Magariños quiere una reforma para la ONU
El argentino fue elegido por cuatro años más al frente de la Onudi
BRUSELAS.- A los 39 años, Carlos Magariños es mucho más que el hombre más joven al frente de una agencia de las Naciones Unidas.
Este porteño criado en la Patagonia fue nombrado hace cuatro años como el "último" director general de la Organización de las Naciones Unidas para el Desarrollo Industrial. Tal era la desahuciada situación en la que se encontraba la Onudi.
Ahora no sólo acaba de ver su cargo prorrogado por otros cuatro años; también recorre el mundo recogiendo títulos honoris causa de universidades (Moscú y Budapest) y transmitiendo en conferencias (Oxford y Chatham House) la receta de su exitoso rescate.
Un modelo de reforma que el secretario general de las Naciones Unidas (ONU), Kofi Annan, le ha pedido que aplique a toda la estructura de las Naciones Unidas. Durante una pausa en su intensa agenda, LA NACION lo consultó sobre los atentados terroristas del 11 del actual.
"Este es un punto de quiebra tanto para los Estados Unidos como para el sistema de la ONU. El mensaje que nosotros queremos transmitir, sobre la base de nuestra experiencia en la Onudi, es que hace falta apelar a "coaliciones" de países miembros, de modo de avanzar en forma más rápida y efectiva. Ahora se está tratando de determinar las características de los países que van a formar parte de una acción de retribución por los ataques terroristas. Es muy importante que una porción grande de naciones árabes e islámicas participe de ese esfuerzo", manifestó el funcionario.
-¿Cómo ve las probabilidades de que eso ocurra?
-Hace poco estuve en Irán para asistir a una reunión de países desarrollados; me entrevisté con el presidente, Mohammed Khatami, y con otros líderes de países de la región, como Jordania y Egipto. La impresión que yo tengo es que la gente aquí no tiene en cuenta que, si bien es cierto que a partir de la caída del Muro de Berlín hubo una reafirmación de los valores occidentales, hay regiones, como la asiática, que han ganado mucho prestigio en la escena internacional. Lo noto en mi organización cada vez que tenemos que discutir un tema: esos países muestran una notable voluntad e interés por comprometerse. Ese sentido de orgullo está apoyado en su "dinamismo económico". El único país que está creciendo a paso redoblado en el mundo, por ejemplo, es China. Del otro lado se encuentran los países árabes, que tienen un enorme "dinamismo demográfico". Un 20% a un 25% de esos países está compuesto por jóvenes de entre 18 y 24 años. Esto les da muchísima importancia desde un punto de vista estratégico, pero también les genera una serie de tensiones internas cuando no pueden dar respuesta a los que salen a buscar trabajo y progreso. Es bien sabido que una proporción de la clase media que estudió en su lengua en universidades técnicas y tiene una enorme capacitación se está volcando a valores religiosos como respuesta última a sus problemas.
La mayoría de esas naciones tienen interés en "modernizarse", pero eso no quiere decir que quieren "occidentalizarse". A mí me consta, sin embargo, que hoy ellos viven el mismo sentimiento de pesar por lo ocurrido en los Estados Unidos que nosotros y que muchos están dispuestos a trabajar en contra del terrorismo.
-¿Qué papel le ve a la ONU en esto?
-Uno crucial. Por allí anda rodando un discurso sobre "choque de las civilizaciones". Eso es un disparate. Es cierto que en el mundo hay unas siete u ocho culturas dominantes (occidental, asiática, islámica, hindú, etc.). El papel de la ONU es el de profundizar los criterios comunes en torno de cuestiones básicas, como la lucha contra el terrorismo y contra la pobreza extrema, que es un factor desestabilizante.
-¿Por qué la ONU no lo hizo antes?
-Eso tiene que ver con la necesidad de reforma. Con toda honestidad, yo creo que las instituciones que conocimos en los últimos 50 años han ido desapareciendo o lo están haciendo. Y esto se aplica a la ONU, al Banco Mundial y al Fondo Monetario. Los nombres sobreviven, pero su capacidad de actuar se ha esfumado. Los intentos de reforma han sido siempre incrementales y no radicales. Ese tema es ahora más importante que nunca.
-¿Y cómo se puede llevar a cabo?
-Concentrándose en respuestas concretas. Cuando yo me hice cargo de la Onudi, por ejemplo, había 1500 proyectos en marcha. De la mayoría, nadie sabía muy bien de qué se trataban. Ahora tenemos 40 programas nacionales que apuntan directamente a las necesidades de nuestros países miembros. La función de la ONU fue durante muchos años la de ser el "canal de comunicación" entre Este y Oeste. Esto tiene que ser reemplazado por una función de "mediación" en el proceso de globalización y eso tiene que estar orientado a profundizar esos valores comunes en todas las culturas de modo de solucionar los grandes dilemas de la humanidad en materia de educación, salud y bienestar general. Los atentados en Nueva York nos han probado que la búsqueda de la paz y del desarrollo no es algo para discutir en foros de intelectuales, sino una cuestión que preocupa con urgencia al ciudadano común.
-Los EE.UU. abandonaron la Onudi en 1995 y han sido reticentes en apoyar a la ONU en general. ¿Esto va a cambiar?
-Estamos frente a un momento de cambio. Los EE.UU. no estuvieron presentes en la formación del Tribunal de Justicia de la ONU, no se sumaron a la organización que prohíbe los tests nucleares ni al tratado medioambiental de Kyoto. Todos estamos indignados por lo ocurrido la última semana, pero me parece evidente que esto se resuelve con más diálogo internacional y no con menos. Difícilmente va a ser exclusivamente solucionado con bombardear aquí o allá. Hace falta una acción internacional concertada, con muchísima precisión y de largo alcance. Y sólo un organismo supranacional, objetivo, comprometido por la paz y sin intereses particulares como la UN está en condiciones de cumplir con esa misión.
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