La mujer lideró investigaciones científicas a lo largo de 30 años, pero trabajó la mayor parte de su carrera en distintas universidades estadounidenses sin recibir una remuneración; lo realizaba “solo por el placer de hacer física”
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“Voluntaria”, “becaria”, “investigadora asociada”: esos fueron algunos de los títulos que Maria Goeppert Mayer recibió a lo largo de 30 años liderando investigaciones científicas que la llevarían a ganar el Nobel de Física en 1963.
En otras palabras, la física alemana trabajó la mayor parte de su carrera en distintas universidades estadounidenses sin que le pagaran un sueldo. Investigaba “solo por el placer de hacer física”, indica su biografía publicada por los premios Nobel.
Si bien en aquel entonces regían normas antinepotismo en Estados Unidos, lo cierto es que “ninguna universidad hubiese pensado en contratar a la esposa de un profesor”, explica la academia sueca. Era su marido, el químico estadounidense Joseph Mayer, quien conseguía los puestos de profesor e investigador de tiempo completo, mientras ella recibía las sobras. Literalmente.
Una de las universidades donde la pareja trabajó, la prestigiosa Johns Hopkins University, cuenta: “Ella había visto una oficina vacía y preguntó si podía usarla; se la negaron y, en su lugar, le dieron un salón en el ático”.
Su historia, narrada en el marco del proyecto The Women of Hopkins, “es un ejemplo de determinación ante la presencia de obstáculos”, reconoce la universidad. Cuando Goeppert Mayer finalmente se convirtió en profesora titular tenía 54 años.
Séptima generación
Goeppert Mayer nació el 28 de junio de 1906 en Katowice, una ciudad que entonces formaba parte de Alemania, pero que hoy pertenece a Polonia. Su padre era la sexta generación de académicos, por lo que siempre asumió que su única hija iría a la universidad y seguiría el legado familiar. “Mi padre me decía: ‘Cuando crezcas, no te conviertas en una mujer’, en el sentido de ama de casa”, contó Goeppert Mayer citada por los Nobel.
Si bien en un principio su intención era graduarse en matemáticas, decidió estudiar física tras participar de un seminario sobre mecánica cuántica dictado por Max Born, uno de los padres de lo que entonces era una incipiente rama de la ciencia. Born se terminaría convirtiendo en el mentor de Goeppert Mayer a lo largo de sus años de estudio en la Universidad de Gotinga, en Alemania.
Pero tras completar su doctorado, la joven se casó y mudó a Estados Unidos, en parte buscando mejores oportunidades académicas, y en parte para alejarse del movimiento político que culminaría con el ascenso al poder de Adolf Hitler. De hecho, durante la Segunda Guerra Mundial, Goeppert Mayer terminaría trabajando en el Proyecto Manhattan, el programa secreto del gobierno estadounidense que desarrolló la bomba atómica.
Manhattan Project
“La urgencia de la Segunda Guerra Mundial llevó al gobierno de Estados Unidos a tratar la capacidad de Goeppert Mayer con más respeto que el mostrado por sus universidades más importantes”, afirman los Nobel.
Ella incluso llegó a decir que, gracias al Proyecto Manhattan, por primera vez en su carrera logró “pararse” por sí misma como científica, sin “sostenerse” en su marido.
Sus biógrafos coinciden en que, aunque disfrutaba del respeto que recibió de sus colegas y de las responsabilidades que le fueron dando durante esos tres años de trabajo, ella albergaba la esperanza de que el proyecto fracasara. Según los Nobel, Goeppert Mayer era “vehementemente anti-Hitler, pero consciente de que el arma que estaba ayudando a crear podría usarse contra amigos y familiares que vivían en Alemania”.
Y aunque la bomba sí fue desarrollada y usada sobre las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki, matando a decenas de miles de personas, las investigaciones lideradas por ella efectivamente no tuvieron éxito. “No encontramos nada y tuvimos suerte... Escapamos de la punzante culpa que sienten hasta el día de hoy los responsables de la bomba”, reconocería luego, según los Nobel.
Los “números mágicos”
Fue después de la guerra cuando Goeppert Mayer comenzó a trabajar en física nuclear, la línea de trabajo que la llevaría a definir la estructura del núcleo atómico y ganar el Nobel.
Sin entrar en muchos tecnicismos, lo que la científica logró demostrar una y otra vez es que los núcleos más estables siempre tenían una determinada cantidad de neutrones o protones. Los “números mágicos” eran 2, 8, 20, 28, 50, 82 o 126. Pero no se conformó con ello: ahora que sabía que eran números especiales, quería saber el por qué. Fue así que comenzó a desarrollar lo que ahora es el famoso modelo de capas nucleares.
De acuerdo con un artículo de 2008 de la Sociedad Estadounidense de Física (APS), “el hecho de que los núcleos con cierto número de nucleones (neutrones y protones) eran especialmente estables ya había sido advertido antes, pero los físicos estaban seguros de que un modelo de capas no podía ser correcto”.
Es que en aquel entonces prevalecía otro modelo creado nada menos que por Niels Bohr, quien había ganado el Nobel por sus investigaciones sobre la estructura de los átomos. Según la APS, Goeppert Mayer “tenía una formación menos formal en física nuclear, [entonces] estaba menos sesgada”.
Su colega y amigo Edward Teller lo resumiría de una forma más elocuente: “Se le ocurrió la idea absurda de oponerse al modelo del núcleo atómico de Bohr. Fui rotundo en mi crítica. Pero resultó ser que Maria tenía razón y, merecidamente, recibió el premio Nobel”.
Una de cuatro
Goeppert Mayer no fue la única capaz de pensar afuera de la caja respecto a la estructura del núcleo atómico. Cuando estaba por enviar su investigación a la revista Physical Review se enteró de que otro equipo liderado por un tal Hans Jensen había llegado a la misma conclusión en su Alemania natal.
“Pidió que su artículo fuese retrasado para salir publicado en el mismo número que el de ellos, pero el de ella terminó siendo publicado en el número posterior al de ellos, en junio de 1949”, cuenta el citado artículo de la APS.
Tiempo después Goeppert Mayer y Jensen se conocieron, convirtiéndose en amigos y colaboradores. Publicaron juntos un libro sobre el modelo de capas nucleares y en 1963 compartieron el Nobel. En ese entonces solo una mujer en la historia había recibido el Nobel de Física: Marie Curie, 60 años antes.
Tendrían que pasar otros 55 años para que otra mujer, Donna Strickland, lo volviese a ganar en 2018. La cuarta y última física en obtenerlo fue Andrea Ghez el año pasado.
El legado
En 1960, poco después de llegar a San Diego para empezar a desempeñarse en su primer trabajo como profesora titular en la Universidad de California, Goeppert Mayer sufrió un ataque cardíaco. Su salud continuaría siendo delicada desde entonces hasta su muerte, en 1972, pero aún así no dejó de investigar y dictar clases.
“Es una de esas mujeres que pelearon por sus objetivos cuando la sociedad exigía que se quedaran en casa”, le dice a BBC Mundo la física Louise Giansante, autora principal del artículo “Mujeres en la física: pioneras que nos inspiran” publicado en 2018 en la revista de la Organización Internacional de Física Médica.
“Enfrentó una serie de desafíos en su vida profesional y personal”, continúa, “lo que incluyó guerras y muertes, pero también simplemente criar a sus hijos y ser esposa mientras intentaba continuar con sus investigaciones”.
“Sus descubrimientos y destacada contribución en gran medida se utilizan hasta el día de hoy. Creo que su historia necesita ser contada y puede servir de inspiración especialmente para las mujeres jóvenes, que todavía tienen que enfrentar numerosos desafíos”, concluye Giansante, sobre el legado de la física alemana.
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