Los nuevos desafíos y prioridades en un mapa regional complejo
Alberto Fernández ha dicho en varias oportunidades que una de las prioridades de la política exterior de su gobierno será la construcción de un polo progresista en América Latina y la reedición de la Unasur, mostrando cierta nostalgia por la configuración regional de la primera década de este siglo.
Alcanzar este objetivo, sin embargo, enfrenta varios desafíos. Las condiciones en las cuales surgió la Unasur son muy diferentes de las actuales. La Unasur fue un proyecto impulsado por Brasil, con eje en la infraestructura como motor de la integración sudamericana, en un momento en que toda Sudamérica, salvo Perú y Colombia, estaba gobernada por fuerzas políticas del llamado "giro a la izquierda".
Esas condiciones ya no están. La región atraviesa un momento de creciente fragmentación, desde el final de la oleada de gobiernos de izquierda. Las recientes protestas de Chile y Ecuador, junto a la derrota de Macri en la Argentina y el triunfo de Andrés Manuel López Obrador en México, en 2018, pueden generar la ilusión de un nuevo giro a la izquierda. Una mirada más atenta, sin embargo, revela un panorama diferente. Los desafíos asociados a un entorno económico internacional menos benigno no parecieran diferenciar entre gobiernos de derecha, centro o izquierda. Dejando de lado la elección fakede Nicolás Maduro y las recientes elecciones de Uruguay y Bolivia, durante 2018 y 2019 tuvieron lugar nueve elecciones presidenciales en América Latina: solo en dos triunfó el oficialismo. Tal como señaló Carlos Ominami, del Grupo de Puebla, a LA NACION: "La tendencia dominante hoy en la región es que vencen las oposiciones". A diferencia de lo que ocurría durante el auge de las materias primas, en elecciones libres y transparentes ningún oficialismo tiene el triunfo garantizado en la región.
No solo la región muestra un panorama de creciente fragmentación. Hay, a la vez, un problema de liderazgo o vacío de poder. Crear instituciones regionales es una tarea que requiere no solo voluntad: también precisa recursos. ¿Quién en la región tiene hoy capacidades para impulsar de manera eficaz una iniciativa regional exitosa? El gobierno de Brasil no parece mostrar el menor interés por revivir la Unasur. No es casual que haya perdido relevancia, a la par de los crecientes problemas atravesados por Brasil. La Argentina tiene suficientes problemas domésticos y México, la otra opción obvia, a pesar de presidir la Celac en 2020, no pareciera tener mucho interés en ser el artífice de un proyecto regional.
Pero el intento de volver a la América Latina de la Unasur y el giro a la izquierda enfrenta otra serie de desafíos. Salvo que medie una oleada de colapsos presidenciales en los próximos dos años, Alberto Fernández deberá convivir por un tiempo con los gobiernos de Jair Bolsonaro en Brasil, Sebastián Piñera en Chile, Lenín Moreno en Ecuador e Iván Duque en Colombia. Dependerá del nuevo gobierno cuán cómoda o incómoda resulte esa convivencia. Y algunos gestos o declaraciones pueden acarrear costos. No es solo la relación con el Brasil de Bolsonaro. A ello puede sumarse la entrevista televisiva con Rafael Correa, actualmente enfrentado con Lenín Moreno, o el apresurado reconocimiento del triunfo de Evo Morales cuando aún no habían sido disipadas las sospechas de irregularidades (luego confirmadas).
La sintonía ideológica no necesariamente es garantía de buenas relaciones diplomáticas, tal como lo ilustra la relación con Chile o con Uruguay durante la primera década de este siglo. Las diferencias ideológicas con otros gobiernos de la región no necesariamente debieran ser motivo de fricciones. Que sea así dependerá de articular con prudencia las convicciones personales (que ningún político debe resignar al entrar a la Casa de Gobierno), las preferencias de la coalición gobernante en materia de política exterior y un diagnóstico acertado sobre la configuración del escenario regional.
El autor es politólogo
Ignacio Labaqui
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