Los protagonistas de Bahía de Cochinos culpan a Kennedy
Dicen que temía la reacción de Rusia
"No tenemos más municiones -gritó la voz cubana en la radio-. Vamos a los bosques. No podemos esperar más." La emisora quedó muda.
En el cuarto de guerra de la Agencia Central de Inteligencia (CIA), en las afueras de Washington, los hombres que habían planeado la operación callaron, conteniendo su frustración. Las últimas palabras del comandante de la Brigada 2506 de exiliados cubanos lo decían todo: la invasión de Bahía de Cochinos había fracasado estrepitosamente.
Sin embargo, hoy, a cuarenta años de aquel fallido intento por derrocar a Fidel Castro, los principales protagonistas no culpan a la CIA, sino al presidente John F. Kennedy.
"La invasión falló por una decisión política y no por error militar. Kennedy cambió de planes a último momento. Era un político que no sabía nada de estrategia militar", dijo a La Nación en un diálogo telefónico Carl Sudano, un ingeniero militar de Estados Unidos que entrenó a las fuerzas anticastristas en Guatemala.
"Culpo a Kennedy y a su gabinete político por el fracaso de la misión", apuntó este hombre de 70 años, hoy jubilado en Palm Beach, Florida.
Con igual vehemencia, desde Miami, el presidente de la Asociación de Veteranos de la Brigada 2506, Juan Pérez Franco, acusó a Kennedy.
"Bahía de Cochinos no se perdió en Playa Girón, sino en la Casa Blanca -aseguró a La Nación Pérez Franco, que participó como paracaidista-. Kennedy dio marcha atrás. Era un presidente nuevo y le agarró miedo por la reacción de Rusia."
Lo cierto es que el plan de la invasión había sido preparado por la administración de Dwight Eisenhower.
Luego, como ya todos los preparativos -hombres, entrenamiento, municiones, barcos y aviones- estaban listos y el gasto hecho (US$ 46 millones), Kennedy dio a regañadientes la luz verde para el desembarco de 1500 exiliados cubanos en las playas de Bahía de Cochinos. Eso sí, no habría participación directa de Estados Unidos hasta que los invasores cubanos no se hubiesen infiltrado en la isla, reclutado a soldados del ejército de Castro y logrado el apoyo de la población.
"La invasión comenzó a las cuatro del día 17 de abril, y para las 8 de la mañana yo ya estaba con unos 600 de mis hombres cruzando una de las tres carreteras que atraviesan la ciénaga de Zapata hasta Playa Girón", relató a La Nación el hoy vicepresidente cubano, José Ramón Fernández, que era director de Escuelas Militares y uno de los jefes de operaciones de la defensa de la isla.
"Ellos habían tirado a paracaidistas sobre las carreteras, que debían resistir hasta que llegaran refuerzos desde la playa y, luego, ayuda militar de otros países latinoamericanos y apoyo aéreo de Estados Unidos. Pero para las 11.30 nosotros ya habíamos tomado el poblado de Palpite, que se convirtió en nuestra cabeza de playa. Tuvimos intensos combates, y para la tarde del 19 de abril habíamos logrado vencerlos."
Los invasores se encontraron con una feroz resistencia, compuesta por jóvenes milicianos sumamente decididos a defender los frescos ideales de una revolución de apenas dos años de vida. La victoria de Playa Girón fortaleció a Castro, quien tan sólo 24 horas antes de la invasión había declarado en público el carácter socialista de su régimen. Para la CIA, el fracaso fue un bochorno.
"La victoria ya era nuestra cuando vimos que dos destructores de Estados Unidos se acercaban a la costa. Fue el momento más duro. Pensé que los americanos habían decidido avanzar con todas sus fuerzas y que era nuestro fin. Pero vimos que los botes que salían iban a la playa a buscar a los invasores. Fue allí que di la orden de detener la ofensiva, para evitar que los americanos se involucraran más", contó Fernández.
Viejos rencores
"Ese último día, volé y tiré bombas sobre Cuba -contó, por su parte, Sudano-. No porque debía hacerlo, sino porque me pareció en ese momento que la causa valía. Es más, desde Washington nos dijeron que no voláramos, pero ocho de los norteamericanos lo hicimos igual."
"Me gustaría regresar una vez que el régimen caiga. Esta vez no para tirar bombas, sino para tirar flores en el lugar donde cayeron mis compañeros", dijo.
La fallida invasión dejó 290 muertos y 1189 prisioneros (todos cubanos), que un año y medio más tarde fueron cambiados por medicinas y alimentos para Cuba.
El mes pasado, el gobierno cubano organizó una conferencia universitaria para discutir los hechos a la que asistieron ex funcionarios cubanos y norteamericanos y ex brigadistas. Antiguos rivales que esta vez pasearon y conversaron en las blancas arenas que abrazan Bahía de Cochinos.
Pero para muchos -los que decidieron no participar del encuentro- fue el momento de reavivar viejos rencores. Pérez Franco y otros líderes veteranos de la Brigada 2506 acusaron a los cinco ex miembros que aceptaron la invitación de regresar a la isla. "No nos representan -dijo-. Nosotros no damos la mano a quien oprimió a nuestro pueblo. Porque lo que hizo Castro fue un holocausto para Cuba." Otros aseguran que la conferencia se trató de una estrategia publicitaria de Castro para mostrarse al mundo más tolerante y comprensivo en vísperas de la votación en las Naciones Unidas por las violaciones a los derechos humanos.
Sea como fuere, cuarenta años después, aún hoy, esos tres días de abril constituyen uno de los capítulos más agrios en las tensas relaciones cubano-norteamericanas.
Condenado a muerte por dar la noticia
El norteamericano Henry Raymond fue el primer periodista en dar la noticia de la invasión de Bahía de Cochinos, y "el último en creerla".
"Me parecía imposible que alguien hubiese pensado que un ataque podía triunfar en ese momento -dijo Raymond por teléfono a La Nación desde Washington-. Fidel tenía al 80% de la población tras él; había mucho patriotismo. Sucedió todo lo contrario a lo que pensaba la CIA. Durante los bombardeos iniciales, en vez de tirar las armas y salir corriendo, los milicianos se lanzaron a sus metralletas y dispararon contra los aviones."
Destacado desde septiembre de 1960 como jefe de la oficina de UPI en La Habana, Raymond -que vivió gran parte de su juventud en la Argentina- recibió la información de que "entre 7 mil y 8 mil hombres habían desembarcado en el sur de Cuba" en una nota que le envió el entonces embajador argentino en Cuba, Julio Amoedo..
"Yo había terminado de transmitir la noticia a Nueva York cuando vinieron los hombres del G-2 y me arrestaron. Inmediatamente me anunciaron que a la mañana siguiente iba ser fusilado por transmitir información contrarrevolucionaria", relató.
De hecho, la UPI informó que Raymond sería fusilado, y como al día siguiente no hubo noticias de él en Buenos Aires comenzaron a preparar su funeral. Curiosamente, fue aquí que cambió su suerte. El presidente Frondizi -amigo de Raymond- se enteró de su detención y envió a Castro un pedido de clemencia. Tras seis días de prisión, las autoridades cubanas lo liberaron.
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