Mali, un potencial Afganistán africano en el patio de Europa
La intervención militar francesa en una de las zonas más hostiles del planeta pretende evitar la instauración de un régimen islamista, como ocurrió con los talibanes
BAMAKO, Mali.- "¡Han venido a salvarnos!", exclama una vendedora de banderas francesas en la esquina de una de las bulliciosas calles de Bamako, bajo un sol inclemente. Los tranquilos transeúntes les devuelven los vítores a Francia y a su presidente, François Hollande, convertido en un héroe desde que lidera la operación militar Serval contra los islamistas radicales que pretenden hacerse con el control del país e instaurar un califato al estilo talibán.
Los malienses ya tienen algunas pruebas de lo que se les avecina si estos grupos radicales, algunos ligados a Al-Qaeda, llegaran hasta el corazón del país. La propia Corte Penal Internacional (CPI) abrió una investigación por los crímenes de guerra cometidos en el norte de Mali desde enero del año pasado.
En localidades como Gao o la histórica Tombuctú está autorizado cortar manos por robar, lapidar por adulterio, flagelar públicamente y hasta se prohibió escuchar música y consumir alcohol, leyes que recuerdan a los años más oscuros del régimen talibán afgano.
"Con lo que no estoy de acuerdo es con la instauración de su sharia , que es su propia interpretación del islam", comenta Triaoré Biabouba, un agente de seguridad del hotel Laico l'amitié de Bamako. La capital está en alerta máxima ante la aproximación de los jihadistas, que ayer fueron vistos en la ciudad de Banamba, a sólo 140 kilómetros de esta ciudad.
"Por eso estoy ciento por ciento de acuerdo con la operación de los franceses. La culpa la tiene nuestro gobierno, que dejó que las cosas lleguen adonde están", se lamenta.
Algunos de los que luchan en esta guerra contra los franceses estuvieron en Afganistán. Son los argelinos llamados "afganos", curtidos combatientes que lucharon como mujaidines contra los soviéticos y que volvieron a casa en los 90 para continuar con la violencia en las filas del Grupo Salafista para la Predicación y el Combate (GSPC), transformado más tarde en Al-Qaeda en el Magreb Islámico (AQMI), y que encontraron refugio en el norte de Mali.
A ellos se unió Al Muthalimin, la brigada de Mokhtar Belmokhtar, ex integrante de AQMI y conocido como "señor Marlboro", responsable de la toma de la planta de gas en Argelia (ver página 2).
Completan el frente islamista otros grupos, como el movimiento armado islamista Ansar Dine, que tienen el régimen talibán afgano como ejemplo para seguir, y otros jihadistas internacionales de países africanos y Medio Oriente. Entre ellos están los tuaregs del Movimiento Nacional de Liberación Azawad, al que paradójicamente se unieron los combatientes que se refugiaron en Libia en los 90 tras su alzamiento contra Bamako.
Secuestros
Este conglomerado de grupos radicales islámicos se hizo fuerte en esta última década gracias al llamado "gansterrorismo", participando en actividades como el narcotráfico, el tráfico de armas y de personas, y recaudando grandes sumas con los suculentos rescates pagados por los secuestros de extranjeros. Según cifras aportadas por Soumeylou Boubeye Maïga, presidente del Observatorio de Terrorismo en el Sahel en 2010, estos grupos recaudaron hasta 16 millones de dólares por los rescates.
Hace años que en el desierto del Sahel encontraron su guarida perfecta. Un agujero negro de cuatro millones de km2 que se convirtió en refugio no sólo de terroristas, sino también de maleantes, narcotraficantes, traficantes de armas y clandestinos subsaharianos. Un territorio donde, según Maïga, los terroristas pretenden crear un Tora Bora (refugio de talibanes en Afganistán) a las puertas de Europa.
Este enorme desierto está catalogado como una de las zonas más hostiles del mundo, con devastadoras y frecuentes sequías, índices de pobreza extrema y una hambruna que afecta a más de diez millones de personas, según Médicos sin Fronteras. Atraviesa una decena de Estados, desde Mauritania hasta Somalia, muchos de ellos fallidos y con violencia y fronteras difusas extremadamente difíciles de controlar.
El norte de Mali, en concreto, se convirtió en la madriguera ideal, y el desierto del Sahara acapara el 60% de este territorio, con una extensión similar a la de toda Francia.
La pobreza hizo que algunos reclutados por los islamistas se hayan alistado por hambre y no por fervor religioso. El gran temor es que esta intervención militar dispare el reclamo de jihadistas internacionales por el aumento de las tropas extranjeras en la región. Porque, más allá del liderazgo de París, Washington tiene presencia militar en la zona e intereses en los recursos naturales.
Esa es una presencia que puede hacer realidad el gran sueño del difunto Osama ben Laden: tener en el norte de África una legión de guerrilleros listos para atacar en cualquier momento. En ese caso, esta guerra no ha hecho más que comenzar.
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