Macabro testamento del asesino de Virginia
Envió fotos y videos a un canal de televisión en el intervalo entre los dos tiroteos; "decidieron derramar mi sangre", dijo
BLACKSBURG, Virginia.- "Esto no tenía que pasar", dice Cho Seung-Hui, el solitario psicópata de 23 años que ayer dio otro golpe, dos días después de haberse pegado un tiro en la cabeza. La cadena NBC News recibió un sobre suyo con un video, 43 fotos y una carta que envió por correo después de haber asesinado a dos estudiantes y antes de cruzar el campus, para completar la peor masacre en un establecimiento escolar en la historia de este país.
"Tuvieron cien mil millones de chances y maneras de haber evitado lo de hoy", afirma en otro tramo del mensaje, en el que carga contra los ricos y dice que morirá como Jesús. "Decidieron derramar mi sangre. Me arrinconaron y sólo me dieron una opción. La decisión es suya. Ahora tienen sangre en sus manos que nunca se lavará", amenaza.
"Ustedes han devastado mi corazón, violado mi alma y quemado mi conciencia", agrega. En una de las fotos, Cho aparece alardeando con las dos pistolas que utilizaría poco después para matar a los 32 estudiantes y profesores en la Universidad Politécnica de Virginia. En otra, apunta una pistola a la cámara; en la tercera, a su cabeza, y en dos más amenaza con un martillo y con un cuchillo, que en otra imagen más apoya sobre su yugular. El presidente de NBC News, Steve Capus, informó que entregaron todo el material al FBI. Sólo añadió que el macabro testamento de Cho es "difícil de seguir perturbador, muy perturbador, revestido de odio e insultos".
Cho aparece en el video con su cabeza rapada, y por momentos insulta al "hedonismo" y al cristianismo. Luego afirma, con los párpados caídos, que actuará en represalia por sus "hijos, hermanos y hermanas" a los que otros, a los que jamás define, "jodieron". Una primera evaluación arrojó que la preparación de todo el paquete no le tomó horas, sino días, en los que lentamente se iba aislando más y deteriorándose físicamente a simple vista.
El sobre aporta un dato más sobre lo que pasó durante la fatídica mañana del lunes. Cho mató a las 7.15 a dos estudiantes en una residencia del campus, volvió a su habitación, grabó un último tramo del video y salió a la calle para meter el paquete en un buzón. A las 9.01, un cartero lo recogió y marcó la hora de recepción. Cuarenta y cinco minutos después, iniciaba el segundo y más feroz tiroteo.
El paquete tardó más tiempo en llegar al canal, aparentemente porque había un error en el código postal.
La noticia impactó de lleno en un campus ya semivacío y que procura lavar sus heridas. Cientos de estudiantes se marcharon a sus casas, lejos, luego de que la universidad declaró asueto hasta el lunes. Otros decidieron quedarse. Intentan digerir el golpe.
Frente al rectorado armaron un altar improvisado, con flores y velas que huelen a canela y vainilla. Y colocaron a su alrededor 32 piedras, grandes como cajas de zapatos, grises. Una por cada víctima de la locura.
"No pienso irme a ningún lado. Tengo que cuidar de las velas", dice a LA NACION Wade Sayer, un chico gordito, de pelo largo escondido debajo de una gorra de lana naranja. "No tengo nada más importante que hacer que quedarme acá", insiste, y se agacha a acomodar un par de pequeños lirios rojos y blancos.
La vigilia de anteanoche dejó paso al silencio. Y con cada hora que pasa dentro del campus enorme, más detalles se suman a un retrato aún incompleto, pero elocuente, del homicida enloquecido y de las alarmas que se encendieron en los últimos dos años, pero que pasaron inadvertidas. Hasta que fue tarde.
La policía reveló ayer nuevas piezas de ese rompecabezas: Cho, callado y solitario, había acosado a dos compañeras en 2005; había sido expulsado "por malvado" de una clase por su profesora de poesía, y había sido detenido por la policía luego de que un juez lo calificara como "peligroso" y lo enviara a un instituto psiquiátrico. Pero se marchó de allí poco después.
La sumatoria de novedades de altísimo voltaje no hizo más que acentuar el malestar de estudiantes y familiares contra las autoridades de la Universidad Tecnológica de Virginia y la policía. ¿Pudieron prevenirlo?, reclaman.
Los archivos de la Corte General del Distrito muestran, por lo pronto, que el magistrado ordenó que Cho se sometiera a una evaluación psiquiátrica en 2005. Lo hizo tras hallar indicios suficientes de que el futuro homicida estaba "mentalmente enfermo" y podía ser un "inminente peligro para sí y para otros". O que estaba tan mal que no estaría en condiciones de cuidarse a sí mismo.
La intervención judicial era desconocida para la Virginia Tech. Hasta ayer. "Esas son noticias totalmente nuevas", reconoció su vicepresidente adjunto de relaciones, Larry Hincker. Y, cuando se marchaba de la sala donde se realizó la conferencia de prensa, un periodista le espetó: "¿No debería haberlo sabido la universidad?". No respondió.
Las autoridades intentan concentrarse en sus alumnos y en el futuro del campus, célebre hasta el lunes por su equipo de fútbol americano y el sosiego que ofrecían las más de 1000 hectáreas del predio, rodeado de colinas y sierras.
Mientras tanto, una familia afronta otra dimensión, tan inesperada como la de quienes perdieron a un hijo. Es la de Cho, que llegó al país en 1992, dejando atrás privaciones en Corea del Sur. Su hermana mayor, Sun-Kyung, se graduó de Princeton y ahora se dedica a Irak en el Departamento de Estado. Guarda silencio, al igual que sus padres, escondidos y bajo custodia policial.
Los videos que grabó su hijo no incluyen imágenes del primer tiroteo del lunes. Pero sí referencias a "mártires como Eric y Dylan", en alusión a Eric Harris y Dylan Klebold, los adolescentes que mataron a 12 estudiantes y una profesora, antes de suicidarse en la escuela Columbine de Colorado. Y a ocho años de aquella masacre, Cho también dejó su marca. Mirando a la cámara, anunció: "Cuando llegó el momento, lo hice. Tenía que hacerlo".