Los Rosenberg, 50 años después
MIAMI.- Un 19 de junio, cincuenta años atrás, Julius y Ethel Rosenberg fueron ejecutados en la silla eléctrica, en la prisión de Sing Sing, Estado de Nueva York. Era un viernes, y la ejecución, que había sido originalmente programada para las 11 de la noche, fue adelantada tres horas para evitar que coincidiera con el sábado judío, que comienza en la víspera.
La causa que los llevó a la muerte cuando Julius tenía 35 años y Ethel 37 fue la acusación de haber revelado secretos atómicos a los rusos, lo que le permitió a Stalin construir su propia bomba y terminar con el monopolio nuclear norteamericano.
Los Rosenberg eran comunistas y el juez Irving Kaufman concluyó que ambos habían conspirado para cometer espionaje. Según se estableció, Julius había convencido al hermano de Ethel, David Greenglass, de que robase documentos secretos del laboratorio de Los Alamos, donde Greenglass estaba estacionado como maquinista del ejército.
Pedidos de clemencia llegados de todo el mundo, desde Albert Einstein hasta el papa Pio XII, no lograron disuadir al presidente Dwight Eisenhower. Los Estados Unidos estaban inmersos en la era del "pánico rojo", promovida por Joseph McCarthy, y los Rosenberg eran la prueba viviente de la realidad de la conspiración.
Julius fue ejecutado primero; Ethel, unos minutos después, pero no murió de inmediato: fue necesaria una segunda descarga para poner fin a su vida. Al momento de su electrocución, los Rosenberg tenían dos hijos, Michael, de 10 años, y Robert, de 6. En la última carta que Julius envió a Michael desde la prisión le escribe: "Siempre recuerda que fuimos inocentes".
Después de la ejecución, los huérfanos deambularon entre familiares reticentes hasta que una pareja de Nueva York, Anne y Abel Meeropol, decidió adoptarlos. Con el tiempo, Michael y Robert tomarían el apellido de sus padres adoptivos.
Juicio poco legal
Durante gran parte de su vida, los hijos de Julius y Ethel Rosenberg bregaron activamente por sostener la inocencia de sus padres. Michael Meeropol dirige hoy el departamento de economía del Western New England College y Robert, que se graduó de abogado, preside el Fondo Rosenberg de la Niñez. Ambos viven en Massachusetts.
Su defensa de la inocencia de los Rosenberg sufrió un serio revés en 1995, cuando el gobierno norteamericano divulgó el contenido de una serie de cables enviados desde el consulado soviético de Nueva York a Moscú, que habían sido interceptados y decodificados, llamado "El archivo de Venona", donde se alude a la participación de Julius Rosenberg en una red de espionaje soviética.
"El archivo Venona me obligó a aceptar la posibilidad de que mi padre participó en una operación ilegal encubierta para ayudar a la Unión Soviética a derrotar a los nazis", escribe Robert Meeropol en "Una ejecución en la familia: el viaje de un hijo", un libro que acaba de publicar, en el cincuentenario de la ejecución.
Pero si bien las transcripciones indican que Julius formaba parte de una red de espionaje, también prueban con bastante certeza que Ethel Rosenberg era inocente. Más allá de las posibles evidencias incriminatorias, lo cierto es que el juicio a los Rosenberg estuvo plagado de ilegalidades que nadie refuta.
David Greenglass, que hoy tiene 81 años, confesó haber mentido cuando testificó contra su hermana. Harry Gold, otro de los que incriminaron a los Rosenberg, utilizó argumentos provistos por el FBI. Documentos del FBI, publicados en la década del 70, revelaron que el juez Kaufman se había reunido secretamente con los fiscales antes de pronunciar la sentencia.
La gran ironía es que, aun cuando fueran espías, los Rosenberg nunca pudieron haber estado en posesión de ningún secreto atómico relevante. La información provista a los soviéticos por Alan Nunn May y Klaus Fuchs, dos científicos británicos que habían trabajado en el Proyecto Manhattan, en Los Alamos, fue la que realmente permitió a los soviéticos construir la bomba. Sólo que Nunn May y Fuchs tuvieron la suerte de ser juzgados en Inglaterra. Nunn May cumplió una pena de seis años y Fuchs, una de nueve.
Pero si el caso Rosenberg se niega a desaparecer de la conciencia de los norteamericanos -el cincuentenario recibió una extensa cobertura en la prensa- seguramente lo es menos por tratarse de una extrema injusticia que por la latente convicción de que en cualquier momento podría volver a repetirse.