Lula asumirá en un Brasil totalmente diferente al de su anterior mandato y le será difícil gobernar en paz
El fortalecimiento de la derecha, un Congreso dominado por la oposición y un contexto económico débil le pondrán límites a su poder
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SAN PABLO.- Un país partido al medio, con una polarización total, como nunca había vivido en su historia reciente, y muy difícil para gobernar. La victoria de Luiz Inacio Lula da Silva por un escaso margen le puso fin al experimento de Jair Bolsonaro en la presidencia y concretó un regreso que hasta hace solo dos años pocos creían posible. Pero, a sus 77 años, Lula asumirá en un Brasil radicalmente diferente al que le tocó gobernar entre 2003 y 2010, en el que casi una mitad del electorado lo rechaza y con una derecha fortalecida y envalentonada para recuperar el poder en cuatro años.
La exigua diferencia de votos, menor a lo que anticipaban las encuestas, confirman que Brasil está dividido por una polarización política y social de niveles desconocidos, y con un antipetismo y antibolsonarismo quizás más protagonistas que los propios candidatos que se disputaron el ballottage. La estrecha diferencia por la que perdió Bolsonaro significa un envión para que el presidente refuerce su relato en los distintos sectores sociales y apuntar los cañones a 2026 con sueños de regreso al poder.
Limitaciones al poder
A partir del 1° de enero, Lula, por su lado, se topará con inmensos desafíos, en un país con deudas sociales, altos índices de pobreza extrema y violencia, incertidumbre económica y, como no le había pasado en sus primeros dos mandatos, con una agenda conservadora muy fortificada tras la gestión del líder ulraderechista, que seguramente complicará los planes que Lula había imaginado en la campaña.
“Se enfrentará a un Congreso muy hostil y, además, a que la mayoría de los estados grandes estarán gobernados por aliados a Bolsonaro. La campaña para la segunda vuelta exacerbó los ánimos. Será muy difícil para Lula tener paz”, advirtió a LA NACION Alberto Pfeifer, coordinador del Grupo de Análisis Estratégica Internacional de la Universidad de San Pablo.
En los comicios del 2 de octubre, el Partido Liberal (PL) de Bolsonaro se había quedado con la mayor bancada del Congreso y en 2023 tendrá 99 asientos en la Cámara baja, mientras que la alianza liderada por el Partido de los Trabajadores (PT) de Lula contará con 80 representantes. Otra vez la clave será la negociación con el centrão, que tendrá 246 diputados (48% del total), y que llevará a Lula a apelar –nuevamente- a su hábil muñeca política.
“Se topará con muchas limitaciones para implementar los cambios que quiere y tendrá que dialogar con una combinación de partidos de una derecha más ideológica, más pragmática”, estimó Mauricio Santoro, politólogo y profesor de la Universidad del Estado de Río de Janeiro (UERJ), en referencia a ese grupo de partidos que, sin ideologías tan definidas, apoyan al gobierno de turno a cambio de cuotas de poder en Brasil.
Para aumentar su poder de maniobra, Lula apostó a Geraldo Alckmin como compañero de fórmula. Cofundador del PSDB y exrival de Lula en 2006, el experimentado dirigente será el principal encargado de articular los acercamientos en el Congreso, con cuidados extremos por el hartazgo de muchos brasileños con la corrupción en la política. Lula consiguió sobrevivir políticamente al escándalo del mensalão, una red de sobornos a parlamentarios que estalló en 2005 y que años después descabezó la cúpula del PT, pero una década después sufrió un gran desgaste por otra investigación anticorrupción, el Lava Jato, un caso por el que fue a prisión 580 días, aunque sus condenas fueron revertidas después hasta recuperar sus derechos políticos en marzo del año pasado.
Esos escándalos de corrupción son aún los principales motores del crecimiento del antipetismo y el voto en rechazo a Lula, y seguirán movilizando a los simpatizantes más radicales del bolosnarismo.
La escasa diferencia de votos con Bolsonaro, que le generará un mayor desgaste interno a Lula, le dará menos margen para retomar la agenda internacional de Brasil con la región, tras una gestión bolsonarista que alejó a la mayor potencia latinoamericana de sus vecinos. Los líderes de la izquierda regional –como Alberto Fernández, Gustavo Petro (Colombia), Gabriel Boric (Chile), Luis Arce (Bolivia), Nicolás Maduro (Venezuela) y Daniel Ortega (Nicaragua)- apostaban por un triunfo de Lula para volver a estrechar lazos con Brasil, pero seguramente por otro margen de votos.
Desafíos económicos
Por otra parte, Lula ha prometido hasta el cansancio en la campaña que le devolverá la “felicidad” a Brasil, una estrategia para seducir a los votantes con el recuerdo de los años del boom del país durante el periodo 2003-2010, cuando gobernó con viento a favor del contexto internacional y logró una exitosa gestión económica que sacó a unos 28 millones de brasileños de la pobreza. Pero ahora el escenario es muy diferente, advierten los expertos, que dudan sobre cómo implementaría Lula un aumento más generoso del gasto social el próximo año, lo que elevaría la presión sobre el presupuesto federal y lo llevaría a buscar alternativas a las actuales reglas de límite de gasto.
“Los desafíos son enormes. Desde el punto de vista económico, Lula tendrá que dar todos los pasos necesarios para deshacerse del techo de gasto, o no podrá hacer mucho de lo que prometió [en materia social]. Pero también está la variable internacional, cada vez más complicada, con el recrudecimiento de las tensiones entre China y Estados Unidos, la inflación global y el impacto de la guerra en Ucrania”, señaló a LA NACION Leda Paulani, economista de la Universidad de San Pablo. “Es difícil imaginar una reanudación sostenida del crecimiento de la economía mundial en estas circunstancias, lo que evidentemente interfiere con las posibilidades de recuperación de Brasil”.
Aunque la economía mostró señales de una reacción positiva este año, será complejo para el nuevo gobierno implementar un ciclo de crecimiento vigoroso (se prevé una desaceleración a 1% para 2023), dadas las fragilidades internas, las cuentas que llegarán el año próximo por el enorme gasto social de Bolsonaro en la campaña y el turbulento escenario internacional. Según economistas, desde el 1 de enero Lula deberá priorizar las áreas sociales (con el hambre como desafío más urgente), pero manteniendo la solidez fiscal, la implementación de una reforma tributaria y ganar protagonismo en la agenda ambiental.
“Habrá una presión muy fuerte de los sectores más pobres, de los que tienen hambre, que necesitan un cambio muy rápido. Si en el primer año de gobierno las cosas no salieran bien y Lula perdiera popularidad, podría generarse un escenario de más crisis, inestabilidad, que podría impulsar a la derecha a buscar un impeachment”, señaló Santoro, que recordó que cuando Dilma Rousseff (PT) ganó la reelección en 2014 frente a Aecio Neves (PSDB) por 3,2% de diferencia en el ballottage empezó muy debilitada su segunda gestión.
Además, los analistas apuntan a que un mayor crecimiento de la población evangélica –que en su mayoría respaldó a Bolsonaro- generará desafíos extras a la agenda social y cultural de Lula.
Cuando gobernó entre 2003 y 2010 Lula no se había enfrentado a este grado extremo de polarización y poder de los grupos ultraconservadores, más organizados, movilizados e, incluso, armados, tras las flexibilizaciones en la venta de armas firmadas por el propio Bolsonaro. “Si en el nuevo gobierno intentaran una persecución judicial al presidente saliente seguramente tendremos un país en convulsión”, indicó Pfeifer.
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