Macron y Scholz nunca se quisieron y ahora una nueva disputa por la guerra hace peligrar la unidad de Europa
La relación ya era mala y en los últimos tiempos terminó de agriarse, con insultos y chicanas que amenazan la unidad europea en un momento crítico
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BERLÍN.- El objetivo de aquella cena privada en un jardín parisino del bulevar St. Germain era cimentar la crucial relación personal de los mandatarios de Francia y Alemania.
Al concluir la velada de aquel 4 de julio de 2022, el canciller Olaf Scholz agradeció por Twitter en francés con un “Merci Beaucoup” y encomió el “estrecho intercambio”. Pero cuando iban saliendo, el presidente Emmanuel Macron le susurró a un confidente: “La cosa no va a ser fácil”.
No es secreto para nadie que los intercambios entre ambos mandatarios no han sido nada fáciles, pero los insultos apenas disfrazados que se lanzaron en los últimos días revelan diferencias más profundas, sobre Ucrania, sobre la forma de enfrentar y contener las ambiciones de Rusia, y sobre la forma de manejarse frente a la creciente polarización en Estados Unidos.
Esta semana, de visita en Praga, Macron se negó nuevamente a descartar el envío de tropas occidentales a Ucrania, una sugerencia que tiene pasmados a sus aliados que quieren evitar a toda costa un enfrentamiento directo con Rusia. La primera en retrucar fue Alemania. Y Macron no se quedó callado.
“El momento que enfrenta Europa no es para cobardes”, dijo Macron, un misil que Berlín tomó como un insulto a su historia de posguerra y el trauma del nazismo.
El que salió a responderle fue el ministro de Defensa alemán, Boris Pistorius: “Lo que menos necesitamos son discusiones sobre llevar tropas al terreno o ser más o menos valientes”.
Desde 1945, la relación franco-alemana se construyó sobre la reconciliación necesaria que les impone un destino histórico. Esa reconciliación sigue siendo central para la cohesión y la potencia global de Europa. Sin embargo, en este momento tan explosivo, con una guerra en plena Europa y las dudas sobre la continuidad del compromiso de Estados Unidos con el continente, la soldadura franco-alemana parece estar cediendo.
No podría ser peor momento para un distanciamiento semejante en el corazón de Europa. Y sin embargo, en vez de dar muestras de unidad de propósito y liderazgo europeo para enfrentar a Vladimir Putin, el presidente Macron y el canciller Scholz se pusieron a disputar qué país está ayudando más a Ucrania.
Las últimas fricciones entre los mandatarios reflejan estilos personales contrapuestos pero también el choque de intereses nacionales y la influencia de la política interna de sus países.
Ambos son líderes que sorprendieron, por más que hayan llegado al poder por caminos diferentes. Macron dio vuelta la política francesa con el sueño de liderar el resurgimiento de Europa, mientras que el ascenso de Scholz no tuvo nada de revolucionario: era un estable y obstinado abogado socialdemócrata que ahora gobierna al frente de una incómoda coalición tripartita.
Sin embargo, sus victorias electorales infundieron en ambos la convicción de ser “el que más sabe de todo y de que ellos tienen razón y los demás están equivocados”, apunta Camille Grand, exfuncionaria francesa y de la OTAN y actual miembro del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores. “El ego siempre juega un papel en la política, pero dificulta el manejo en la escena internacional”.
La respuesta de ambos a la agresión de Rusia se ha convertido en parte de su peliaguda relación. A mediados de 2022, Macron habló de no humillar a Rusia y de construir un orden de seguridad europeo incluyendo al gobierno de Moscú. Desde entonces, su postura ha cambiado.
En respuesta a los avances rusos frente a una Ucrania escasa de municiones, y frente a las noticias falsas diseñadas por Rusia para interferir con las elecciones parlamentarias de la Unión Europea que se celebran en junio, ahora macron habla abiertamente del peligro que representa Moscú, sobre todo ante la tangible posibilidad de una segunda presidencia de Donald Trump.
Macron se siente cómodo en el lugar de provocador. Se siente un disruptor del pensamiento cómodo, algo evidente cuando dice que “no debería descartarse” el envío de tropas de Occidente a Ucrania.
Con ese comentario, rompió un tabú que puso loco a Scholz, a quien Macron considera cauteloso hasta la inconsciencia y demasiado confiado en un Estados Unidos que ya no parece muy dispuesto a gastar millonadas en Ucrania.
Macron cree que los rígidos límites de la respuesta militar de Occidente son una carta blanca para que Putin haga lo que quiera, y teme que Scholz no dimensione la importancia de que Europa se comprometa plenamente con su autodefensa para los años de confrontación que le esperan con Moscú.
Scholz, por su lado, recela de una confrontación directa con Rusia, por más que Alemania haya contribuido muchísimo más que Francia en ayuda militar y financiera para Ucrania. Después del trauma del nazismo, el aborrecimiento de los alemanes por cualquier atisbo de militarismo quedó profundamente enraizado, y la visión de su canciller también es reflejo de eso.
Un funcionario cercano a Macron, que solicitó el anonimato de acuerdo con el protocolo diplomático francés, dijo que si bien los dos mandatarios pueden tener diferencias de opinión sobre algunos temas, siguen colaborando a diario y ambos están comprometidos con la unidad franco-alemana.
La “pareja franco-alemana” siempre ha sido crucial para la toma de decisiones europea, por más que las relaciones entre sus respectivos líderes muchas veces hayan sido difíciles. La excanciller alemana Angela Merkel se burlaba del andar y las gesticulaciones del pomposo expresidente francés Nicolas Sarkozy, por más que hayan tenido posturas coincidentes durante la crisis financiera de la UE en 2008.
Y en 2019, cuando Macron habló de la “muerte cerebral” de la OTAN, Merkel arremetió contra él durante la cena. “Entiendo su deseo de ser políticamente disruptivo”, disparó Merkel. “Pero estoy cansada de levantar los platos rotos. Todo el tiempo tengo que pegar los platos rotos para que después podamos sentarnos a comer”.
Scholz parece compartir algo de ese mismo cansancio frente a la tendencia de Macron a romper los platos cuando lo que haría falta es mayor discusión política.
Frente a los 17.100 millones de euros en armas que Alemania le prometió a Ucrania, el gobierno francés apenas ha prometido un 3% de esa cifra. Pero Francia asegura estar entregando armas que realmente pueden dar vuelta la situación en el campo de batalla, como misiles crucero de largo alcance modelo Scalp, mientras que Alemania se resiste a enviarles el Taurus, su misil más avanzado.
Tras la reunión de líderes europeos en París para discutir sobre Ucrania, a fines del mes pasado, Macron ridiculizó a los aliados por negarse a enviar tanques, aviones de combate y misiles de largo alcance, y dijo que al principio de la guerra ofrecían “cascos y bolsas de dormir”.
Scholz lo tomó como un dardo apenas disimulado, y se resintió doblemente, porque en ocasiones Francia también ha dudado sobre la entrega de armas. Pero luego Macron fue un paso más allá y dijo lo hasta ahora indecible: que no había que descartar el envío de tropas occidentales al escenario de la guerra.
Pero en vez de ser un mensaje para Putin sobre la nueva determinación de Europa y de “ambigüedad estratégica” sobre hasta qué punto estarían dispuestos a llegar los países occidentales para defender a Ucrania, como pretendía Macron, sus comentarios provocaron el rechazo unívoco de sus aliados, incluido Scholz.
La alianza había acordado “que en suelo ucraniano no habría tropas terrestres ni soldados enviados por los Estados europeos o los miembros de la OTAN”, dijo Scholz en una reprimenda directa a Macron, comentarios de los que se hicieron eco sus homólogos de Polonia, Italia y la República Checa.
Al día siguiente, el vicecanciller alemán, Robert Habeck, del Partido Verde, fue más corrosivo todavía: “Me alegra que Francia esté pensando en cómo ayudar más a Ucrania, así que me permito darle un consejo: mándenle armas”.
Los funcionarios del gobierno francés intentaron explicar que Macron se refería a tropas occidentales para entrenar a los ucranianos, y no a tropas de combate, pero el daño ya estaba hecho.
Por Steven Erlanger, Roger Cohen y Erika Solomon
Traducción de Jaime Arrambide
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