Los que sienten que volvieron a nacer
Hablan argentinos que sobrevivieron
Nada los preparó para la hecatombe que estaban por vivir. Ni una nube había cruzado el cielo de las paradisíacas playas tailandesas donde pasaban sus vacaciones, cuando una gigantesca marejada arrasó con todo lo que los rodeaba.
Un año después del devastador paso del tsunami por el sudeste asiático, los argentinos que sobrevivieron a esa tragedia, una de las peores catástrofes naturales de la historia –dejó unos 250.000 muertos– sienten que ese día nacieron de nuevo.
“Hoy nosotras cumplimos un año. Fue como tener una nueva oportunidad en la vida”, contó Silvia Villafañe, de 52 años, que pasaba sus vacaciones en la isla tailandesa de Phi Phi cuando el agua lo cubrió todo.
“Pensé que nos moríamos ahogados”, recordó Pablo García Oliver, de 35, que junto con su esposa, Mora, estaba de luna de miel también en Phi Phi, uno de los destinos turísticos más afectados por el tsunami. "Ahora no dejamos de pensar qué bueno que estamos juntos. A algunas parejas no les pasó lo mismo... algunos no volvieron."
Ese fue el caso de Carolina Vardabasso Blanco, que perdió a su marido, Diego Talevi, y a su pequeño hijo Bruno, de un año, en medio del maremoto. Un tercer argentino perdió la vida, el fotógrafo Fernando Bengoechea.
Pero, pese a los malos recuerdos, quienes tuvieron la suerte de sobrevivir no dudarían en regresar a la zona. "Sí, volveríamos. El lugar es hermoso y, además, la gente vive del turismo, así que sería una forma de ayudarlos", dijo Ezequiel Gaspes, un biólogo de 33 años que también pasaba su luna de miel en Phi Phi con su esposa, Cecilia.
Pese al tiempo que pasó, estos argentinos se siguen emocionando al contar cómo lograron salir sanos y salvos de una catástrofe que nadie esperaba y que le quitó la vida a tanta gente.
"Lo increíble es que no pasó nada antes, no cambió el cielo, nada. Fue un segundo y estábamos debajo del agua", contó García Oliver. El y su esposa, ambos arquitectos, se preparaban para subir a un barco para una excursión cuando quedaron sumergidos bajo la masa de agua. "Mi desesperación era saber qué había pasado con Mora, dónde estaba, pero apenas salí a la superficie vi que estaba flotando al lado mío. Fue increíble, habíamos estado 20 días y nunca una nube..."
La pesadilla no terminó ahí. Después de un rato, pudieron subir a un bote que estaba anclado cerca de ellos. "Ahí nos agarró la segunda ola. El mar se movía muchísimo, había remolinos. Nos salvó una lancha de turistas que nos levantó. Pero a las tres o cuatro horas nos dijeron: «Acá los dejamos». Nos acercaron a 80 metros de la costa y nadamos hasta la orilla. Se hizo interminable..." La escena que encontraron en la costa era dantesca: destrucción, heridos y una lancha en medio del lobby del hotel.
Gaspes y su esposa tuvieron más suerte. Hasta dos o tres minutos antes de que el agua azotara la costa habían estado en la playa y la pileta del hotel. "Subí a la habitación para buscar la llave de la caja de seguridad porque necesitaba plata, y mi mujer vino detrás mío por unas sandalias", contó este biólogo de Villa Elisa.
"Miramos por la ventana y vimos cómo la bahía se vaciaba de agua en forma repentina, a tal punto que las lanchas se quedaban sin agua para poder moverse." De golpe, el agua inundó la bahía. "Venía con una fuerza infernal, llegó a la playa, siguió subiendo y llegó a la pileta del hotel, arrastró todo lo que había, a las personas que estaban en las reposeras donde habíamos estado unos minutos antes. La gente no tuvo tiempo de reaccionar, porque el agua llegó de golpe; ni siquiera se podían levantar de las reposeras."
La pareja se resguardó debajo de una cómoda, esperando que el agua no llegara a su habitación, en el segundo piso. "Después de uno o dos minutos volvimos a la ventana y vimos que el agua estaba a 50 centímetros de nuestra ventana. Por suerte no subió más."
A las pocas horas, les avisaron que otra ola se acercaba a la costa, por lo que debieron salir corriendo del hotel.
Sin pasaportes, pasajes, ropa ni dinero -todo se lo llevó el agua-, después vendrían los largos trámites para poder viajar de vuelta a Buenos Aires.
También Villafañe logró eludir la gigantesca ola. Ella y su hija Bárbara, de 26, que viven en San Isidro, estaban en un bungalow construido sobre postes y ubicado a 100 metros de la playa, relativamente lejos del lugar más afectado.
Bárbara, a quien su madre le había regalado el viaje como premio por haberse graduado como médica, pudo estrenarse en su nueva profesión: apenas pasó lo peor, se instaló en una sala de emergencias para ayudar a los heridos.
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