Los nubarrones internos que inquietan a Lula da Silva en un año clave en Brasil
De cara a las elecciones municipales de octubre, la aprobación del presidente brasileño está en retroceso; la economía crece menos de lo esperado por el gobierno
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Las últimas encuestas no trajeron buenas noticias para el presidente brasileño, Luiz Inacio Lula da Silva, que en el segundo año de su tercer mandato, a los 78 años, intenta superar cada vez mayores dificultades en los frentes interno y externo.
Declaraciones desafortunadas del jefe del Estado, por ejemplo, sobre la actuación de Israel en la Franja de Gaza, se suman a tensiones entre el Ejecutivo y el Legislativo, una preocupación cada vez mayor de los brasileños por el deterioro de la seguridad pública, una economía que crece menos de lo que esperaba el gobierno y afecta la popularidad del jefe del Estado en los sectores de ingresos medios y bajos, y polémicas desencadenadas por el deseo del gobierno de aumentar su injerencia en empresas públicas como Petrobras.
Lula no encontró, aún, la marca registrada de su tercer gobierno, y a medida que pasa el tiempo crece entre analistas –y también integrantes del gobierno– la percepción de que el terreno se hace cada vez más fértil para una eventual victoria de la derecha o extrema derecha en las elecciones presidenciales de 2026.
Según la consultora AtlasIntel, en marzo 47% de los brasileños dijeron aprobar el gobierno de Lula, frente a 52% registrados a fines del año pasado. El porcentaje de los que desaprueban la gestión del presidente subió de 43% a 46%, en el mismo período.
“La caída de Lula se explica por factores estructurales y temas más de coyuntura, como sus declaraciones sobre Israel. Lo más difícil de revertir son temas estructurales como los problemas en materia de seguridad y una desconexión del presidente con la que llamamos la clase C, una especie de clase media baja, que ya no valoriza tanto los programas de ayuda social y siente más de cerca problemas como la inseguridad”, explica a LA NACION Andrei Roman, CEO de AtlasIntel.
Lula está perdiendo, especialmente, apoyo en los sectores evangélicos, claves para cualquier político brasileño, ya que representan cerca del 30% de la población. La misma encuesta mostró que el porcentaje de desaprobación del gobierno llega a 62,8% entre los evangélicos. Roman destaca que la acusación de Lula a Israel sobre tratar a los habitantes de la Franja de Gaza como Hitler trató a los judíos “tuvo un impacto tremendamente negativo entre los evangélicos”.
Otra encuesta, de Genial/Quaest, registró una caída de 54% a 51% en la aprobación del presidente entre diciembre y febrero. En el mismo período, la desaprobación subió de 43% a 46%. En sintonía con AtlasIntel, la encuesta mostró que 62% de los evangélicos no aprueban el gobierno de Lula, contra 35% de apoyo.
En un reciente viaje al estado de Pernambuco, en el nordeste brasileño, bastión histórico de la izquierda y clave en la reelección de Lula en 2022, el presidente se mostró casi desesperado por recuperar terreno perdido.
El columnista del diario O Globo Bernardo Mello Franco destacó que en su discurso en la ciudad de Arcoverde, que duró 17 minutos, el jefe del Estado dijo 16 veces la palabra milagro, 11 veces Dios y cinco veces fe. “El discurso coincidió con un giro en la comunicación oficial. El gobierno lanzó una ofensiva publicitaria con el eslogan ‘Fe en Brasil’. Un intento explícito de mejorar su imagen entre los evangélicos”, escribió. En el mismo discurso, Lula definió su reelección como “un acto de fe” de los brasileños, y aseguró que eso solo fue posible “porque Dios existe”. Si en la tierra las cosas se están complicando, el presidente de Brasil apuesta, nuevamente, a una ayuda divina.
Cuando llegó al poder, Lula les dijo a todos los jefes de Estado con los que conversó en su asunción, el 1° de enero de 2023, que había derrotado al expresidente Jair Bolsonaro, pero no al bolsonarismo. Desde entonces, en muchas de sus conversaciones con líderes extranjeros, entre ellos los presidentes de España, Pedro Sánchez, y de Francia, Emmanuel Macron, que pasaron este año por Brasilia, Lula debate estrategias para frenar a la extrema derecha en Brasil y en el mundo. Esa es, según fuentes oficiales, una de sus principales preocupaciones.
La última encuesta de AtlasIntel confirma los temores del presidente: hoy 32% de los brasileños se identifican como bolsonaristas y 31,2% como petistas (militantes del Partido de los Trabajadores, el PT). Brasil sigue dividido en dos, y Lula lo sabe.
Dificultades
Lo que el presidente brasileño puede exhibir con casi un año y medio de gobierno “está muy por debajo de las expectativas generadas”, opina Mauricio Santoro, profesor de la Universidad Estadual de Río de Janeiro. “Todo es mucho más difícil que en los dos primeros gobiernos de Lula, que dejó el poder con 70% de aprobación. La sociedad se partió, y Lula y su gobierno tienen una visión anacrónica de las cosas, sobre todo en materia de política exterior”, amplía Santoro.
Ante un Lula más debilitado se posiciona un Congreso más empoderado, enfatiza el profesor brasileño. “Desde la crisis que llevó a la destitución de la entonces presidenta Dilma Rousseff, en 2016, el Congreso ganó mucho poder. Lula logró reelegirse con un frente amplio en defensa de la democracia, pero su actual gobierno ya no sigue una línea progresista. Tiene nuevos aliados de centro y derecha que lo condicionan”, dice el analista.
La derecha y extrema derecha que pisan fuerte en el Congreso brasileño salieron del armario con Bolsonaro y hoy no titubean a la hora de, por ejemplo, defender a un diputado preso como Chiquinho Brazão, acusado por la Justicia de ordenar el asesinato de la legisladora carioca Marielle Franco, en 2018.
En la noche del miércoles pasado, la Cámara de Diputados votó a favor de que Brazão siga preso, por 277 votos a favor (eran necesarios 257), 129 en contra y 28 abstenciones.
Ante esta derecha y una sociedad polarizada, donde el discurso bolsonarista sigue penetrando con fuerza, Lula no consiguió instalar una nueva agenda progresista, dejando espacio para que crezcan liderazgos que podrían transformarse en adversarios peligrosos en las presidenciales de 2026, entre ellos el del gobernador del estado de San Pablo Tarsicio de Freitas, exministro de Bolsonaro.
Según una reciente encuesta de Genial/Quaest, Freitas tiene 62% de aprobación y 29% de desaprobación. El mejor evaluado fue Ronaldo Caiado, gobernador de Goiás, del conservador Unión Brasil (uno de los nuevos aliados de Lula), con 86% de imagen positiva. Tanto Freitas como Caiado tienen un plan de gobierno en el cual el combate a la inseguridad, donde Lula no logra resultados positivos, es un eje absolutamente central.
Las elecciones municipales de octubre próximo serán una prueba clave para el presidente y el gobierno. Un resultado adverso fortalecerá a la oposición, que sigue siendo muy superior en el manejo de redes sociales, a pesar de los esfuerzos del gobierno en aprender de los errores del pasado.
Con una economía que, según proyecciones del Fondo Monetario Internacional (FMI), crecerá 1,7% este año, lo que Lula más pudo mostrar hasta ahora es un regreso de Brasil a la escena mundial. La presidencia del G-20, este año, y la realización de la COP30, en 2025, son dos plataformas de proyección global muy fuertes. Pero hacia dentro de su propio país el presidente brasileño no encuentra un rumbo claro.
Compararse con Bolsonaro, concluye Roman, ya no rinde resultados. El expresidente fue inhabilitado políticamente por el Supremo Tribunal Federal (STF) y está fuera de juego, aunque internamente diga a sus colaboradores que aún no se rindió. Lula se enfrenta a sí mismo, y a nuevos liderazgos regionales que podrían ganar fuerza a nivel nacional.
No son tiempos fáciles para el presidente de Brasil, que mantiene un índice de popularidad elevado en comparación con la mayoría de sus vecinos latinoamericanos, pero que podría no ser suficiente para consolidar un nuevo proyecto de poder.
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