Los valores de una líder que apeló al rigor para revitalizar el país
WASHINGTON.-Tenía los ojos de Calígula y los labios de Marilyn Monroe. Eso dijo François Mitterand, el último socialista serio que condujo una nación europea importante, al referirse a Margaret Thatcher, que ayudó a enterrar el socialismo como doctrina de gobierno.
Su aspecto exterior era frío y terso, pero su determinación la convirtió en la mujer más formidable de la política del siglo XX, y en la mujer más formidable de Inglaterra desde Isabel I, su más grande soberana. Cuando invadió las Malvinas, la junta militar argentina pudo conocer esa determinación.
Su objetivo era ser el equivalente moral del trauma militar, sacudiendo a la nación para darle vigor a través del rigor. A medida que maduran, las sociedades estables se parecen a esos guisos que se cuecen a fuego lento: son viscosas y grumosas, con organizaciones que se resisten al cambio y que, por lo tanto, son adversas al dinamismo.
Su programa de gobierno era una moneda fuerte, dejar hacer, fluidez y movilidad social ascendente a través de la confianza en sí mismo y otras "virtudes vigorosas". Fue el único primer ministro cuyo nombre se convirtió en nombre de una doctrina: el thatcherismo. Cuando dejó su cargo, en 1990, los sindicatos habían sido domados por vía de su democratización, la discusión política era sobre cómo lograr crecimiento económico, en vez de cómo redistribuir la riqueza, y el individualismo y el nacionalismo se habían revitalizado.
Gran Bretaña ha sido periódicamente un laboratorio de ideas económicas: las de Adam Smith, John Keynes, el socialismo laborista de posguerra. Antes del ascenso de Thatcher -discípula de Milton Friedman y Friedrich Hayek-, los conservadores intentaron inmunizar a Gran Bretaña contra el socialismo, con la administración de dosis profilácticas de esa misma enfermedad. Pero hacia 1979, los acuerdos políticos fundamentales de Gran Bretaña fueron puestos en discusión: el poder extorsivo de los sindicatos que podían paralizar al país era tal, que las leyes del Parlamento parecían no tener ningún valor más allá de la franja de tierra que rodea el Támesis.
En Gran Bretaña y Estados Unidos, durante las décadas de 1960 y 1970, la desmesura de los gobiernos aumentaba a medida que se encogía su eficacia. Al igual que Ronald Reagan, su alma gemela, Thatcher practicaba la política de la psicoterapia y le hizo a su nación un trasplante de orgullo nacional. Thatcher arremetió contra los nocivos acuerdos y actitudes establecidas, energizando y aumentando la clase media, gran motor del cambio social en toda sociedad moderna.
Cuando la naturaleza ofrecía encanto y convicciones, Thatcher se sirvió una dosis doble de las segundas, y en el plato casi no quedó espacio para lo primero. Pero en cuanto a lo que se ha dado en llamar su "machismo matriarcal", ella demostró útilmente que una personalidad tranquilizadora no siempre es necesaria en una democracia.
Como De Gaulle, era una nacionalista conservadora y carismática, que se resistió con tino a lo que ella llamaba los "intentos federalistas europeos para suprimir la nacionalidad y concentrar poder en el centro del conglomerado continental". Thatcher les dejó a los británicos este desafío que aún subsiste: "No hemos hecho retroceder con éxito las fronteras del Estado en Gran Bretaña sólo para ver cómo las reinstalan a nivel europeo". Mientras su corazón siguió latiendo, supo que no existen las victorias definitivas.
Traducción de Jaime Arrambide
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George F. Will
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