Lula y Petro le muestran a Milei los límites de la ideología y la polarización
Sus presidencias en Brasil y Colombia son señales de alarma para el líder libertario, que apenas lleva cinco meses de gestión; lecciones de qué sucede cuando la doctrina se transforma en dogmatismo
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Los presidentes de América del Sur que peor se llevan entre ellos se proponen como mensajeros del cambio y pioneros de nuevas eras, en Colombia o la Argentina. Ambos se presentan como los mesías de grupos olvidados. Uno se dice el abanderado de los desplazados colombianos, los mestizos, los indígenas, los pobres. El otro se anuncia como el gran embajador de los defensores de libertad y de la iniciativa privada de la Argentina y del resto del mundo.
Los dos se definen en función del Estado; uno quiere mucho más, el otro va por mucho menos. Y persiguen esos objetivos de la misma manera: construyen enemigos difusos, pero fáciles de encasillar, que les sirven para dividir. La “casta” de Javier Milei son el “establishment” y las “elites” del colombiano Gustavo Petro. Con altisonancia, temperamentos fuertes y redes sociales, polarizan para gobernar. Sus ideologías son antagónicas; sus estilos son casi idénticos.
Petro y Milei fueron también los protagonistas de “ballotages desesperados”. Uno llegó a esa instancia con una paciencia electoral de décadas; el otro, con un vertiginoso oportunismo político. Una vez allí, los dos personificaron la opción más potable para millones de votantes que buscaban impedir la llegada al poder de candidatos que los asustaban, como el exótico y peligroso Rodolfo Hernández o el poco competente Sergio Massa.
En esa categoría entra también Luiz Inacio Lula da Silva, el expresidente de mucho éxito económico en sus primeros dos mandatos, pero de dudosa probidad, que volvió a la política para liderar un “frente democrático” contra un Jair Bolsonaro dispuesto a todo para quedarse en el poder.
En los tres casos, el aluvión de votos se tradujo en altísimos niveles de popularidad a la hora de asumir, que hicieron soñar a los presidentes con un poder mayor al que sus respectivas faltas de mayorías parlamentarias le insinuaban. A falta de diputados y senadores, encuestas y redes sociales.
Con Lula, Milei ya no se pelea tanto. La ideología es tan férrea en uno como en el otro y los enemista, pero la relación con Brasil es demasiado estratégica como para que sus presidentes intercambien insultos e inestabilidad y se dejen llevar por la rivalidad política.
Como Petro, Lula tiene mucho para anticiparle al mandatario argentino. El presidente brasileño ya lleva 16 meses en el gobierno y el colombiano, 21. Los dos transitan o empiezan a transitar tiempos turbulentos, de muchos desafíos económicos y políticos y de apoyos menguantes.
Sus presidencias son señales de alarma para un Milei, que apenas lleva cinco meses de presidencia. Son, en definitiva, lecciones de qué sucede cuando la ideología se transforma en dogmatismo, cuando el resultado del ballotage se convierte en un espejismo que magnifica los apoyos reales, cuando la falta de mayorías legislativas se reemplaza con popularidad más que negociación, o cuando polarizar pasa de ser una forma de gestionar el relato a ser la única manera de gobernar.
1. Petro o las ambiciones de máxima y las leyes de mínima
Petro asumió como el primer presidente de izquierda de Colombia con tantas ambiciones de transformación como popularidad. Ese viento político fuerte y fresco condujo a varios partidos de centro a ofrecerle al mandatario su respaldo legislativo, lo que le garantizaba la mayoría que no había conseguido en las urnas.
Todo parecía dado para que Petro alcanzara rápidamente el cambio social que había prometido para hacer de Colombia una nación menos desigual, de la mano de su plan de “paz total” con las guerrillas y de tres reformas claves: la tributaria, la de pensiones y la de la salud.
Casi un año y medio después, solo la reforma tributaria fue aprobada (en Petro), la mayoría parlamentaria se diluyó, los ministros de otros partidos –que ayudaron a moderar la imagen de radical que acompañó a Petro durante décadas– huyeron del gabinete, las calles colombianas están movilizadas. ¿Qué pasó?
Más de una razón explica la falta de logros efectivos de la administración Petro. Los primeros cinco meses del gobierno transcurrieron entre el éxito de la reforma fiscal y la popularidad sostenida, pero 2023 empezó con problemas.
La intransigencia de Petro llevó a los ministros más moderados a renunciar, los escándalos de corrupción de su hijo y de sus asesores más cercanos dañaron la credibilidad presidencial y las peleas en las Cámaras boicotearon los márgenes legislativos del mandatario.
El resultado más representativo de ese año largo de impotencia presidencial es el derrotero de la reforma de salud, la más buscada y querida por Petro. A principios de abril, después de casi un año y medio de negociaciones, la falta de consenso y la poca voluntad de negociación oficial voltearon la reforma.
El gobierno colombiano, frustrado y enojado pero no derrotado, volvió esta semana con otro proyecto de ley, claro que menos ambicioso. La propuesta de reforma original se estructuraba en torno a 124 artículos; la nueva cuenta con solo 47: una ley mínima. Suena conocido… y sino, a estudiar el camino de vida de la “Ley ómnibus” de Milei.
Para explicar por qué la bancada oficialista desistió de un proyecto más grande sirve la experiencia con otra de las reformas de Petro. Luego de negociar con los partidos de centro, el Pacto Histórico logró el martes pasado que el Senado aprobara el proyecto que propone que todos quienes ganen entre uno y 2,3 salarios mínimos coticen con el fondo púbico de pensiones. A la mañana siguiente, Petro boicoteó el acuerdo al proponer que ese piso suba a cuatro salarios mínimos, lo que implicaría que el 95% de los trabajadores colombianos aportarían al sistema de jubilaciones públicos.
“No me extrañaría que el presidente esté deliberadamente saboteando una reforma que se iba a aprobar fácilmente. Si se aprobara, el gobierno podría celebrar como victoria la aprobación de una reforma importante. Pero eso le haría perder fuerza al argumento de que las instituciones están bloqueando el mandato popular y por eso tienen que ser reformadas mediante un proceso constituyente”, dijo horas después, en la red social X, el analista colombiano Andrés Mejía Vergnaud.
En resumen, más importante que gobernar es alimentar el relato anti elites, anti casta, aun cuando los riesgos aparecen en carteles de neón.
El “mandato popular” de Petro es el 50,44% que obtuvo en el ballotage del 19 de junio de 2022. ¿Pero cuál número representa su verdadero apoyo político? ¿Ese o el 40,34% de los votos que recibió en la primera vuelta? Para neutralizar el espejismo del ballotage y los votos prestados, los presidentes se escudan en las encuestas.
Como Milei, Petro comenzó su presidencia con un 56% de aprobación. Hoy tiene un 34%, según el último sondeo de Invamer, una de las encuestadoras más prestigisoas de Colombia. La popularidad cae, las reformas se demoran, la oposición de derecha se envalentona en la calle, la polarización se agudiza. Y el cambio espera y espera.
2. Lula, o cuando la ideología es dogma
Si Petro le envía a Milei involuntarias señales de alarmas de cómo el relato y el temperamento se pueden transformar en enemigos íntimos, Lula llega con otra advertencia: gobernar amparado en las buenas encuestas es un arma de doble filo. Aun los presidentes más populares caen y la imagen se puede debilitar por las causas menos esperadas y en los momentos menos propicios.
Este Lula del tercer mandato tiene mucho, pero no todo, del Lula del primer y segundo mandatos. Es igual de pragmático para alcanzar acuerdos legislativos que antes, pero menos popular entre los brasileños; lejos está de las tasas de 60 o hasta 80% de aprobación que lo acompañaron entre 2003 y 2010.
De todos modos, el presidente brasileño comenzó este tercer período, en enero de 2023, con entre 43 y 50% de popularidad, según IPEC, Atlas Intel, Quaest y Datafolha, las encuestadoras más grandes de Brasil.
El año de crecimiento económico mayor a lo previsto sostuvo la popularidad del presidente hasta diciembre pasado, y allí comenzó a bajar casi inexorablemente hasta llegar hoy a un mínimo de entre 33 y 37%. El rechazo al jefe de Estado es por primera vez en el mandato igual o mayor a la aprobación, justo con cuando el oficialista Partido de los Trabajadores (PT) buscaba capitalizar la presidencia de Lula en las elecciones municipales de octubre próximo.
¿Qué sucedió con la popularidad? Especialistas y asesores del presidente encuentran las mismas razones: la inseguridad cala entre los brasileños, lo mismo que una inflación que no logra bajar del todo. Hay otra explicación entre ellos, la política exterior de Lula, una de las políticas públicas más ideologizada del presidente.
Dos hechos le recriminan a Lula los brasileños. Primero, la comparación de la ofensiva israelí contra Hamas en la Franja de Gaza con el Holocausto. Segundo, la defensa abierta y sin ambigüedades del régimen de Nicolás Maduro en Venezuela, al que incluso definió como víctima de una “narrativa antidemocrática”.
Con las encuestas a la baja, un bolsonarismo movilizado en las calles y las elecciones en ciernes, Lula tuvo que abandonar en el último mes el dogmatismo de izquierda que lo llevaba defender a Maduro sin ambigüedades ni pudor. El Lula de hoy celebra la unidad de la oposición venezolana detrás de un candidato único y advierte al régimen de Caracas sobre el peligro de fraguar los resultados de las elecciones del 28 de julio cada vez que puede.
Desde Brasilia y Bogotá, llegan los mensajes a Buenos Aires: no hay que descansar demasiado en las encuestas, la polarización y el dogmatismo pasan la cuenta cuando menos se lo espera.
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