Marwan Gill: “La principal víctima de los talibanes somos nosotros, los musulmanes”
El imán y presidente de la comunidad Ahmadía en Argentina opina que los talibanes “manchan” la imagen del islam en tanto no respetan el Corán sino que inventan sus propias reglas, en las que prima “la violencia y el fascismo”
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“Al margen de los afganos, las víctimas principales de los talibanes somos nosotros, los musulmanes”, dice a LA NACION el imán Marwan Gill, teólogo y presidente de la comunidad islámica Ahmadía en la Argentina, tras afirmar que el grupo extremista que tomó el control de Afganistán “no es una representación del islam sino un movimiento militar que practica sus propias reglas en nombre de la religión”.
El violento desembarco de los talibanes en Kabul no preocupa solo a los afganos –muchos de los cuales, desesperados, buscan el modo escapar de su país– o las organizaciones internacionales –como la ONU, que advirtió “ejecuciones sumarias” y pidió que se investigaran las violaciones de derechos–. Preocupa también a los religiosos, quienes se adelantan, una vez más, a ser víctimas de persecuciones, prejuicios y restricciones a nivel global.
“Los que sufren son los casi dos mil millones de musulmanes que hay en el mundo. La gente percibe que la raíz de los problemas y de la violencia es el islam, y eso deviene en acusaciones y persecuciones en Occidente”, sostiene Gill, y sentencia: “Los talibanes son una mancha a nivel mundial para la imagen del islam”.
Los talibanes imponen a las mujeres el uso del velo, prohíben que estudien y trabajen, y matan en nombre de la religión; pero estas acciones van, todas, en detrimento del Corán –el libro máximo de la religión musulmana–, según remarca el teólogo ahmadie.
“El Corán aclara que no hay coacción en asuntos religiosos. Si la mujer musulmana usa velo, debe ser solo por elección propia, y la educación para las mujeres es un derecho desde la cuna hasta la tumba”, explica.
Bajo este contexto, Gill llama a no perder de vista cómo surgió el movimiento talibán y qué es lo que busca la organización.
Los talibanes son un movimiento militar afgano que se consolidó en 1994 como continuidad de los grupos muyahidín, que lucharon contra la invasión militar de la Unión Soviética durante la Guerra Fría, con el respaldo financiero de Estados Unidos. Surgieron, paradójicamente, bajo el ala estadounidense, y gobernaron el país de Oriente entre 1996 y 2001, amparados en una corriente islámica muy conservadora: el wahabismo, rama del sunismo.
“Al principio fueron recibidos con buenos ojos por varios de los afganos porque pusieron orden en un contexto de inestabilidad, erradicaron la corrupción, unieron grupos. Pero tenían una agenda muy polémica y hostil, que derivó en graves violaciones de derechos”, detalla Gill.
Si bien el talibán es un movimiento que se limita a Afganistán, el teólogo traza similitudes con el Estado Islámico (ISIS), Al-Qaeda y Boko Haram –cuyas bases se asientan, respectivamente, en Siria e Irak; Pakistán, y Nigeria–: “A todos ellos los une una enemistad y hostilidad hacia Occidente y hacia los mundos judíos y cristianos, así como el uso del terrorismo como instrumento religioso. Justifican que todo lo hacen en nombre de Dios”.
Y todos ellos, también, surgen en escenarios frágiles, de crisis social, “cuando las sociedades están prontas a una guerra civil y no hay partidos políticos que puedan unir a la población”; suelen, además, recibir apoyo de otros países que tienen intereses de que esas milicias se desplieguen. “No es difícil arriesgar quiénes son, ahora, los gobiernos interesados en ir en contra de lo construido por Estados Unidos”, desliza Gill.
Sin embargo, para el referente de la comunidad Ahmadía argentina, lo trascendental no es desenmascarar quién está detrás del ascenso de los talibanes; es, en cambio, entender que “la vuelta atrás [de la toma del gobierno de Afganistán] es casi imposible” y que peligra la supervivencia de muchos afganos.
“El talibán es un régimen dictatorial y fascista, que va a empeorar la situación de mujeres y niños, así como perseguir y eliminar a quienes consideren enemigos”, advierte Gill.
Como agravante, el teólogo considera que existe un amplio nivel de desconocimiento respecto del islam, lo cual que facilita el desarrollo de regímenes tan extremos: “Un joven afgano cree que matar está bien porque carece de educación y confía ciegamente en lo que le dice el talibán. La ignorancia hace que la gente siga a este tipo de líderes corruptos y violentos”.
En este marco, el desafío que tienen por delante los predicadores del islam es “educar a los musulmanes, reformar a quienes se identifican con la violencia, explicar las enseñanzas verdaderas y buscar el diálogo”, afirma Gill.
También, oficiar de interlocutores con aquellos que están por fuera de la religión musulmana. “Hay que derribar los prejuicios y mitos del islam”, asegura, con fervor, el teólogo. Y concluye: “Islam significa paz, no amenaza de la paz”.
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