Marjorie Taylor Greene: la abanderada de las teorías conspirativas que sacude a EE.UU.
WASHINGTON.– A Marjorie Taylor Greene se la puede identificar de muchas formas: madre, empresaria, devota cristiana, republicana, trumpista. Pero, en Estados Unidos, es conocida por un apodo, la "congresista de QAnon", una disparatada teoría conspirativa, muy popular en la ultraderecha, que cobró fama y visibilidad durante la presidencia de Donald Trump.
Ignota unos meses atrás, Greene se convirtió en los últimos días en el centro de gravedad político de Washington. Demócratas y republicanos en el Congreso, los medios y hasta la Casa Blanca debieron quitarles atención a la pandemia, la campaña de vacunación, la crisis económica, la agenda del nuevo gobierno de Joe Biden y hasta la tormenta de nieve que azotó al este del país para enfocarse en una congresista que encarna todas las grietas del país, y que dejó a la vista como nadie la profunda fractura que vive el Partido Republicano, y el enorme poder que aún ostenta Trump en sus filas.
Greene, empresaria de 46 años, madre de tres hijos, antiabortista, férrea defensora del derecho a portar armas y trumpista acérrima, ganó el año pasado una banca en la Cámara de Representantes de uno de los distritos más conservadores de Georgia. Y no solo ganó, arrasó: obtuvo casi el 75% de los votos. Hasta ahí, otra incursión de una outsider en la política, salvo por un rasgo distintivo: el nutrido historial de declaraciones incendiarias de Greene.
Ya sea en videos o mensajes publicados en redes sociales, o artículos de un sitio ahora desaparecido, American Truth Seekers ("los buscadores de la verdad"), jugoso en teorías conspirativas, Greene ha dicho durante los últimos años que hay una "invasión islámica" en el gobierno nacional; sugirió que algunos de los eventos más traumáticos de la historia reciente, como los atentados del 11-S, o los tiroteos de Sandy Hook y la secundaria Stoneman Douglas fueron fabricados; llamó "nazi" a George Soros, un blanco común de los conspiradores, y afirmó que los afroamericanos son "esclavos del Partido Demócrata" y que un láser lanzado desde el espacio provocó incendios forestales en California.
Greene cobró notoriedad, sobre todo, por haber defendido y promovido a QAnon, una teoría conspirativa desacreditada hasta el cansancio que sostiene que "élites globales" –incluidos los Bush, los Clinton, los Obama, funcionarios de inteligencia y figuras de Hollywood como Oprah Winfrey o Tom Hanks– son culpables de los males del mundo, dirigen una red satánica de pedófilos y, además, conspiraron en contra de Trump.
"No sé cuánto saben ustedes acerca de Q", dijo Greene en un video de noviembre de 2017, al hablar del supuesto fundador del movimiento. "Es una persona anónima. Q es un patriota, eso lo sabemos con certeza. Pero no sabemos quién es. Les voy a decir: no lo sé. No sé quién es Q, pero les voy a contar porque creo que es algo a lo que vale la pena escuchar y prestar atención", continúa.
Un ascenso político visto con perplejidad
Su ascenso a la política nacional con su llegada a la Cámara baja fue visto con espanto y perplejidad por el establishment político, y además fue recibido como una validación del rincón del trumpismo que adhiere a las teorías conspirativas. Su presencia desató una feroz pelea en el Capitolio, y le impuso un enorme desafío a los republicanos, que de un año a otro debieron descifrar cómo lidiar con un historial de mensajes extremistas, conspiradores, islamofóbicos, antisemitas y racistas.
Greene planteó a los republicanos el mismo dilema que Trump: abrazar a una nueva figura controvertida, o arriesgar perder una parte de la base electoral, y, por ende, poder en Washington. Aunque la cúpula del partido intentó evitar su llegada al Capitolio, una vez que ganó la elección, le dieron la bienvenida, buscaron integrarla, y el líder de la bancada, Kevin McCarthy, la designó en dos comités, el de educación y trabajo y el de presupuesto.
La movida enfureció a los demócratas, que exigieron su remoción. Los republicanos se negaron, y el oficialismo al final forzó una votación en la cual todos los demócratas y 11 congresistas republicanos –una pequeña minoría de la bancada republicana– aprobaron su expulsión de los comités.
"Todos dijeron cosas que desearían no haber dicho, todos han hecho cosas que desearían no haber hecho", dijo el congresista Jim Jordan, republicano por Ohio, un partidario abierto de Trump y una de las figuras de mayor perfil del Congreso. "Entonces, ¿quién es el próximo? ¿Quién será el próximo que atacará la cultura de la cancelación?", continuó.
Greene usó el barbijo como una plataforma de expresión. "Trump ganó", desafió en uno de los primeros que usó, un claro rechazo al resultado de las urnas, avalado por las autoridades electorales, los tribunales y el Congreso. "Censurada", dijo otro. "Libertad de expresión", insistió en otro. Sin disculparse, la congresista intentó despegarse de sus propias palabras. "Fueron del pasado, y estas cosas no me representan, no representan a mi distrito ni mis valores", dijo esta semana en un discurso en el Congreso, antes de la votación que la eyectó de los comités.
Al día siguiente, al brindar una conferencia de prensa bajo un cielo despejado, dijo en un tono desafiante que se sentía "liberada", que buscará correr al Partido Republicano a la derecha y solo se mostró arrepentida de sus declaraciones cuando se lo preguntó un periodista. Y se preocupó por dejar en claro quién manda en el partido: Trump.
"Los votantes republicanos todavía lo apoyan", dijo. "El partido es suyo; no pertenece a nadie más".
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