Ludmila y Valerii, historias de resiliencia en medio del horror y el espanto que emerge en Buzova, cerca de Kiev
El procurador nacional ucraniano estimó que hubo al menos 1226 víctimas civiles en este suburbio de la capital; los ucranianos resisten y se niegan a abandonar su tierra a pesar de la destrucción total y la incesante violencia rusa
BUZOVA.- Las bolsas de plástico esta vez no son negras, sino blancas. La enésima escena del crimen ahora es en la parte trasera de una estación de servicio arrasada y como siempre está vallada con cinta de plástico roja y blanca. Allí, algunos vecinos, acompañados por policías, acaban de hallar en un pozo-cisterna a dos cadáveres. Se trata de dos miembros de las Fuerzas Territoriales de Defensa que estaban desaparecidos desde el 16 de marzo. Fue el olor nauseabundo que salía de ese pozo que hizo que algún vecino sospechara lo peor y llamara la policía.
Es el séptimo domingo de la guerra que mantiene en vilo al mundo lanzada por Vladimir Putin contra esta ex república soviética rebelde y esta nueva postal del espanto se da en Buzova, una pequeña localidad pocos kilómetros al oeste de Kiev, que se sumó al horror que sigue aflorando en todas las áreas donde estuvieron los rusos. Como Bucha, Borodyanka, Makariv, Andriivka, también en Buzova, pequeña localidad liberada recientemente, salen a la luz historias de terror. Tanto es así que no extraña que el procurador nacional ucraniano haya estimado que al menos 1226 civiles murieron en el área alrededor de Kiev.
Ludmila Zakabluk, jefa de la comunidad de Buzova, presente en el momento en que las dos bolsas de plástico blancas son colocadas en una camioneta Trafic para luego ser llevadas a la morgue donde fiscales de crímenes de guerra analizarán los cuerpos, muestra a LA NACION la cédula de identidad de uno de ellos, que se llamaba Sergei Shtanko y tenía 51 años. El otro, Evgeny Yarovski, era mucho más joven, tenía apenas 23 años.
No son los únicos cadáveres hallados en esta zona. Aunque se había hablado de una fosa común, Taras Didych, jefe de la comunidad de Dmytrivka, que incluye Buzova, que aparece en la escena del crimen, aclara que, en verdad, no es así. Ante una pregunta de LA NACION, Dydich admite que hubo confusión. No encontraron ninguna fosa común, sino que los rusos en esta zona, que incluye varios kilómetros de la autopista que de Kiev va hacia el oeste, hacia la ciudad de Zhytomir, mataron a más de 50 personas que estaban en sus autos, huyendo.
“Nosotros recolectamos esos cuerpos, que quedaron en los autos, destruidos, que llevaban en sus ventanas hojas escritas a mano que decían en ruso ‘niños’”, indica, con rostro adusto. Dydich agrega, por otro lado, que en el sótano de otro pueblo cercano encontraron el cadáver de un hombre maniatado y torturado y que esperan hallar más cuerpos en los bosques que rodean la autopista. Algo aún imposible de hacer porque está todo lleno de minas. También en la estación de servicio a la que llegó para hablar con la prensa, en cuyo pozo-cisterna acaban de hallarse dos cuerpos, que da sobre la autopista mencionada, puede verse, sobre el asfalto, una mina antipersonal. Está señalada con un bloque de cemento con un palo envuelto en una bufanda roja, un cono de tráfico y un cartel escrito a mano que advierte: “mina”.
Frente a la estación de servicio destruida también se ven dos tanques rusos convertidos en hierros retorcidos, destrozados, que atraen a algunos vecinos que se acercan para sacar fotos de estos virtuales trofeos de guerra.
Sesenta años, enérgica y madre de dos hijos, Ludmila Zakabluk, que también se enroló en las Fuerzas de Defensa Territorial -de hecho, muestra una foto en su celular en la que se la ve con chaleco antibalas y kalashnikov- y dice que jamás se escapó de Buzova, sino que se quedó y ayudó a todo el mundo, asegura que conocía a la madre de uno de los dos desaparecidos recién hallados. “Esto es un pueblo, nos conocemos todos y aquí muchos murieron como ratas”, asegura. Ella se salvó porque se escondió en el sótano de su casa, que “afortunadamente” quedó intacta. Y nos invita a seguirla a una zona cercana, donde nos muestra otro ejemplo del ensañamiento y brutalidad de los rusos contra los civiles. “Ahí adentro viajaban dos familias que se estaban escapando, llevaban una bandera blanca, el cartel que decía ‘niños’ y un tanque ruso les disparó igual... El auto enseguida se prendió fuego y casi todos, incluso una chica de 17 años que se llamaba Catarina, que era una famosa bailarina, murieron carbonizados”, denuncia, mostrando el esqueleto de lo que era un auto y la foto de la bailarina quemada viva.
Llovizna y hace frío y Ludmila también nos lleva al pequeño cementerio de Buzova. “Los rusos ni siquiera respetaron a los muertos, este lugar que para nosotros es santo”, clama. “Y desde la autopista entraron con los tanques para ocultarse, arrasando tumbas y la memoria, sin respeto”, insiste, mostrando las huellas de los blindados en la tierra y la destrucción de varias lápidas, algunas de personas muertas en la Segunda Guerra Mundial.
Ludmila no es la única que se quedó en Buzova, localidad que quedó en el medio de feroces combates y donde hay un hotel a la vera de la autopista totalmente destruido, junto a un galpón lleno de autos carbonizados, entre otras ruinas.
Tampoco se fue de esta localidad Valerii, que, además, se quedó totalmente solo en una serie de edificios residenciales de los que huyeron todos sus habitantes. Un lugar muy cercano a la línea del frente que ahora luce también agujerado, con vidrios rotos y destrozados por los bombardeos, que tuvieron lugar en distintos momentos.
De 63 años, algunos dientes de oro y vestido con ropa mimetizada Valerii, que trabaja como carpintero en la planta de Chernobyl y es divorciado, desde que su edificio fue blanco de la ofensiva rusa vive sin agua, sin luz, sin calefacción, en su departamento de 34 metros cuadrados del cuarto piso, cuyas ventanas de vidrio ahora son láminas de plástico.
-¿Por qué se quedó solo en estas condiciones?
-“Porque soy un hombre y los hombres tienen que quedarse donde tienen el corazón, en su tierra, para protegerla”, contesta Valerii, que cuenta que ya luchó como sargento en el Donbass, pero que no pudo enrolarse en las Fuerzas de Defensa Territoriales por una cuestión de edad. “Igual, desde aquí ayudé al ejército ucraniano porque yo identificaba las posiciones rusas”, precisa, al mostrar que en su pequeño departamento, que se compró hace ocho años, pese a estar sin luz y gas, igual cocina utilizando unos cubos encendedores y recarga su celular con una batería solar.
-¿Qué piensa Valerii, padre de dos hijas que escaparon al oeste de Ucrania, de Vladimir Putin?
-“Que es un asesino, peor que Hitler y que el tribunal de La Haya lo va a tener que juzgar por sus crímenes de guerra”, contesta.
Ante una pregunta sobre si tiene miedo de que los rusos vuelvan a esta zona clave para luego tomar Kiev, Valerii, -que en el baúl de su viejo auto guarda un casco de un soldado ruso, un pedazo de bomba y otro gorro militar enemigo-, no tiene dudas: “No tengo miedo, no creo que vuelvan porque nosotros les demostramos que el ejército ucraniano es más fuerte. Y si vienen, los vamos a matar, vamos a luchar hasta el final y vamos a ganar”.
Coincide Ludmila, que ostenta el mismo espíritu combativo, más allá de los muertos, la destrucción y el espanto dejado por los invasores. “Definitivamente, vamos a ganar, también porque estamos recibiendo muchísimas armas y vamos a luchar con coraje hasta el final por nuestra independencia y nuestra soberanía”, asegura. “Todos somos soldados en Ucrania”, agrega, al mostrar fotos de su hijo mayor que también es combatiente, destacando incluso que fue recientemente condecorado por su valentía al evacuar a miles de civiles de Borodyanka, otra localidad arrasada. Optimista, Ludmila cierra con una reflexión que muchos comparten: “Lo que logró Putin con esta invasión es unir a Ucrania como nunca antes”.