Un bar eligió la esvástica nazi como logo y para adornar los uniformes de estilo militar de los empleados del local
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Recién abierto, el bar Unfair ha cerrado sus puertas en la zona de moda de Minami, en Osaka, Japón.
“Pedimos sinceras disculpas por la falta de conocimiento y concienciación”, dijo Host x Host, la empresa responsable de la discoteca, en un comunicado publicado el 11 de octubre.
“Hemos provocado el malestar de mucha gente. Tendremos en cuenta los comentarios y trabajaremos para que este tipo de cosas no vuelva a ocurrir”, añadió el texto.
Con “este tipo de cosas”, el documento se refiere a que el nuevo bar eligió la esvástica nazi como logo (impreso incluso en las botellas) y para adornar los uniformes de estilo militar que sirven de atuendo oficial para el personal masculino del club.
“Ignorancia y estupidez”, escribió en Twitter el cineasta Miki Dezaki, director del documental Shusenjo (2018), que aborda la historia de las “mujeres de consuelo”, como se conoce a las esclavas sexuales reclutadas por militares japoneses durante la Segunda Guerra Mundial (1939-1945).
Tras una avalancha de críticas en Internet, los administradores del club cerraron la web oficial y publicaron las disculpas.
De acuerdo con la antropóloga Aleksandra Jaworowicz-Zimny, doctora de la Universidad de Hokkaido (Japón) y actual profesora de la Universidad Nicolaus Copernicus (en su natal Polonia), la presencia de símbolos nazis en el archipiélago asiático hoy se debe más a una “falta de sensibilidad histórica” que a una alineación ideológica o política.
“Cosplay” o juego de roles a lo nazi
“Muchos japoneses saben que los nazis cometieron crímenes de guerra, pero su conocimiento es limitado. Visualmente, reconocen los uniformes negros de las SS [Schutzstaffel, la organización militar nazi], sobre todo con el brazalete rojo, pero no todos los uniformes de la Wehrmacht [las fuerzas armadas alemanas bajo el mando de Adolf Hitler] son una señal de alarma para ellos”, explica la polaca.
Autora de un estudio sobre el cosplay nazi, que se refiere al uso de atuendos relacionados con el Tercer Reich y a la imitación de poses de la época para actuaciones públicas en festivales como el Comic Market de Japón, Jaworowicz-Zimny cree que los seguidores de esta tendencia no llegan ni a los 50.
Aunque aclara que es difícil precisar el alcance del fenómeno. Según ella, es como si la carga histórica del nazismo estuviera más allá del rango de identificación de los japoneses.
“La sociedad japonesa no tiene el Holocausto grabado en su memoria colectiva como los europeos y los estadounidenses. No tiene abuelos que fueron torturados o asesinados por los nazis, ni monumentos que recuerden los crímenes nazis en cada ciudad”, detalla.
Así, la historia del nazismo les es mucho más lejana, de la que saben solo por los libros y la cultura pop, con películas como la hollywoodense Inglourious Bastards (Bastardos sin gloria de 2009) o juegos como Wolfenstein.
“Si no se tiene en cuenta el contexto histórico, la imagen es vista como mera estética por muchos japoneses”, insiste la antropóloga, quien no puede imaginarse la apertura de un pub con íconos de este tipo en Polonia, un país que fue ocupado por los nazis y donde se instaló uno de los mayores símbolos del Holocausto, el campo de concentración de Auschwitz.
De Halloween a “Mi lucha”
No es la primera vez que se identifican (y se critican vehementemente) símbolos nazis en Japón. En Halloween de 2016, por ejemplo, el grupo de pop Keyakizaka46 subió al escenario de un concierto en Yokohama, al sur de Tokio, con capas negras similares a las de las autoridades de las SS.
La casa discográfica Sony Music pidió disculpas y, al igual que el bar de Osaka, alegó “falta de conocimiento” para justificar el incidente. Jaworowicz-Zimny considera que el episodio es un ejemplo de la tendencia nazi chic, y no exactamente de cosplay.
Se trata de un fenómeno más amplio y presente no solo en Japón, y que consiste en el uso de la imagen por su atractivo estético o capacidad para escandalizar, más que por la simpatización con la ideología nazi o la imitación de gestos de la época, como el saludo con el brazo en alto.
En Japón, el historiador Takumi Sato, de la Universidad de Kioto, también identifica una subcultura llamada cul nazi, que se refiere al consumo de imágenes relacionadas con la ideología nazi en la posguerra.
Pero hay diferentes representaciones de los militares alemanes en Japón, según señala el académico Matthew Penney en el estudio “Sol naciente, cruz de hierro”, publicado por el Instituto Alemán de Estudios Japoneses de Tokio.
Este recoge desde la idealización de figuras nazis como héroes nobles en ciertos mangas hasta perspectivas más complejas, como la de la serie Adolf de Osamu Tezuka (1928-1989), que presenta a tres hombres durante la Segunda Guerra Mundial: Adolf Kamil, hijo de judíos; Adolf Kauffmann, hijo de un nazi con una japonesa; y Adolf Hitler.
En 2008, el manifiesto Mein Kampf (Mi lucha), escrito por Hitler, fue adaptado al manga. En 2017, el gobierno del primer ministro Shinzo Abe autorizó el uso de la autobiografía en las escuelas japonesas.
Más recientemente, en 2019, el anime Ataque a los titanes se convirtió en el blanco de las críticas por contener supuestamente mensajes imperialistas y fascistas.
En 2021, le tocó el turno a Tokyo Revengers, un anime estrenado a partir del manga de Ken Wakui, que cuenta con la esvástica budista manji como símbolo de la banda juvenil que protagoniza la serie.
Lo que hay que recordar
Manji no es un símbolo nazi. Es el icono para señalar los templos budistas en los mapas de Japón donde hay más de 45 millones de adeptos y 75.000 templos, santuarios y otras organizaciones budistas.
Sin embargo, fuera de Japón, la esvástica se convirtió en sinónimo de fascismo después de que los nacionalistas antisemitas se apropiaran de él para difundir entre los alemanes la idea de que pertenecían a un linaje antiguo, ario y superior; el emblema específico del Tercer Reich es la cruz gamada negra dentro de un círculo blanco y con fondo rojo.
En Alemania, el símbolo se prohibió en la posguerra.
Los símbolos, después de todo, tienen historia
“En Europa hay jóvenes que llevan la bandera del sol naciente como expresión de interés por Japón. Ya en China o Corea, la marca es reconocida como un símbolo del imperialismo japonés. Es posible que los europeos no asocien la imagen y no se den cuenta de lo controvertido que es su uso”, reconoce la antropóloga Jaworowicz-Zimny.
En 2020, mientras Japón se preparaba para acoger los Juegos Olímpicos (pospuestos a 2021 por la pandemia), activistas y políticos de Corea del Sur presionaron para que el anfitrión de los juegos no exhibiera la bandera del sol naciente, similar a la bandera nacional pero con rayos rojos.
En el siglo XIX se utilizó en la incursión imperialista de Japón al ocupar China y Corea, y en la Segunda Guerra Mundial se convirtió en un estandarte de la Marina.
“Una sólida educación histórica que incluya relatos de otras partes del mundo es clave para formar y sensibilizar sobre los recuerdos de guerra de otros, y tanto los medios de comunicación como las universidades tienen mucho trabajo que hacer en este ámbito, no solo en Japón”, reflexiona la investigadora polaca.
“Hay quienes prefieren recordar ciertos momentos de la historia y olvidar otros”, dice por su parte el historiador Mario Marcello Neto, autor del artículo Entre la bomba atómica y los crímenes de guerra: el negacionismo y la historiografía japonesa en perspectiva y de la tesis El brillo de mil soles: historia, memoria y olvido de la bomba atómica en Estados Unidos y Japón, presentada en la Universidad Federal de Río Grande do Sul, en Brasil.
Lo que se quiere olvidar
“Lo que ocurre es que muchas veces se prefiere no hablar de los crímenes de guerra, como si fuera un avispero que nadie quiere tocar. Sigue siendo un tema tabú”, sostiene.
Según Neto, miembro del Laboratorio de Investigación Interdisciplinaria en Entretenimiento y Medios de Comunicación de la Universidad Federal de Pelotas, en Brasil, con el paso del tiempo la historiografía japonesa ha destacado menos el alineamiento de Japón con los nazis y ha enfatizado el recuerdo del archipiélago como objetivo de la bomba atómica lanzada por Estados Unidos.
Bajo este argumento, minimizar la memoria de los crímenes de guerra (la masacre de Nanking, el canibalismo de las tropas, los trabajos forzados, la tortura, entre otros) permitiría una cierta tolerancia con las ideas e imágenes autoritarias hasta hoy.
Neto cita ejemplos de esa tolerancia, como la fundación de un partido neonazi por parte de Kazunari Yamada en 1982, y el Yasukuni Jinja, un templo que a día de hoy recibe visitantes interesados en el monumento a Hideki Tojo, primer ministro japonés en la época de la guerra, y a otros recordados como “mártires acusados injustamente por los aliados”: Francia, Reino Unido, Estados Unidos y la URSS.
“Obviamente hay excepciones, pero en términos generales, en Japón hubo mucha más persecución de los movimientos estudiantiles y comunistas que una crítica en profundidad de lo que fue el fascismo y la Segunda Guerra Mundial. Con la amnistía, el imperio japonés nunca respondió, ni reconoció lo que hizo”, dice.
El archipiélago ya ha tenido famosas discusiones sobre la enseñanza de la historia de la Segunda Guerra Mundial, como las protagonizadas por Saburō Ienaga, el historiador censurado en los años 50 por publicar libros con un análisis crítico del papel del país en el conflicto.
O por Fujioka Nobukatsu, autor que defendió abiertamente la eliminación de los relatos de los crímenes cometidos en los libros de texto y que favoreció una imagen “positiva” de Japón.
“Solo se puede entender cómo es posible que se abra un bar de estilo nazi en 2021 ante este contexto histórico. Es extremadamente simbólico del olvido”, concluye.
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