Los sirios sufren en el Líbano, un país desbordado de refugiados
Aunque no hay campos oficiales, llegaron más de un millón de migrantes, que se sienten maltratados
TEL ABBAS, Líbano.- Su ciudad, Homs, queda a tan sólo unos 70 kilómetros y a tres horas de auto en tiempos de paz. Pero desde hace dos años Sami al-Abayan, su mujer, Ghazala, y sus cuatro hijos viven junto a otras 50 familias en un campamento levantado a la buena de Dios en este poblado que se encuentra a tres kilómetros de la frontera con Siria.
Sami es parte de los 1.200.000 refugiados sirios que para no morir en una guerra atroz que ya cumplió cinco años se encuentra en el vecino Líbano en una situación dramática. Más allá de la evidente generosidad de este diminuto país que se ha convertido en el que tiene más refugiados per cápita del mundo, las condiciones de vida para sus "huéspedes" son de terror.
Desde el estallido de la guerra en Siria, en 2011, cientos de miles de personas cruzaron la frontera. La virtual invasión golpeó a un país que ya tenía graves problemas económicos y una delicada situación política. Y creó fuertes tensiones, maltratos, discriminación.
Increíble pero real, aunque el Líbano hospeda a miles de personas, no existen oficialmente campos de refugiados. "Para ellos representa aún un trauma la llegada, a partir de 1948, de aproximadamente 600.000 refugiados palestinos, que nunca se fueron y que son considerados de segunda, sin derechos. Y como el gobierno no quiere que se repita la historia, adoptó esta postura de no querer levantar campos que se transformarán luego en virtuales barrios", explica a LA NACION Michael Zammit, coordinador general del Servicio Jesuita de Refugiados. Para limitar el éxodo de la vecina Siria, en enero del año pasado el gobierno libanés, que al principio dejó las fronteras abiertas y en estos años ha recibido millones de dólares en ayudas de parte de la Unión Europea y otros donantes, impuso una política mucho más restrictiva. Al decretar un cierre "de facto" de la frontera, decidió que cada sirio que quiere venir debe tener una familia garante en el Líbano y una reserva de hotel de por lo menos 1000 dólares, algo que hizo decrecer significativamente el flujo.
Lo cierto es que, debido a este política anticampamentos, los refugiados sirios se encuentran dispersos en más de 1700 localidades del Líbano. De acuerdo con su bolsillo, viven en departamentos, edificios a medio construir, refugios colectivos, garajes o campamentos improvisados donde los dejan.
Es el caso de Sami, que vive en un rejunte de casillas de madera y lonas de plástico, una pegada a la otra, en medio de un terreno para cultivos de Tel Abbas. "El terreno es de un propietario saudita que les cobra el alquiler y que se aprovecha de la situación", destaca Francesco Pioppi, director de Mediterranean Hope, organización de la Iglesia Valdense, que junto con la Comunidad de San Egidio e iglesias protestantes organizó un corredor humanitario por el que 101 refugiados mañana partirán a Italia.
Sami no sólo debe pagar el alquiler para vivir en una casilla sin condiciones sanitarias básicas. También debe pagar comida, ropa, remedios. "Además, 20 dólares para la corriente eléctrica, y en invierno, el alquiler de una estufa a nafta", cuenta a LA NACION. La Acnur le dio una tarjeta para poder hacer frente a algunos gastos, pero no alcanza. Dentro de su casilla, con esterillas en el suelo, hay un ventilador funcionando. El sol es impiadoso al mediodía en esta zona muy verde de palmeras y frutales, repleta de check-points del ejército libanés.
Fuera del campamento, al margen de la ropa lavada y colgada a secar, saltan a la vista varias antenas parabólicas y chicos jugando en medio de la tierra.
"La mayoría de los refugiados paga el alquiler del terreno de su campamento, o del departamento, con su mismo trabajo. Algunos recolectan fruta; otros, que son albañiles o pintores, haciendo trabajos. Y son explotados por los libaneses", destaca Pioppi.
"A mí me deben 4000 dólares", clama Abdel Radi Edriz, refugiado sirio que vive junto a otras familias en un departamento de las afueras de la ciudad de Trípoli, unos 25 kilómetros al sur de Tel Abbas. Abdel, que desde hace tres años vive en el Líbano, hizo trabajos de refacción, que jamás le pagaron.
Aunque para los refugiados, cuya mayoría son mujeres y niños, la verdadera emergencia es la salud. En el Líbano el sistema sanitario es totalmente privado y carísimo. "Muchos refugiados mueren porque no tienen plata", denuncia Pioppi. Otro problema grave es la educación. Según la Acnur, en el Líbano hay por lo menos 417.000 chicos sirios de entre tres y 14 años. Y aunque no hay cifras exactas, se estima que cerca de la mitad no tienen acceso a ningún tipo de educación, algo que los expone a violencia física o psicológica, trabajo infantil, explotación y ser reclutados en grupos armados.
El Ministerio de Educación libanés se comprometió a aumentar la capacidad de las escuelas locales para recibir 200.000 chicos. Pero esto ayudaría sólo a la mitad de los refugiados sirios en edad escolar.
Los refugiados sirios, muchos indocumentados porque deben pagar para renovar sus permisos de estadía, se sienten discriminados. "No puedo decir que todos los libaneses son malos, hay algunos buenos. Pero ¿por qué nos tratan así? Cuando ellos tuvieron la guerra civil (1975-1991) y vinieron a Siria, nosotros los recibimos en nuestras casas", lamenta Kevork Istamboulian, cristiano armenio de 43 años que escapó de Aleppo junto con su mujer, su cuñado y sus ancianos suegros. Todos viven en un departamento alquilado en un suburbio de Beirut. Tan mal se sintió tratado Kevork en el Líbano, donde hasta ahora sobrevivió haciendo changas como electricista, que hasta había planeado regresar a Aleppo, ciudad destruida y aún bajo fuego. La suerte de Kevork, sin embargo, cambió: será parte de las 38 familias sirias que partirán mañana a Italia en un "corredor humanitario".
"Probé irme a Canadá, a Australia, pero no me salió nada, hasta que ocurrió el milagro del corredor", cuenta Kevork. "Es muy difícil vivir acá. No bien oyen el acento sirio te miran de otro modo -agrega-. Y uno pasa a ser un esclavo, la nada, no es más un hombre."