Marty Baron: “Mucha gente no busca estar informada, busca ser afirmada”
Leyenda del periodismo norteamericano, el director de The Washington Post se retira hoy después de 45 años de profesión
- 13 minutos de lectura'
Tras 45 años en el oficio que ama, se retira hoy una leyenda. Se marcha Marty Baron de The Washington Post, el periódico que en los 70 llegó al Olimpo periodístico con el caso Watergate, de la mano de otro director legendario, Ben Bradlee, y dos redactores excepcionales, Bob Woodward y Carl Bernstein.
Cuatro décadas después, el Post vivió otra época dorada de la mano de Baron. Investigó al poder, incrementó sus ventas, logró un alcance planetario y ganó diez premios Pulitzer, mientras que su redacción pasó de 580 redactores a superar los 1000, con otro dato singular: la familia Graham, dueña histórica del diario, vendió sus acciones al magnate de Amazon, Jeff Bezos.
Ahora, sin embargo, tras ocho años al mando de la redacción, Baron le dice adiós al Post. Lo decidió hace meses, aunque sólo se lo comunicó a sus redactores después que Donald Trump, que lo intentó todo para destruir al Post, se marchó de la Casa Blanca. Y entonces sí, Baron sintió que era hora de ceder el timón.
“Cumplimos nuestro papel de que el gobierno rindiera cuentas y el poder en general rindiera cuentas”, le dice Baron a LA NACION desde su oficina en Washington, desde donde traza una línea clara. “Nuestro trabajo es conocer los hechos, independientemente de a quién ayude y a quien hiera”, afirma, aunque en estos tiempos de polarización y fake news implique todo un desafío. “Mucha gente no busca estar informada; buscar ser afirmada”.
—¿Qué avizora para el periodismo durante los próximos años?
—Si tengo un mensaje para dar, es el siguiente: el periodismo tiene un papel fundamental en la democracia. Por eso, sin importar las presiones que enfrentemos, independientemente de cómo cambie el negocio, debemos permanecer fieles a los valores fundamentales de nuestra profesión. Y en el corazón de eso está hacer que las instituciones poderosas y los individuos poderosos rindan cuentas. Ese es el papel más importante de una prensa libre. Ese es el deber más alto de quienes trabajamos en este oficio.
—¿Es eso posible, dada la polarización de las audiencias, las limitaciones económicas que afrontan los medios de comunicación y, por ejemplo, la merma en publicidad de los últimos años y que la pandemia acentuó, entre otros factores?
—Intento ser optimista. Tenemos desafíos enormes, sí, pero en este oficio nos hemos enfrentado a desafíos enormes durante mucho tiempo. En todos estos años como periodista —y han sido 45 años— la gente decía que cada año era el peor del oficio. Pero nuestra profesión ha sobrevivido, al igual que la mayoría de nuestras empresas periodísticas, a pesar de que enfrentan dificultades increíbles. Recuerdo que la gente hablaba de la inminente quiebra de The New York Times cuando el precio de sus acciones pasó de 50 a 3,5 dólares. Ahora está prosperando. La gente también hablaba de la quiebra de The Washington Post. De hecho, cuando llegué aquí, perdíamos cantidades sustanciales de dinero, pero ahora estamos creciendo e invirtiendo. Eso no quiere decir que hayamos resuelto todos nuestros problemas. Ciertamente no. Los problemas son enormes. Pero creo que los superaremos porque siempre existe una demanda de información y noticias sobre el país en una democracia. Y mientras haya una necesidad, encontraremos un modelo. Pasaremos por períodos continuos de disrupción, algunos mayores, otros menores, pero encontraremos la manera.
—¿Debe la prensa asumir algún papel para reducir la polarización? ¿O eso está fuera de nuestro servicio público?
—Tenemos un rol, sí. Debemos asegurarnos de que no somos parte de la polarización, que no acentuamos esa polarización. Nuestro trabajo es conocer los hechos, independientemente de a quién ayude y a quién hiera. Puede ayudar a una de las partes. Puede lastimar a otra parte. Pero realmente no importa. Porque nuestro trabajo no es promover una ideología, al menos aquí en The Washington Post. Nuestro trabajo es determinar cuáles son los hechos, ponerlos en el contexto adecuado y escribirlos de una manera que involucre al público, sin preocuparnos por si ayuda a un partido político u otro, si ayuda a una ideología u otra. Nuestro principio central es decir la verdad en la medida en que se pueda determinar la verdad. Está inscrito en la pared, cuando entramos en nuestra redacción. Y eso es lo que debemos hacer e intentamos hacer.
—Pero, ¿cómo puede la prensa llegar a personas que creen en todo tipo de teorías conspirativas, sean a favor o en contra de políticos o sobre la pandemia o el cambio climático o cualquier otro tema?
—Eso es muy difícil. Creo que es uno de los mayores desafíos que enfrentamos porque, lamentablemente, mucha gente no busca estar informada; busca ser afirmada. Muchos quieren medios de comunicación que afirmen su punto de vista preexistente. Quieren que los medios les digan que lo que ya piensan es exactamente correcto. Eso es diferente de estar informado, de aprender cosas que no sabías, o que la prensa te diga que lo que pensabas que era cierto podría no serlo o cambiar tu forma de pensar sobre las cosas. La información te hará pensar con mayor profundidad. Pero para eso necesitamos una sociedad que quiera estar informada, no una que quiera ser afirmada. Y necesitamos una profesión que considere que su misión es informar a las personas, no afirmarlas. Desafortunadamente, en el sistema actual, existe un mercado para los medios que ven la oportunidad de ganar dinero afirmando los puntos de vista preexistentes de las personas de derecha e izquierda. Y algunas de las cosas que están afirmando son teorías de conspiración salvajes, extrañas y sin fundamento. Ese es un problema real. Pero no solo la prensa debe lidiar con eso. Es la carga de la sociedad en general.
—¿Cómo es eso?
—Aquí, en Estados Unidos, creo que tenemos que hacer varias cosas. La gente debe comprender cómo funciona realmente el gobierno. Necesitamos educación cívica, aunque no tenemos mucho de eso en Estados Unidos en estos días. Necesitamos más énfasis en nuestra historia, en los principios fundacionales que están incorporados en la Constitución, en aquello que los fundadores estaban tratando de lograr, aunque no siempre hemos vivido de acuerdo con esos principios. Tenemos que entender cuáles han sido y deberían ser nuestros principios fundamentales. Y finalmente, necesitamos una alfabetización mediática. Necesitamos capacitar a las personas sobre cómo evaluar sus fuentes de información, de noticias, comprender qué es una fuente creíble y qué no lo es, y qué tipo de preguntas deberían hacerse para distinguir unas de otras.
—Deme un ejemplo.
—Una pregunta fundamental es ¿cuántos reporteros tiene el supuesto medio en su redacción? En el Post tenemos más de mil periodistas. No los tenemos para inventar cosas. No necesitamos mil personas para inventar. Podríamos hacerlo con diez.
—Espere. Usted trabajó antes en The Miami Herald, con una redacción mucho más pequeña, pero eso no resultó un factor para publicar buena información.
—No, claro que no. Pero nuestro trabajo en el Post es cubrir el país y el mundo, mientras que el del Herald es cubrir el sur de Florida. Obviamente, no necesitan una redacción tan grande como la nuestra. Lo que estoy diciendo es que muchos de estos supuestos medios no tienen a nadie informando. ¿Cuántas personas están haciendo informes reales? Es una pregunta clave. ¿Cuáles son las conexiones de ese supuesto medio con los partidos políticos? ¿Cuáles son sus conexiones con las personas que intentan impulsar una agenda, sea una agenda política o comercial o cualquier otra agenda? También hay que preguntarse eso.
—¿Cuáles son las preguntas que deberíamos habernos hecho antes, ya fuera sobre la pandemia o, en el caso del Post, sobre Donald Trump, o cualquier otra persona o tema? ¿Cuáles son las preguntas que deberíamos hacernos ahora?
—[Piensa unos segundos] ¿Qué podemos hacer como periodistas para recuperar la confianza? ¿Qué podemos hacer para que la gente comprenda la diferencia entre realidad y fantasía? ¿Qué podemos hacer para establecer la diferencia entre realidad y ficción? Ese es el mayor desafío al que nos enfrentamos. Mucha gente cree en una realidad alternativa. El problema es que no es una realidad. Entonces, ¿qué podemos hacer como prensa? No tengo una respuesta fácil a esa pregunta. Ni siquiera estoy seguro de tener una respuesta.
—¿Pero hay algún tópico que considere que la prensa obvió o que debamos ahondar durante los próximos años? Sea la pandemia, por ejemplo, o el cambio climático u otros…
—Es una buena pregunta… [Calla durante varios segundos] No me habían hecho esa pregunta antes, así que tengo que pensarlo, a decir verdad. Esa es realmente una pregunta muy provocativa y no tengo una respuesta.
—Repasando los 45 años que dedicó al periodismo, ¿cuál siente que fue su mejor momento, aquel en que se sintió orgulloso de lo que hacía?
—Bueno… nuestra investigación en Boston [Globe] sobre [los abusos y encubrimientos en] la Iglesia Católica, es quizás la cobertura más trascendente en la que he estado involucrado. Ciertamente fue la que tuvo el significado más profundo para mí porque tuvo un impacto muy directo en la vida de la gente común, supervivientes, víctimas del abuso del clero que no estaban siendo escuchadas. Esa institución, tan poderosa, había podido reprimir sus voces durante décadas, de modo que no fueran escuchadas por las fuerzas del orden, por la prensa, ni por los políticos. Pero ahora son escuchados. Por eso me siento muy bien con ese trabajo. También, con el que hicimos durante la administración Trump aquí, en el Post. Fue un período en que se atacó el papel de la prensa en una democracia, donde hubo un esfuerzo constante y persistente para subvertir nuestro rol en una democracia. Pero nos enfrentamos a eso. No nos cansamos. No vacilamos. Hicimos nuestro trabajo. Y cumplimos nuestro papel de hacer que el gobierno rindiera cuentas y que el poder en general rinda cuentas. Lo hicimos a pesar de que la persona más poderosa del mundo buscó destruirnos, y no creo que usar esa palabra sea exagerar. Buscó destruirnos. Así que me siento muy bien por eso.
—¿Y su momento más oscuro en este oficio?
—Los períodos más oscuros, diría yo, también fueron cuando estaba en Boston, cuando parecía que el Globe no sobreviviría debido a las graves dificultades financieras que enfrentaba. Estábamos perdiendo decenas de millones de dólares al año. Me preocupaba que cerrara mientras era su editor. Y luego también en el Post, cuando Trump nos llamó “enemigos del pueblo” por primera vez. Fue un momento impactante para mí, a pesar de todas las cosas desagradables que ya había dicho sobre la prensa. Me dejó muy claro que no se detendría ante nada por destruirnos. Y nos retrataría no solo como “basura”, como ya nos había llamado, no solo como “la forma más baja de humanidad” como también nos llamó, sino como “traidores”, como un “enemigo” real. Fue horrible. Resultó un punto bajo, pero también una llamada de atención para nosotros, marcando que necesitábamos volver a comprometernos con nuestra misión de conocer y difundir los hechos, y garantizarnos de que no flaqueáramos a pesar de la presión interminable y de los ataques maliciosos que sufrimos durante su administración.
—¿Esas vivencias le pasaron alguna factura?
—No sé si me afectó personalmente. Pero me di cuenta de lo frágil que es nuestro sistema. En Estados Unidos dimos por sentado que nuestras instituciones eran lo suficientemente fuertes para soportar casi cualquier cosa, creyendo que éramos un modelo para el resto del mundo porque nuestras instituciones eran muy fuertes. Pero empezamos a darnos cuenta de que no eran tan fuertes. También comenzamos a darnos cuenta de que no solo se trataba de lo que dicen las leyes, sino que se trataba de si alguien observa esas leyes y también observa las normas de comportamiento esperables en una democracia. Porque no es solo una cuestión de ser una nación de leyes, sino también de normas de comportamiento, no escritas pero que se espera que la gente cumpla en una democracia. Porque si alguien viola todas esas normas, nuestro sistema podría estar en peligro y ciertamente la prensa podría correr peligro. Por eso me siento muy orgulloso de lo que logramos en el Post.
—Le insisto. Y para eso le cuento que suelo dedicarme al periodismo de investigación y muchas veces quedo exhausto, como recién salido de un ring. ¿Ni siquiera ha tenido problemas para dormir alguna vez? ¡Vamos!
—[Sonríe] Duermo bien. La gente me pregunta: “¿Qué te mantiene despierto por la noche?”. Y respondo: “Apnea del sueño” [risas]. Eso es lo que me mantiene despierto por la noche. Pero duermo bien porque me siento completamente orgulloso de lo que hacemos, y creo que lo que hemos estado haciendo es absolutamente correcto. Así que no pierdo el sueño. Los ataques no me mantienen despierto por la noche. Porque, le insisto, me siento bien con lo que hacemos y me siento orgulloso de lo que hemos logrado.
—¿Hay alguna pregunta que no le hice y le gustaría responder?
—No. Las preguntas dependen de ti.
Biografía
- Nació en Tampa, Florida, en 1954, y estudió una licenciatura en periodismo y una maestría en administración de empresas, con honores, en la Universidad de Lehigh.
- Trabajó como reportero para los periódicos The Miami Herald y Los Angeles Times, como editor en The New York Times, y retornó al Herald, como editor ejecutivo, en 2000, donde lideró coberturas como la repatriación del niño Elián González, ganadora del premio Pulitzer.
- En 2001 asumió como editor de The Boston Globe, que reveló los abusos cometidos por sacerdotes de la Iglesia Católica durante décadas, investigación que también le valió el Pulitzer al periódico en 2003 y se llevó al cine en la película ganadora del Oscar, “Spotlight”.
- En 2013 ingresó a The Washington Post como su editor ejecutivo, que durante su gestión se expandió, marcó la diferencia con múltiples investigaciones y coberturas, y ganó numerosos reconocimientos, incluidos diez premios Pulitzer.
- Ganador de varios galardones individuales y títulos honorarios, integra la Academia de las Artes y de las Ciencias de Estados Unidos y la Sociedad de Editores de Noticias de ese país
Recomendaciones para aprovechar el tiempo
—En estos tiempos de pandemia global, ¿qué libros o películas o música o cualquier otra actividad sugiere para distraerse o, acaso, aprovechar el tiempo? ¿Qué hace usted con su tiempo libre, aunque sé que no tiene mucho?
—Como bien dices, no he tenido mucho tiempo libre, casi ninguno, ni veo mucha televisión. Pero últimamente he comenzado a ver películas un poco más. La única que recomendaría es muy divertida y habla de los gobiernos, particularmente cuando se mueven en una dirección autocrática. Se llama “La muerte de Stalin”. Es muy útil para comprender algunas de las cosas que estaban sucediendo en nuestro propio gobierno. Y creo que también sería útil para comprender lo que sucede con otros gobiernos, cómo actúan los aduladores que rodean a una persona con poder y cómo se separa el equipo cuando ya no está allí esa persona, llevando a que compitan unos con otros y pelean entre sí. Es una buena película, la recomiendo.
—¿Cuál es el primer libro que planea leer ya retirado?
—Me lo acaban de recomendar: “Esplendor y Vileza” [por Erik Larson], sobre Winston Churchill.
Otras noticias de The Washington Post
Más leídas de El Mundo
Nueva fase. El juego político en las potencias mundiales que explica la última escalada en la guerra de Ucrania
Tensión en Ucrania. EE.UU. y países europeos cierran sus embajadas en Kiev ante el riesgo de un “ataque aéreo significativo” de Rusia
Desregulación y ajuste. El abrupto giro a la derecha de Nueva Zelanda tras tener uno de los gobiernos más progresistas del mundo
1000 días de guerra. Ucrania, agotada: “Quizás vale la pena decir de acuerdo, tomen esta parte, pero déjennos en paz”