De acuerdo al estilo, o su carencia, se pueden identificar cinco categorías de políticos en relación a su imagen
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Madeleine Albright usaba prendedores de serpientes, misiles y avispas para plantarse ante iraquíes y rusos en nombre de la Secretaría de Estado de Bill Clinton. Con un “Pantone” propio, la excanciller alemana Angela Merkel transformó sus trajes masculinos en medios para ejercer psicología del color. El expresidente Mauricio Macri dejó de lado la corbata para separarse de la casta empresarial e intentar llegar a todos los argentinos. Y el primer ministro de Canadá, Justin Trudeau, usa sus medias para desplegar banderas de apoyo a la comunidad LGBTQ+ y a los musulmanes.
Nada de esto fue casual. En el impacto de un discurso, las palabras se llevan solo el 7% de la importancia, mientras que el otro 93% recae en la comunicación no verbal –38% para ritmo, el tono, las pausas; 55% para los gestos, la puesta en escena, la estética y la indumentaria–. Los datos científicos llegaron en los 70 de la mano de Albert Mehrabian, psicólogo y antropólogo armenio nacionalizado en Estados Unidos; pero lo adelantaba, desde mucho antes, el dicho popular: una imagen vale más que mil palabras.
En América del Norte y en Europa, los políticos no tardaron en entender la regla y exprimirla a su favor, a tal punto de convertir el estilismo en una fuerte herramienta de negociación, en muchos casos, incluso, devenida en marca personal.
Por estas latitudes de democracias jóvenes, sin embargo, todavía predomina la informalidad y lo casual, según coinciden especialistas en marketing político consultados por LA NACION, y son pocos los ejemplos de una comunicación de imagen consciente, en la que sí parecen haber acertado los expresidentes de Venezuela y Cuba, Hugo Chávez y Fidel Castro –respectivamente–, así como algunos referentes del Pro, en el caso de la Argentina.
Lo cotidiano es toparse con incongruencias como la del primer mandatario Pedro Castillo y el uso del sombrero chotano que no pudo sostener; el ostento de la vicepresidenta Cristina Kirchner, autoproclamada militante de izquierda, y los trajes demodé de Alberto Fernández, holgados.
“La falta de atención en el cuidado tiene que ver con un tabú generado en torno a la imagen. Las religiones monoteístas han presentado al cuerpo como pecaminoso y nos han hecho considerar que todo lo que tenga que ver con el arreglo va en deterioro de nuestro intelecto porque lo importante es el alma y no el cuerpo”, explica a este medio la española Patrycia Centeno, magíster en comunicación política y especializada en asesoramiento de imagen.
Según la experta, el vínculo entre la estética y el poder político es por demás estrecho y fue forjado en tiempos remotos. “El poder ha tenido muy en cuenta la imagen desde las épocas de los griegos y los romanos, que eran muy conscientes de la importancia de las apariencias y la belleza. También, en la Edad Media, las leyes suntuarias determinaban cómo podía vestir una persona y que telas o joyas podía llevar según su clase social”, fundamenta Centeno, autora del libro Política y Moda: la imagen del poder.
Amparada en la regla del 55-38-7 –o “regla de Mehrabian”–, la española insiste en la importancia de apostar al uso estratégico de la apariencia en el campo político para conseguir objetivos, siempre y cuando este sea genuino y tenga coherencia con las ideas que se quieren transmitir.
De acuerdo al estilo, o su carencia, se pueden identificar cinco categorías de políticos en relación a su imagen.
Impericia de estilo
Mientras algunos mandatarios acompañan sus metas políticas con asesoramientos de imagen estratégicos, otros impostan autenticidad al no poder sostener montajes de campaña, obviar sus orígenes, desvincularse de sus ideales o, simplemente, desestimar el impacto de la comunicación no verbal.
“El límite es el uso de la imagen como vía para manipular a la población”, advierte Centeno. Y continua: “Jair Bolsonaro, en Brasil; el expresidente Donald Trump, en Estados Unidos, o Boris Johnson, en el Reino Unido, son ejemplos de gente pudiente que pretende, a través de la dejadez y la desprolijidad, desconectarse de la elite y conectar con una parte de la sociedad con baja autoestima, a la que no le preocupa la apariencia. Los quieren convencer de que su foco está en solucionar problemas y no en lucir bien”.
De inmediato, la especialista en estética hace un salto a la Argentina, para referirse a Alberto Fernández y sus trajes grandes, de mangas que sobrepasan la muñeca: “Igual de grave es cuando no llega la madurez indumentaria, como en el caso del presidente argentino, que parece un adolescente en busca de su talla. ¿Cómo vas a ser capaz de gestionar un país si no sabes cuál es tu tamaño adecuado de chaqueta?”.
La politóloga y consultora de imagen corodobesa María Soto, que trabaja asesorando a políticos y profesionales desde 2014, coincide con su par española. En diálogo con LA NACION, explica: “En la Argentina, todavía muchos personajes pivotan con lo clásico y quedan demodé. Con su bigote tupido y su corte de pelo, Fernández parece un caudillo. Sus trajes están desactualizados y le quedan muy holgados; eso comunica que su rol le queda grande”.
Las analistas también se detienen en la vicepresidenta argentina Cristina Kirchner. Señalan un desajuste entre los ideales que profesa y el lujo que irradia su estilo. “Es incongruente que una persona que se proclame de izquierda haga un alarde de ostentación tan grande como el suyo. Recurrir a marcas y ostentar de ellas es un error, en tanto es difícil que las filosofías coincidan con los intereses que quiere transmitir el político”, explica la periodista española.
Y Soto agrega: “Cristina emula a Eva Perón, con un vestuario aspiracional que no busca conectar con la base política sino posicionarla en otro nivel, por encima de las masas, en un lugar verticalista”.
👜Cristina Kirchner sale de su casa hoy con una cartera @LouisVuitton de 1890 dólares. pic.twitter.com/2u5ns6KPjJ
— Belén Papa Orfano (@bepapaorfano) July 4, 2022
Otro líder lationamericano que, según Soto, falla en conjugar sus ideales y su imagen es el presidente de Perú, Pedro Castillo, quien lució un sombrero chotano –típico de la zona rural en la que nació– durante toda su carrera al Palacio de Gobierno, a modo de remitir a sus raíces y alejarse del establishment político, pero se lo sacó al poco tiempo de asumir. “Fue tan forzado que no lo pudo sostener. Fue un montaje, puro marketing, y una traición hacia la audiencia”, afirma, con determinación, la politóloga argentina.
Apropiación cultural
En América Latina sobran ejemplos de presidentes que eligieron (y eligen) vestirse con prendas ligadas a una identidad cultural, que reafirman los orígenes del país y rescatan la tradición; un mensaje que busca empatizar con el pueblo e instaurar ideologías.
Más acertados y consecuentes que Castillo con su imagen han sido Hugo Chávez y Fidel Castro, expresidentes de Venezuela y de Cuba, según Centeno. “Chávez fue un gran estratega estético. Ha hecho uso de un estilo auténtico para desempeñar su mensaje”, afirma la especialista en comunicación política en referencia al liquilili, el tradicional traje de cuello cerrado que el fallecido líder de izquierda vistió desde que salió de la cárcel, en 1994, hasta el fin de su vida política.
El atuendo, sencillo, al cual también recurre ocasionalmente el actual presidente Nicolás Maduro, está ligado a Los Llanos, zona céntrica del país, y a la figura del llanero, fuerte, popular, apegado a la tierra y nacionalista.
Al rescate de las tradiciones también han salido Evo Morales, en Bolivia, y Rafael Correa, en Ecuador, con sus camisas bordadas, aguayos y trajes de alpaca, que desafían el código del traje y corbata y reafirman los orígenes indígenas.
“De igual manera, Fidel Castro abandonó el pesado uniforme militar una vez retirado, probablemente por prescripción médica, y empezó lucir joggings. Pese a mostrar marcas como Adidas y Puma, siempre tuvo presente a Cuba en sus colores: rojo, blanco y azul”, detalla Centeno. Y agrega: “No olvidemos que los deportistas cubanos han participado siempre de los Juegos Olímpicos con conjuntos Adidas”.
En la misma línea que Centeno, la socióloga argentina y exasesora de imagen pública Doris Capurro –hoy dedicada a la transición energética al mando de LUFT Energía– explica que el máximo dirigente de Cuba “transformó su persona en un ícono, una imagen simbólica, que hasta con la ropa buscaba alejarse de los parámetros occidentales”.
De casual a informal
El traje empezó a dejarse de lado y son cada vez más los políticos que se muestran en remera o en zapatillas a modo de generar cercanía con el electorado. Los problemas surgen cuando la informalidad traspasa fronteras y complica las mesas de negociación.
Fuera del caso puntual del jogging y su carga simbólica en Cuba, en la actualidad existe una tendencia generalizada entre políticos por mostrarse descontracturados. Kamala Harris llegó a la Casa Blanca habiendo pateado el tablero de los cánones de formalidad. La actual vicepresidenta de EE.UU. hizo toda su campaña electoral en zapatillas Converse: accesibles a todos, cómodas para caminar la calle y cercanas; reflejo, también, de una persona todoterreno.
“Tengo toda una colección: unas negras de piel, unas blancas, tengo las que se abrochan, las que me pongo cuando hace calor, las que me pongo cuando hace frío y unas de plataforma para cuando llevo traje pantalón”, confesó Harris a la revista americana The Cut.
Laced up and ready to win.pic.twitter.com/scLX6nNJXo
— Kamala Harris (@KamalaHarris) September 7, 2020
En la Argentina, la directora de LUFT Energía distingue a dos referentes políticos que buscan usar recursos informales a su favor: el expresidente Mauricio Macri y el jefe de gobierno porteño, Horacio Rodríguez Larreta.
“Tanto Macri como Rodríguez Larreta definieron una imagen que intenta mostrar modernidad e innovación. Difícilmente usen traje. Suelen optar, por el contrario, por pantalón y camisa o remera”, afirma Capurro, y continúa: “Claro que una buena imagen no hace vender una mala idea, pero comunicar de manera anticuada y descuidada es más difícil”.
Respecto de esta apuesta de los líderes del Pro, Soto adhiere: “Anular la corbata es un paso necesario para ellos, en su intento de despegarse de su procedencia y generar cercanía”.
Otro político que ha suscitado un batallón de comentarios y especulaciones en sus apariciones recientes ha sido el presidente francés, Emmanuel Macron. Su fotógrafa oficial, Soazig de la Moissonnière, puso en pausa la típica imagen del mandatario en pantalones ajustados, camisas de puños blancos inmaculados y pelo perfectamente acomodado, para mostrarlo con un buzo canguro de las fuerzas aéreas, sin afeitar, despeinado, e, incluso, con camisa desabrochada hasta la mitad del pecho.
De inmediato, en las redes surgieron las preguntas. ¿Quiere emular al presidente de Ucrania, Volodimir Zelensky –con quien mantiene lazos–, entendido un ser valiente? ¿Quiere contrarrestar su distancia, su carátula de “presidente de los ricos”, y parecer relajado para atraer a más jóvenes?
Como todo extremo, el abuso del recurso de la informalidad tampoco conduce a buenos caminos. En campera de cuero, gorras al revés, jeans ajustados y anteojos aviador, el presidente de El Salvador, Nayib Bukele, se autoproclama como el “más cool del mundo” entre sus pares. Usa Instagram, Facebook y Tik Tok para consolidar su impronta millennial –generación a la cual se aproxima, con sus 41 años– y juega al dandy juvenil y despegado de la casta política tradicional.
Con el mismo aspecto de cantante de rock y aires de funcionario disruptivo, el exministro de Economía de Grecia Yanis Varoufakis se sentaba a negociar con sus pares europeos un salvataje financiero para su país –envuelto, desde hace años, en una aguda crisis económica–. Terminó renunciando a su cargo, en julio de 2015, medio año después de haber asumido.
@nayibbukele No solo tendremos energía más limpia y más barata, sino que generaremos empleos y garantizaremos nuestra sostenibilidad energética 🤓 #ElSalvador 🇸🇻
♬ original sound - Nayib Bukele
“No nos olvidemos que los representantes de una nación tienen que inspirar confianza, capacidad de hacer, de autocontrolarse, de razonar”, advierte Soto. Y, bajo este mismo fundamento, apunta a la “desafortunada” elección de la exministra de Economía Silvina Batakis para desembarcar en Washington a negociar la deuda argentina.
A pocos días de haber asumido, la fugaz exfuncionaria se encontró en EE.UU. con el embajador Jorge Argüello; llevaba una túnica liviana, de estilo hindú, con estampado colorido. Horas después, se reuniría con la titular del FMI, Kristalina Georgieva, luciendo un llamativo vestido rojo y blanco. Según Soto, el atuendo informal elegido por Batakis fue sinónimo de falta de profesionalismo. “Es como que me inviten a un casamiento y vaya en buzo. Desmerezco la ocasión y la importancia del encuentro, que en este caso ameritaba un tipo de vestuario más formal, como el uso de sastrería de líneas rectas”.
Psicología del color
El color afecta el comportamiento humano y tiene una influencia notable sobre el estado de ánimo y mental de las personas. Puede estimular, deprimir, alegrar, intimidar, y son varios los políticos que, bien asesorados, han sacado provecho de eso en sus apariciones públicas.
Aunque hoy intente obviarse para ciertos eventos, el uso del traje ha sido siempre sinónimo de formalidad y respeto por la majestuasidad de las funciones públicas, en particular, entre hombres, quienes todavía dominan el ámbito político. Esto explica porqué muchas de las mujeres que alcanzaron cargos destacables han optado por masculinizar su apariencia.
La excanciller alemana Angela Merkel entendió, en 2005, que el poder solo toleraba el patrón masculino, y optó por el uso de uniformes sobrios para ser escuchada. El valor agregado lo puso el color: verde para los comunicados difíciles; rosas y naranjas para descontracturar encuentros; azul para visitas internacionales –color presidencial, sinónimo de transparencia, objetividad y responsabilidad–.
Durante sus 16 años al frente del gobierno de Alemania, Merkel desfiló una impresionante colección de trajes de más de 90 tonos distintos, que configuraron el famoso “Pantone Merkel”, sin dejar de mostrarla como es: austera, seria y de bajo perfil.
Worn #onthisday in 2016 by @HillaryClinton on the last night of the Democratic National Convention in Philadelphia, when she became the 1st woman to win a major party's presidential nomination. Her white @RalphLauren pantsuit evoked both the Suffragettes & Olivia Pope. #OTD @DNC pic.twitter.com/YJ3UhQE4aB
— Worn On This Day (@WornOnThisDay) July 28, 2018
“Un estilo conservador, pero que tolera la pluralidad y por eso acude a todos los colores; también, práctico, porque no se pierde en pensar lo que usará, pero sí riguroso, al apelar a la psicología cromática”, advierte Centeno, la estilista española.
El juego de colores fue asimismo un escudo para esquivar críticas. Como dijo la propia Merkel en diálogo con el periódico alemán Die Welt, en 2019: “Llevar un traje azul oscuro 100 días seguidos no es un problema para un hombre, pero si una mujer lleva la misma chaqueta cuatro veces en dos semanas, los ciudadanos escriben cartas al respecto”.
Del otro lado del atlántico, también en saco y pantalón, Hilary Clinton participó en 2020 de los debates presidenciales luciendo rojo y azul (en homenaje a la bandera de su país), y blanco, en recuerdo a la lucha de las sufragistas por el derecho al voto, a principios del siglo XX. Y el día en que le disputaba la presidencia a Trump en las urnas, fue a votar en una escuela de Nueva York vestida de champange: el color de la victoria. Nada casual.
Si bien los hombres se ven más limitados para correrse de los trajes grises y azules, una clásica herramienta es intencionar el color de la corbata. “El azul indica calma; el bordó, fuerza y capacidad de liderazgo. Ésta fue la elección de Barack Obama para su corbata cuando aterrizó de sorpresa en Afganistán y anunció que pondría fin a la intervención militar”, explica Soto.
La diplomacia del accesorio
Los broches, las medias, los pañuelos, los collares: la creatividad no tiene límite a la hora de buscar herramientas para llamar la atención entre líderes mundiales; en particular, cuando se trata de mujeres que buscan plantarse en mesas puramente masculinas.
Con una apuesta más vanguardista que la del expresidente de EE.UU., Justin Trudeau ha convertido sus medias en mensajeras políticas: un accesorio que se aleja de la cara y, por tanto, genera impacto medido sin distraer –según explican las consultoras estéticas–.
El líder liberal –primer ministro de Canadá desde 2015– participó en una celebración del Orgullo Gay con medias de los colores de la bandera LGTBQ+ que, a su vez, llevaban un mensaje de apoyo a la comunidad musulmana en tiempos del ayuno de Ramadán; se presentó ante los gobernadores canadienses y otros líderes políticos con medias bordó repletas de hojas de arce –en línea con la bandera nacional–, y ha asistido a reuniones en Bruselas con la bandera de la OTAN impresa en sus tobillos.
Canadian PM at a Gay Pride rally, wearing "Eid Mubarak" Socks, 'high fiving' a little girl dressed as #WonderWoman
— Cinematical (@MovieCraze) June 27, 2017
The Man @JustinTrudeau pic.twitter.com/A3oA4J2uF6
La iniciativa es original, pero tiene un precedente muy claro: la “diplomacia del broche” de Madeleine Albright. En desventaja no solo por su sexo sino por su baja estatura, la primera mujer en ocupar la secretaría de Estado de la Casa Blanca transformó sus prendedores en artillería para imponerse entre líderes hombres, en nombre del presidente Bill Clinton.
Surgió sin quererlo. Previo a asumir el cargo en 1997, Albright ejercía como embajadora de Estados Unidos ante la ONU y empezó a ser llamada “serpiente sin par” por la prensa iraquí. Como retruco, la funcionaria se colocó alfileres del reptil en la solapa de sus prendas cada vez que trataba temas de Irak ante el Consejo de Seguridad, o cuando se reunía con funcionarios del país de Oriente Medio.
Believe the story goes, Albright wore the snake pin because Saddam Hussein had called her an “unparalleled serpent”.
— the dark manatees (@audio_embed) March 24, 2022
So she wasn’t saying, ‘You’re a snake, Saddam’, she was reclaiming the insult, saying, ‘You called me a snake, so here comes the snake lady!’ pic.twitter.com/qNR45JVAx5
Usó arañas, serpientes y moscas para ocasiones combativas; tortugas para negociaciones lentas; mariquitas y mariposas para enviar mensajes positivos; un cebra, en guiño a África, para reunirse con Nelson Mandela –a quien admiraba–, y otras 200 versiones de pines que recopila su libro Read My Pins: Stories From a Diplomatic Jewel Box (Lee mis prendedores: historias de un joyero diplomático).
Una anécdota cuenta que Albright eligió un broche en forma de flecha para reunirse con Igor Ivanov, exministro de Relaciones Exteriores de Rusia. “¿Este uno de sus misiles interceptores?”, preguntó él. “Sí, y como puede ver, sabemos hacerlos muy pequeños. Así que mejor que esté dispuesto a negociar”, doblegó la exfuncionaria estadounidense, quien murió de cáncer en marzo de este año.
Las expremiers británicas Margaret Tatcher y Theresa May también tiraron de la cuerda para allanar el camino hacia los “matrones estéticos” –como rotula la española Patricia Centeno–. Tatcher, en la década del ‘80, con sus “perlas del poder”; clásicas, distantes, onerosas. May, quien no dudó en dar a conocer su costado fashionista y aseguró, en público, que sus icónicas chatas leopardo, sus tacos rojos y sus botas acharoladas le resultaron de gran ayuda a la hora de “romper el hielo” en su actividad como primera ministra de Reino Unido, cargo que ocupó entre el 2016 y el 2019.
“Que nos guste la moda no nos hace frágiles, huecas ni incapaces de liderar. Ese fue su mensaje”, reflexiona Soto, respecto de ambas funcionarias.
El legado lo continúa Christine Lagarde, otra embajadora del uso político de los accesorios. La presidenta del Banco Central Europeo y extitular del FMI marca distancia, frialdad y refinamiento con sus pañuelos de seda.
Lagarde lleva años ocupando los primeros puestos del ránking Forbes que enumera a las mujeres más poderosas del mundo, y, como referente de la economía mundial, sus bufandas y pañuelos de alta gama la ayudan a mantener ese estatus. También, a “llevar la atención de los hombres con los que lidia hacia el rostro, y así lograr una mejor comunicación”, explica a la BBC Carolyn Mair, psicóloga y académica de London College of Fashion.
El presidente Mauricio Macri se reunió con la Primera Ministra del Reino Unido, Theresa May. pic.twitter.com/kV1IvX08lR
— Casa Rosada (@CasaRosada) November 30, 2018
Temprano, en su primera rueda de prensa como jefa del FMI, la abogada y política francesa lució un pañuelo de seda rosa sobre una chaqueta de traje negra. Una clara declaración de intenciones: una mujer cosmopolita había llegado a Washington para hacerse cargo de la economía mundial.
¿Hasta qué punto son válidas todas estas estrategias estéticas? Según la española Centeno, “en tanto la imagen no eclipse el mensaje, acompañe la propuesta política, y, sobre todo, sea trabajada previo a la repercusión pública de la persona”.
“De lo contrario, confunde. ¿Sos el de antes o sos el de ahora? [El presidente Gabriel] Boric, en Chile, ha pasado por todos los estilos, y ahora acabó con traje. Es como una persona pequeña forzada a ser mayor. Si no sabes atarte la corbata, la seriedad no te la va a dar un traje”, concluye la oriunda de La Coruña.
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