de Jaime Arrambide
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