El mítico lugar tuvo que cerrar por problemas en el presupuesto, pero logró volver al ruedo gracias al apoyo de muchos inversores interesados
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“Sacanos la foto con este fondo, que es fantástico”. Carrie Shoemake insiste en posar frente al “Palacio de los vientos”, que representa un trasero desnudo flatulento que hace volar el pelo de una señora, y arrastra hasta allí a su amiga Dottie O’Carroll. “Estábamos justo discutiendo si este espíritu sigue vivo o no en el mundo del arte, que se volvió un lugar tan serio, donde son los grupos inversores los que financian y se hacen con las obras”, explica esta pareja de sexagenarias.
La pintura en cuestión, del artista austríaco Manfred Deix, servía de entrada para la “orquesta de pedos” —unos performers lanzando ventosidades a un micrófono acompañados de música clásica— que durante el verano de 1987 les daba la bienvenida en la ciudad alemana de Hamburgo a los asistentes a Luna Luna.
Ideado por el vienés André Heller, Luna Luna era un proyecto a medio camino entre una instalación de arte contemporáneo -en la que estaban representados prácticamente los principales movimientos occidentales del siglo XX- y el sueño infantil de un parque de diversiones. Tras desaparecer del mapa por 35 años, las atracciones que lo formaban, desde una noria ilustrada por Jean-Michelle Basquiat, un domo con interior de espejo decorado por Salvador Dalí —el Dalídom—, un tiovivo con las clásicas figuras geométricas de Keith Haring o un bosque geométrico de David Hockney vuelven hoy a la vida en un pabellón industrial en el corazón de Los Ángeles.
Una vida fugaz
Conocido por sus enormes y poco convencionales creaciones y sus performances, Heller aprovechó su ya creciente fama de los años 80 para materializar una fantasía con la que llevaba una década soñando.
Inspirado por Prater, el parque de atracciones de su ciudad natal, Heller se propuso construir en un recinto ferial “un gran puente entre la denominada vanguardia, unos artistas por momentos un poco snobs y que no conectaban con las masas, y la llamada gente normal”. En 1985, recibió una subvención de unos US$350.000 de la revista especializada alemana Neue Revue para su iniciativa y empezó un periplo de años por varias ciudades para convencer a artistas de varias generaciones de que se unieran.
En realidad, ya una década antes en París se había asegurado el apoyo de la pintora ruso-francesa Sonia Delaunay, quien antes de su muerte en 1979, diseñó el arco de la entrada del parque de atracciones. Al otro lado del Atlántico, en Nueva York, Andy Warhol le ayudó a citarse con su por aquel entonces íntimo amigo Basquiat, quien aceptó la invitación y, a su vez, le recomendó incluir también a Miles Davis.
Aún en la Gran Manzana, Haring le presentó a Kenny Scharf, otro indispensable de la escena artística del East Village y que pronto se convirtió en un creador más para el proyecto. Y Roy Lichtenstein, aclamado por su obra inspirada en el cómic, lo puso en contacto con el británico David Hockney, que, profundamente impactado por sendas retrospectivas sobre Picasso, había empezado a abordar los paisajes de Los Ángeles con otro estilo. “Más de 30 visionarios del arte se unieron al proyecto”, se lee en la página web de Luna Luna.
“La razón por la que todos estos importantes artistas quisieron participar a cambio de tan poco dinero fue porque les dije: ‘Escuchen, reciben constantemente los mayores encargos, todo el mundo quiere sus cuadros o esculturas, pero yo los invito a que viajen de vuelta a sus infancias’”, le contó Heller al curador Dieter Buchhart en 2016. “Realmente todos, sin excepción, respondieron diciendo que sí, que era un bonito y placentero reto”, expuso el también actor y ocasional cantautor.
Algunos artistas viajaron a Austria para trabajar codo con codo en el proyecto, cuyas piezas fueron producidas a partir de descartes de otros parques, con la ayuda de más de 200 artesanos de la comunidad vienesa del teatro y la ópera.
Para el nombre, Heller se inspiró en Luna Park, el parque de atracciones que se inauguró en Coney Island (Brooklyn, Nueva York) en 1903 y que estuvo abierto hasta 1944.
Su Luna Luna abrió las puertas en junio de 1987, “una feria ambulante de vanguardia con 30 pabellones que simultáneamente elevan la mente y te dejan boquiabierto”, reportó en aquel entonces la revista Life. Se calcula que durante aquel verano lo visitaron unas 250.000 personas, pero el sueño de Heller de que fuera algo más permanente naufragó.
El ayuntamiento de Viena no lo compró, una anticipada gira europea se canceló y, por disputas por derechos y desavenencias varias, tampoco terminó de cuajar la que parecía la última de las opciones para Heller: venderlo por US$6 millones a la Fundación Stephen y Mary Birch, una entidad filantrópica, para que lo instalara en San Diego, California.
Durante todo aquel tiempo las atracciones de Luna Luna languidecieron en un almacén, y en 2007 fueron transportadas a unas instalaciones en el desierto de Texas, Estados Unidos, donde permanecerían durante los siguientes 15 años. “Se volvió el secreto mejor guardado de la historia del arte”, se lee en la página web del actual proyecto.
El renacimiento
Para que Luna Luna volviera a ver la luz hicieron falta el interés del propio Heller y muchas conexiones y recursos: los de Michael Goldberg, un director creativo de Nueva York; Daniel McClean, un abogado del mundo del arte; del empresario tecnológico y coleccionista de arte Justin Wills; de los gerentes musicales Anthony Gonzales y Adel Nur, y de una megaestrella del hip hop.
The New York Times señala el papel clave de esta última, el rapero Drake. “Cuando escuché por primera vez sobre Luna Luna me quedé impresionado”, dijo el músico en un comunicado enviado al medio estadounidense. “Es una manera única y especial para experimentar el arte. Es una gran idea y una oportunidad que se enfoca en lo que más nos gusta: reunir a la gente”, afirmó.
Su empresa, DreamCrew, es propietaria mayoritaria de la nueva Luna Luna, indica el medio, mientras Heller se terminó desvinculando del proyecto. Sea como fuere, en enero de 2022 llegaron a Los Ángeles en 44 contenedores las piezas que representan corrientes tan variadas como el arte abstracto, el art brut, el dadaísmo, el pop art, el neoexpresionismo, Fluxus…
Tras una exhaustiva restauración, se pueden ver hoy en el muy instagrameable Lula Luna: Forgotten Fantasy, por US$38 la entrada entre semana, US$48 el fin de semana. Aparcamiento aparte, por US$15.
Para ver, no montar
Aunque muchos de los presentes en el recinto cerrado de 4.500 metros cuadrados del barrio Boyle Heights, a tiro de piedra del Downtown, se lamentan por no poder montarse ni en el carrusel diseñado por el también austríaco Arik Brauer, con ocho figuras de cuento que servían originalmente de asientos, ni en ninguna otra atracción. Son demasiado valiosas y delicadas, y no cumplen los estándares de seguridad actuales.
Es el caso de Melissa y Rafayel Rodríguez y sus dos hijas que, tras posar para BBC Mundo en la entrada, toman fotos de la noria en movimiento ilustrada por Basquiat, que tiene dibujado en su eje el trasero de un babuino.
“Supimos de Luna Luna por las redes sociales y nos pareció una forma distinta de acercarnos al arte”, cuentan los Rodríguez.
Otros se quejan de que con el pase general no les permiten acceder al Dalídom, y que para ello haya que comprar un Moon pass, cuyo costo asciende a US$85.
Una actriz caracterizada de Luna, con zapatos de purpurina plateada a juego con su disfraz, pulula entre el público y pasa junto a los maniquíes construidos con objetos encontrados que en su día formaron parte del “teatro mecánico” del francés Jim Whiting, y que hoy lucen colgados.
Con todo, una no deja de pensar que todo esto, más que a un parque de diversiones, se parece a una exposición en cualquier museo de arte contemporáneo. Aunque parece que la empresa detrás del proyecto ya se marcó ese horizonte.
“Tras bambalinas seguimos trabajando arduamente para crear nuevas experiencias que combinen arte y juego, mientras perseguimos el objetivo a largo plazo de construir la próxima versión de Luna Luna: un parque de diversiones artístico con artistas contemporáneos”, se lee en la página web del proyecto. Sumidos estamos en esa discusión cuando suenan las campanas de la capilla montada junto a la noria de Basquiat.
Ideada también por Heller, permitía -y permite- casarse en ella a quienes quieran bajo “la excéntrica ley de Luna Luna”. La ceremonia se cobra aparte (US$10) a quienes no cuenten con el pase VIP.
Una pareja acaba de pasar por el feliz rito y lanza al aire un ramo de flores cedido por la mujer vestida de Luna. David Charpenes también está contento.
Dice haber sido arrastrado allí por su pareja, Quentin Skaggs, pero en realidad no deja de fotografiar cada esquina, cada detalle. “Esto está lleno de energía”, le dice a BBC Mundo. “Es tan inusual, tan lleno de colores… Te saca de tu pequeña burbuja y te hace mirar las cosas desde otra perspectiva”, explica.
Vivimos unos tiempos difíciles, con Rusia y Ucrania, Israel y Hamás, la brecha entre pobres y ricos, los problemas ambientales… Pero puedes venir aquí y sentirte feliz durante un momento”, prosigue, y finaliza: “Así que es positivo y, a su manera, esperanzador. Porque estos tipos (artistas), de la nada, crearon toda esta felicidad”.
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