Los siete días que marcaron la muerte de Silvia Idalia tras la cirugía estética múltiple en Madrid
El fallecimiento de una mujer de 34 años tras someterse a una cirugía estética en España aviva la lucha de otras 19 afectadas y abre la puerta a la solicitud de penas más graves para los investigados
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En sus redes se puede ver la bichectomía de Mar Torres, conocida por su relación con Froilán, el sobrino del Rey; la liposucción del periodista deportivo Pipi Estrada y el “cambio radical” de su expareja y personaje televisivo Miriam Sánchez. La clínica CEME de Madrid fue el centro elegido por Silvia Idalia, de 34 años, para someterse al retoque estético con el que soñaba. En un principio una reducción de pecho, que acabó siendo una liposucción y un aumento de nalgas. El 29 de abril fue el día señalado para la operación. Siete días después entraba en camilla en el hospital La Paz casi al borde de la muerte. Tres meses después falleció por una infección devastadora. Su caso alienta los de hasta 19 mujeres que denuncian negligencias del mismo centro y que se han unido para presentar una demanda colectiva.
“Yo he llorado todo lo que tenía que llorar estos tres meses, me he despedido de ella, y ahora sé que tengo que luchar para que esto no vuelva a pasar”, cuenta por teléfono su novio, Daniel Poyato. El hombre se ha convertido en la voz que ya no tiene su pareja. Le cuesta recordar de nuevo los siete días que pasaron entre que Silvia salió de la clínica, menos de 24 horas después de la operación, hasta que ingresó en urgencias. “El quinto día acude a la revisión y ya refiere que ha tenido mucho dolor y algo de fiebre, al día siguiente le hicieron una analítica básica y dos días después, se desató todo”, resume la abogada Mar de la Loma, que representa a la familia junto a Francesc Jufresa. “Dijimos que había tenido fiebre, que había vomitado, que se había desmayado... Ella aguantaba con analgésicos, pero estaba claro que algo no iba bien”, se lamenta Poyato. En La Paz tuvieron que inducirle el coma y en junio experimentó una mejoría que le permitió recuperar la consciencia, pero este fin de semana una nueva infección volvió a atacar su cuerpo. “No habría soportado verse en ese estado, las secuelas eran terribles”, apunta su pareja.
CEME (siglas de Centro Europeo Médico Estético) nació hace nueve años con sede en Madrid, a unos pasos del parque del Retiro. Se divide en tres edificios contiguos en los que asesora y lleva a cabo sus intervenciones. Sus médicos también trabajan en hospitales de Madrid como el hospital VOT, donde operaron a Silvia, o el Pío XII, el servicio de urgencias al que la fallecida acudió cuando los síntomas se agravaron. Su dueño es Rafael Tena, conocido por ser productor musical y cazatalentos en La Voz. Nació como una clínica destinada a que la gente con “menos poder adquisitivo” pudiera acceder a “este tipo de cirugías”, como indica el doctor José Manuel Arévalo, el cirujano que operó a Silvia, en un vídeo subido a las redes para celebrar el aniversario del centro. En esta clínica, el contacto directo y diario con los pacientes lo llevan lo que ellos denominan “asesoras”, que informan a los usuarios sobre pagos a plazos, presupuestos, desplazamientos y demás detalles. También son las encargadas de procesar el pago de la reserva de la intervención. El centro asegura que garantiza una consulta con el cirujano antes de la operación para plantear las dudas.
El caso está siendo investigado por un juzgado por el que ya han desfilado para declarar los principales protagonistas. Dos médicos y el dueño de la clínica permanecen imputados. La clave reside en saber si en esos siete días se podría haber hecho algo por evitar o, al menos, tratar la infección que acabó causándole un fallo multiorgánico a Silvia este fin de semana, que resultó letal para un cuerpo muy debilitado. Pero la muerte de Silvia cambia las cosas. Los letrados de la acusación ahora van a plantear el delito de homicidio imprudente junto con una solicitud de inhabilitación, cuando hasta ahora estaba sobre la mesa el de lesiones imprudentes.
“Yo pediré el archivo”, sentencia Rafael Tena, dueño de la clínica. El centro emitió el lunes un comunicado en el que lamenta la muerte de Silvia, pero afirma que la infección no se produjo en un entorno hospitalario —en mayúsculas, negrita y subrayado— y pide que se respete la presunción de inocencia. Tena apunta al teléfono que “la cirugía estética no garantiza resultados” y defiende que su porcentaje de reclamaciones es “muy bajo”.
No lo ven así la veintena de afectadas que, representadas por los letrados de la familia de Silvia, van a presentar una demanda conjunta por mala praxis de la clínica. El centro, por su parte, también ha anunciado que va a demandar a estas mujeres por difamación. “Estábamos realizando 2500 operaciones al año y han salido, ¿cuántas? ¿15 afectadas? Además nosotros les ofrecemos el retoque, hacemos unas 200 o 300 intervenciones al año para retocar. Pero ellas no lo quieren”, recalca. Esas cifras de las que habla son, según explica, pasado. Tena asegura que la repercusión mediática los “ha hundido” y ha tenido que despedir a 30 de sus 100 empleados.
Eli, de 30 años, fue una de esas que se fijó en la publicidad que hacían los “famosos” del centro estético. No fue definitivo, pero sí uno de los elementos que le hizo confiar en CEME. La mujer forma parte de esa demanda colectiva que agrupa a varias afectadas. Ella quiso aumentarse los pechos hace año y medio. “No te dejan en observación, te despertas y te dan el alta. Así que yo me fui a dormir al hotel y al día siguiente volví a mi casa, en Extremadura”, explica. Una vez de vuelta en su pueblo, tuvo fiebre y acudió varios días al hospital a que le revisaran los drenajes, a pesar de que la primera revisión en CEME estaba prevista para una semana después de la intervención. Cuando llegó ese momento y le retiraron la venda, descubrieron que el pecho estaba necrosado. “Son cosas que pasan”, encontró por única explicación. Ahora consultó con un cirujano cuánto le costaría la reconstrucción y asciende a 9000 euros, más del doble de lo que pagó a CEME. La operó también el doctor Arévalo, el mismo que a Silvia.
Por sus manos pasó otra mujer que prefiere no dar su nombre y que emprendió medidas legales antes de que este caso estallara. Al otro lado del teléfono agradece “estar viva”. “Yo llevaba mucho tiempo acomplejada por mi cola, había buscado información en Internet y supongo que por eso me salió como publicidad sugerida esta clínica”, explica. La oferta era inmejorable, liposucción e implantes en los glúteos por 4.600 euros, cuando los presupuestos que le habían dado hasta la fecha superaban los 9.000. “Vi al doctor unos minutos antes de la operación, me trató como si no tuviera derecho a preguntar nada, fue todo muy grotesco. Pero lo peor vino después de la cirugía, cuando me dieron la ficha en la que se especificaba qué implantes tenía. Se lo envié a un amigo médico y me confirmó mi sospecha: me había puesto implantes mamarios en los glúteos”, relata. Lo peor, sin embargo, es que descubrió que por un exceso de aspiración tenía una cavidad en el costado. “Cuando me quejé me dijeron que esto era como si compraba un bolso, que si al año se estropeaba no iba a reclamar el dinero”, recuerda con resignación. Ahora es incapaz de reunir el dinero para plantearse una reconstrucción.
Daniel Poyato vio los grupos creados en redes en los que las afectadas contaban sus experiencias y se lo enseñó a su pareja. Ella lo tranquilizó asegurándole que eran cuentas falsas creadas por la competencia. “Las pacientes de estas clínicas deberían tener acceso a información fidedigna y una asesoría real y no tener que guiarse por las redes”, remata Poyato. “La voy a echar de menos”, escribe por WhatsApp.
©️ EL PAÍS S.L.
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