Los tumultuosos años de las Champlain Towers South previos al derrumbe
El consorcio de propietarios nunca logró ponerse de acuerdo sobre cómo financiar y ejecutar los arreglos estructurales necesarios que recomendaban los expertos
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SURFSIDE, Florida.- Elena Blasser usaba su departamento de dos habitaciones y dos baños en las Champlain Towers South como reducto junto al mar para las reuniones familiares. Le encantaba la playa y la pequeña localidad de Surfside porque le recordaba su hogar en Cuba y luego en Puerto Rico.
Hace poco más de una década, cuando compró el penthouse 11 del edificio, tuvo que meterle más de 100.000 dólares encima en renovaciones. Y después empezaron los problemas del edificio: pequeñas fisuras en los bordes de la pileta, paredes recién pintadas que se descascaraban al mes, el agua que se juntaba todo el tiempo en el nivel de cocheras. Así que las expensas extraordinarias y las evaluaciones técnicas especiales no paraban de aumentar.
“No entiendo a dónde va a parar toda esa plata que venimos pagando”, solía quejarse Elena Blasser con su familia y sus vecinos, según recuerda Pablo Rodríguez, hijo de Elena, una docente jubilada de 64 años que sigue desaparecida.
Lo que Elena no sabía era que los problemas detectados en el edificio iban a agravarse mucho más. El informe encargado en 2018 a un consultor especializado había señalado graves problemas de deterioro en el hormigón y corrosión en el acero, que según los ingenieros habían producido “un daño estructural significativo” con riesgo de desmoronamiento.
El consejo de administración llegó a la conclusión de que el costo del arreglo ascendería a unos 15 millones de dólares. Para cubrir su parte, Elena Blasser tendría que pagar otros 120.000 dólares en concepto de expensas extraordinarias.
La bronca y el resentimiento por el modo en que era administrado el edificio era vox populi entre los familiares y amigos de los residentes y hasta entre vecinos de los edificios aledaños. Esa bronca coexistía con la alegría y la concordia de la comunidad de residentes que habían comprado el sueño de la felicidad junto al mar.
Cuando los miembros del consejo de administración, a quienes los vecinos les habían encomendado la tarea de monitorear el edificio, contrataron a un ingeniero para que les dijera lo que sospechaban desde hacía tiempo —que su condominio entrado en años necesitaba con urgencia reparaciones de punta a punta—, las reuniones de consorcio en el complejo de 13 pisos se volvieron tóxicas.
“Después me avisaron que hice bien en no haber ido a la reunión”, recuerda Sharon Schechter, una de las vecinas. “Parece que no paraban de gritarse”. Según documentos internos y entrevistas con sobrevivientes de la catástrofe, exresidentes, familiares de desaparecidos y abogados, la falta de acuerdo retrasó las decisiones y las reuniones se convirtieron en un hervidero de quejas y reproches en busca de un culpable.
Nadie pensaba que luego de la 1:30 de la madrugada del 24 de junio, el edificio de 40 años que había sido motivo de tantos escándalos se convertiría en poco más que una pila de escombros y un paisaje de dolor inenarrable.
Un paraíso de veraneo convertido en vivienda familiar
En los últimos años, la Champlain Towers South, antes básicamente un lugar de residencia de medio tiempo para jubilados y personas que escapaban del invierno en regiones más frías, había empezado a atraer más residentes permanentes, incluidas familias más jóvenes. Y Surfside, antes un tranquilo remanso de Miami Beach, se convirtió en una atractiva y pujante comunidad en ascenso.
En medio de esa proliferación de edificios nuevos y resplandecientes, la Champlain Towers South quedó anticuada. El edificio tenía que aprobar la recertificación de habitabilidad exigida por el Condado de Miami-Dade a las torres de más de 40 años.
La revisión sería solicitada por el consejo de administración del edificio, cuyos miembros son vecinos que no suelen tener conocimiento de construcción, finanzas y administración de propiedades. El consejo tampoco está sujeto a demasiados controles, pero al mismo tiempo tiene un poder enorme sobre la vida de decenas de familias que eligieron vivir bajo el mismo techo.
El informe de ingeniería elaborado en 2018 por Frank Morabito, el ingeniero consultado, resultó bastante inquietante. No indicaba que la estructura estuviera en riesgo de colapsar, pero estimaba que las reparaciones costarían más de nueve millones de dólares.
El consejo invitó a Ross Prieto, funcionario de edificaciones en Surfside, a una reunión. Su presencia tranquilizó a vecinos como Susana Álvarez. “Prieto se sentó frente a nosotros y dijo que el edificio estaba en buenas condiciones”, dice Álvarez.
Lo que enojaba a los vecinos no era solamente la perspectiva de tener que pagar enormes reparaciones. También les preocupaba una torre enorme diseñada por Renzo Piano y conocida como Eighty Seven Park Miami que estaba construyéndose cerca, prácticamente en la medianera de la Champlain Towers South.
Muchas veces los residentes decían que la construcción estaba tan cerca que su edificio se sacudía. “Cuando pusieron los cimientos, las Champlain temblaban”, dice Spiros Dimitropoulos, inquilino durante cinco años.
El 23 de enero de 2019, Mara Chouela, miembro del consejo, envió un correo electrónico a Prieto. “Estamos preocupados por la estructura del edificio debido a los temblores” le escribió, y le preguntó si algún funcionario de la ciudad podía visitar el lugar. “No hay nada que verificar” respondió Prieto, y dijo que los residentes debían contratar alguien para monitorear los daños en el cerco, la pileta y otras zonas.
Durante el verano, los miembros del consejo se concentraron en los problemas detectados por la inspección de Morabito en 2019. En una carta sin fechar, el consejo comunicó a los residentes que había llegado el momento de una “discusión muy honesta” sobre el futuro del edificio.
“Durante los últimos años, su consejo reconoció que se ha desatendido nuestro edificio, las reparaciones se aplazaron en repetidas oportunidades o simplemente se pusieron parches, haciendo que el valor de nuestras propiedades siga muy por debajo del que le correspondería”, escribieron.
El 13 de septiembre de 2019, Graciela Escalante, que presidió el comité a cargo del proyecto de renovación del certificado que vencía a los 40 años, recomendó contratar a la empresa de Morabito para realizar los trabajos, a pesar de que había presentado la cotización más alta.
Al día siguiente, renunciaron Anette Goldstein, presidente del consejo, y Nanci Levin, vicepresidente, alegando frustración por las objeciones de último momento que seguían impidiendo el avance de las reparaciones. “Es un patrón que se viene repitiendo una y otra vez: desconfianza, rumores y luchas de ego que socavan la capacidad de los miembros del consejo”, escribió Goldstein.
Levin vivía en el edificio desde su inauguración y dijo que había pasado de ser la “joya” de Surfside para convertirse en “una batalla de egos y poder”. Al final renunciaron seis de los siete miembros del consejo, cinco de ellos en las dos semanas previas al 3 de octubre de 2019.
“Debimos haber empezado a ahorrar hace cinco años”
Los nuevos miembros del consejo asumieron en 2020 y lograron lo que ningún otro predecesor consiguió: una línea de 15 millones de dólares de crédito para pagar las reparaciones identificadas por Morabito en 2018. El costo del proyecto había aumentado con el paso del tiempo y tras una inspección más exhaustiva.
En una serie de presentaciones con diapositivas, el consejo reveló sin tapujos la realidad. “Deberíamos haber empezado a ahorrar hace cinco años”, dijeron en una reunión del 28 de mayo de 2020. En una presentación de octubre de 2020, dijeron que nuevas inspecciones habían revelado que los problemas de filtración de agua en el nivel de cocheras eran mucho más generalizados de lo que se creía en un principio: “El garaje está expuesto a la intrusión del agua desde hace 40 años”.
A pesar de sus problemas, el edificio, desde donde se veía de cerca la costa del Sur de la Florida, seguía siendo atractivo para un mercado en auge, dice Andrés Paredes, agente inmobiliario que en 2020participó en la venta de una unidad.
Paredes aclara que la administración del edificio siempre compartió abiertamente con los potenciales compradores los detalles de la megamillonaria restauración planeada. Aun con las evaluaciones que seguramente se necesitarían para cubrir el costo de las reparaciones, la Unidad 202 parecía una buena inversión para una pareja de Nueva York. Su valor era de 460.000 dólares.
Para cubrir los gastos de la reparación, cada unidad tendría que haber pagado entre 80.000 y 200.000 dólares, en un pago o en cuotas mensuales. Nadie estaba contento de tener que sacar dinero de su bolsillo.
“Era un edificio exclusivo, pero no era el Ritz ni el Four Seasons”, dijo Steve Rosenthal, de 72 años, un ejecutivo de publicidad de restaurantes que iba al gimnasio del edificio casi todos los días y después daba una vuelta por la pileta. “No somos Rockefellers ni Rothschilds. Somos clase media alta, y muchos estamos jubilados”.
(Traducción de Jaime Arrambide)
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