Los peligros que enfrenta EE.UU. cuando libra una guerra con Rusia y China al mismo tiempo
Mientras el conflicto con el Kremlin se desarrolla en el terreno bélico, la batalla tecnológica con Pekín también abre interrogantes hacia el futuro
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NUEVA YORK.- Por si no se dieron cuenta, déjenme alertarlos sobre un nuevo giro de los acontecimientos: ahora Estados Unidos está en conflicto con Rusia y China al mismo tiempo. Mi abuela siempre decía: “Nunca te pelees con Rusia y con China al mismo tiempo”. Eso hizo Henry Kissinger, y hacerlo puede llegar a ser necesario para resguardar nuestros intereses nacionales. Pero no se equivoquen: estamos en terra incógnita. Y lo único que espero es que no se conviertan en nuestras nuevas “guerras infinitas”.
La pelea con Rusia es indirecta, pero evidente, violenta y no deja de escalar. Estamos dotando a los ucranianos con información de inteligencia y los estamos armando con misiles inteligentes para obligar a los rusos a retirarse de Ucrania. Sin restarle méritos a la valentía de los ucranianos, el apoyo de Estados Unidos y de la OTAN ha jugado un papel enorme en los triunfos de Ucrania en el campo de batalla. Si no, pregúntenselo a los rusos. ¿Pero cómo termina esta guerra? Eso sí que no lo sabe nadie…
Hoy, de todas maneras, quiero concentrarme en la disputa con China, que es más soterrada y no incluye ningún disparo, porque se libra principalmente con transistores que alternan entre 1s y 0s digitales. Pero ese conflicto tendrá un impacto igual o mayor sobre el equilibrio global de poder que el resultado de la guerra entre Rusia y Ucrania. Y tiene poco que ver con Taiwán.
Es la lucha por los semiconductores, cimiento tecnológico de la era de la información. La alianza que diseñe y fabrique los chips más inteligentes del mundo también tendrá las armas de precisión más inteligentes, las fábricas más inteligentes y las herramientas de computación cuántica más inteligentes, capaz de quebrar prácticamente cualquier forma de codificación. Hoy Estados Unidos y sus aliados lideran esa alianza, pero China está decidida a alcanzarlos… y ahora nosotros estamos decididos a evitarlo.
La semana pasada, la administración Biden publicó un nuevo conjunto de regulaciones a las exportaciones cuyo mensaje indirecto para China es el siguiente: “Ustedes están atrasados tres generaciones tecnológicas en materia de equipamiento, chips lógicos y chips de memoria, y nos vamos a asegurar de que nunca nos alcancen”. O como expresó con términos más diplomáticos el asesor de seguridad nacional, Jake Sullivan: “En tecnologías de base, como los chips lógicos y de memoria, tenemos que mantener la delantera a la mayor distancia posible”… y para siempre.
“Estados Unidos le declaró la guerra al intento de China para superarlo en el uso de computación de alto rendimiento para obtener beneficios económicos y de seguridad”, dice Paul Triolo, un experto en China y en tecnología en la consultora Albright Stonebridge. O como lo describió la embajada china en Washington, Estados Unidos va en busca de “la hegemonía en ciencia y tecnología”.
¿Y esta guerra dónde termina? No lo sabe nadie. No quiero que me robe China, que utiliza cada vez más su tecnología para la vigilancia interna absoluta y para sus inquietantes proyecciones de poder en el exterior. Pero si ahora la idea es negarle a China el acceso a tecnologías avanzadas para siempre –volando los puentes de cualquier posible colaboración donde todos ganemos, en temas como cambio climático y ciberdelitos, donde enfrentemos amenazas mutuas y seamos las únicas dos potencias que podemos modificar la situación–, ¿qué mundo saldrá de todo eso? Y China debe estar haciéndose las mismas preguntas…
De lo que estoy seguro es que las regulaciones publicadas la semana pasada por el Departamento de Comercio del presidente Joe Biden son una nueva y enorme barrera en materia de controles de exportaciones, que bloquearán la posibilidad de China de comprar los semiconductores más avanzados de Occidente o el equipamiento para fabricarlos por cuenta propia.
Las nuevas regulaciones también prohíben que cualquier ingeniero o científico estadounidense colabore con China en la fabricación de chips sin una aprobación específica, aun cuando ese estadounidense esté trabajando en equipamiento chino no sujeto a controles de exportación. Las regulaciones también refuerzan los controles para asegurar que los chips diseñados por Estados Unidos y que son vendidos a empresas civiles de China no caigan en manos de las fuerzas militares de Pekín. Y quizás lo más controvertido es que el equipo de Biden agregó una “regla de producto extranjero directo” que, como señaló The Financial Times, “fue primero utilizada por la administración de Donald Trump contra el grupo tecnológico chino Huawei” y “en efecto prohíbe que cualquier empresa estadounidense o no estadounidense suministre a las entidades chinas señaladas hardware o software cuya cadena de suministros contenga tecnología estadounidense”.
Esta última regla es monumental, porque los semiconductores más avanzados están hechos por lo que denominó “una compleja coalición adaptativa” de empresas desde Estados Unidos hasta Europa y Asia.
Piénsenlo así: AMD, Qualcomm, Intel, Apple y Nvidia se destacan por el diseño de chips que tienen miles de millones de transistores cada vez más apretados para lograr el poder de procesamiento buscado. Synopsys y Cadence crean software y sofisticadas herramientas de diseño asistidas por computadoras donde los fabricantes de chips vierten sus ideas más innovadoras. Applied Materials crea y modifica los materiales para forjar los miles de millones de transistores y conectar cables en el chip. ASML, una empresa holandesa, provee las herramientas de litografía en asociación con –entre otras– Zeiss SMIT, una empresa alemana especializada en lentes ópticos, que dibuja las plantillas en las obleas de silicona, utilizando una luz ultravioleta profunda y extrema, una longitud de onda muy corta que puede imprimir diseños minúsculos sobre un microchip. Intel, Lam Research, KLA y empresas desde Corea hasta Japón y Taiwán también juegan un papel clave en esa coalición.
La cuestión es esta: cuanto más forzamos los límites de la física y de la ciencia de los materiales para apiñar más transistores en un chip para obtener mayor potencia de procesamiento y conseguir un avance en inteligencia artificial, menos probable es que una empresa, o un país, pueda destacarse en todas las partes del diseño y del proceso de fabricación. Se necesita toda la coalición. El motivo por el cual Taiwan Semiconductor Manufacturing Co., conocido como TSMC, es considerado el primer fabricante de chips del mundo es que cada miembro de la coalición le confía a TSMC sus secretos comerciales más íntimos, que aquel luego funde y aprovecha para beneficio del conjunto.
Como los socios de la coalición desconfían de China y temen que les robe su propiedad intelectual, Pekín intenta replicar la fabricación de chips de alta calidad por su cuenta y con tecnologías anticuadas. Allá por 2017, logró robar cierta tecnología de chips, como las tecnologías de 28 nanómetros de TSMC.
Hasta hace poco, se creía que el fabricante chino más importante, Semiconductor Manufacturing International Co., estaba bloqueado en ese nivel de chips, aunque dice haber producido chips de 14 nm e incluso de 7 nm ensamblando de apuro alguna litografía Deep UV de ASML de generación más antigua. Sin embargo, expertos estadounidenses me han dicho que China no puede producir en masa esos chips con precisión sin la última tecnología de ASML, que desde ahora está vedada para el país.
Una posición “insostenible”
Esta semana entrevisté a la secretaria de Comercio norteamericana, Gina Raimondo, quien supervisa tanto los controles de nuevas exportaciones de chips y los 52.700 millones de dólares que la administración Biden acaba de destinar para fomentar la investigación estadounidense en semiconductores de próxima generación y para reinstalar en Estados Unidos la fabricación de chips avanzados. Raimondo rechaza la idea de que las nuevas regulaciones equivalen a una declaración de guerra.
“La posición de Estados Unidos ya era insostenible”, me dijo en su oficina. “Hoy estamos comprando el 100% de nuestros chips lógicos avanzados en el exterior, el 90% de TSMC en Taiwán y el 10% de Samsung, en Corea.” (Es una locura, pero es cierto.)
“En Estados Unidos no fabricamos ninguno de los chips que se necesitan para la inteligencia artificial, para nuestras fuerzas militares, satélites y programas espaciales”, por no mencionar la infinidad de aplicaciones no militares que motorizan nuestra economía. La reciente Ley CHIPS, dice Raimondo, era nuestra “iniciativa ofensiva” para fortalecer todo nuestro ecosistema de innovación y para fabricar chips cada vez más avanzados dentro de Estados Unidos.
Imponer a China los nuevos controles a las exportaciones de tecnologías avanzadas de fabricación de chips “era nuestra estrategia defensiva”, dice Raimondo. China tiene una estrategia de fusión militar-civil y Pekín dejó en claro que “pretende volverse totalmente autosuficiente en las tecnologías más avanzadas” para dominar tanto los mercados comerciales civiles como el campo de batalla en el siglo XXI. “No podemos ignorar las intenciones de China”, asegura Raimondo.
Así que para protegernos a nosotros mismos y a nuestros aliados –y para proteger todas las tecnologías que hemos inventado individual y colectivamente–, Raimondo afirma que “lo que hicimos fue dar el siguiente paso lógico, evitar que China diera el paso siguiente”. Estados Unidos y sus aliados diseñan y fabrican “los chips de supercomputación más avanzados, y no queremos que caigan en manos de China y sean utilizados con fines militares”, dice Raimondo.
Raimondo agregó que “ahora estamos enfocados en jugar a la ofensiva, innovar más rápido que China. Pero al mismo tiempo, vamos a prevenir la creciente amenaza que representa, protegiendo todo lo nuestro que sea necesario. Es importante que haya una desescalada y que hagamos negocios donde se pueda. No queremos un conflicto. Pero tenemos que protegernos y estar muy alertas.”
El diario chino Global Times, controlado por el Estado, publicó un editorial donde afirmaba que la prohibición de Estados Unidos “solo fortalecerá la voluntad y la habilidad de China para valerse por sí misma en ciencia y tecnología”. Bloomberg citó a un analista chino anónimo que afirmó: “No hay posibilidad de reconciliación”.
Bienvenidos al futuro.
Traducción de Jaime Arrambide
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