Los norteamericanos aprovechan la fortaleza del dólar y las “visas doradas” para vivir a lo grande en el sur de Europa
Como los estadounidenses no pueden permitirse el tipo de casa que quieren en las ciudades de Estados Unidos donde querrían vivir, como San Francisco o Nueva York, están emigrando masivamente a los países del sur de Europa
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NUEVA YORK.- Mientras mira hamacarse a su hija, Ben Mitas toma un sorbo de “vinho verde”. Es una soleada tarde de enero y Ben compró el vino en uno de los quioscos repartidos por todo el parque, uno de los lujos de vivir en Lisboa.
Ben Mitas y su mujer, Megan, se mudaron de Florida a Portugal en 2019, donde alquilaron un departamente de cuatro dormitorios por unos 2700 dólares mensuales en Campo de Ourique, un barrio tranquilo de pequeños negocios y restaurantes. El año pasado, se compraron una casa del siglo XIX en Lapa —un barrio histórico de embajadas y palaciones del siglo XVIII encaramado muy por arriba del río—, que piensan renovar para convertirla en su “hogar para siempre”, dice Megan, de 31 años. Ben tiene 40, es operador hipotecario y viaja con frecuencia a Florida por trabajo, pero su vida está en Lisboa, donde los dos hijos de la pareja asisten a guardería y prescolar.
La pareja se adaptó perfectamente y la capital portuguesa está plagada de angloparlantes. Ese día que Ben llevó a su hija a la plaza, las dos mujeres que se sentaron con cochecitos en un banco cercano estaban charlando en inglés.
La tarde anterior, Rita Silva, investigadora de la organización de defensa del acceso a la vivienda Habita!, estaba sentada en un sillón del local de su agrupación en Intendente, un barrio de moda, rodeada de libros y de carteles pintados a mano. Silva se estaba preparando para reunirse con vecinos de Lisboa que enfrentan órdenes de desalojo. Hasta Habita! siente la presión: el propietario del local que les sirve de sede no quiere renovarlos el contrario, que vence el año próximo. Lisboa “dejó de ser accesible para los que viven y trabajan en este país”, apunta Silva.
Como los norteamericanos no pueden permitirse el tipo de casa que quieren en las ciudades de Estados Unidos donde querrían vivir, como San Francisco o Nueva York, están emigrando masivamente a los países del sur de Europa. Seducidos por el clima y el bajo costo de vida en la región, aún más barato por la actual fortaleza del dólar frente al euro, muchos norteamericanos no dudan en cambiar un estilo de vida encadenado al automóvil por la oportunidad de vivir a lo grande en una vibrante ciudad europea.
Pero lo que es barato para esos norteamericanos es desorbitantemente caro para los europeos del sur, donde los salarios promedio son mucho más bajos que en Estados Unidos. Los lugareños compiten por el espacio de vivienda con extranjeros ricos, en un marcado ya distorsionado por Airbnb y las inversiones en bienes raíces de las corporaciones. La consecuencia es una generación que no logra remontar vuelo: el 90% de los sureuropeos menores de 35 años sigue viviendo con sus padres, muy por encima de ese índice en Estados Unidos. Los que viven en un departamento alquilado enfrentan la posibilidad de un desalojo o de un aumento exponencial del alquiler en ciudades donde los inquilinos están poco protegidos, como Lisboa, Atenas o Barcelona.
“Es desgarrador”, dice Alkis Kafetsis, de 40 años, coordinador de proyectos del Instituto Eteron de Investigaciones y Cambio Social de Atenas, que investiga la desigualdad del acceso a la vivienda.
Y el auge de las inversiones extranjeras no es casual: Portugal, España y Grecia vienen cortejando desde hace tiempo a los inversores ricos y a las corporaciones, con la esperanza de atraer profesionales, incentivar sus economías e impulsar el desarrollo. Siguiendo el ejemplo de Grecia, recientemente, España y Portugal lanzaron visas para “nómadas digitales” que permiten que trabajadores remotos vivan en el país durante un periodo de tiempo. En España, las ventas de viviendas a ciudadanos norteamericanos saltaron un 88% entre la primera mitad de 2019 y la primera mitad de 2022. Y los estadounidenses fueron casi los más dispuestos a pagar por metro cuadrado, solo superados por los daneses, según datos del gobierno español.
En 2022, había alrededor de 10.000 ciudadanos norteamericanos viviendo en Portugal, un alucinante aumento del 239% desde 2017, según datos del gobierno portugués.
Los estadounidenses que están echando raíces aquí en el sur de Europa están adoptando una vida donde el clima es agradable, los almuerzos son largos y pueden arreglárselas con aplicaciones de traducción y un par de frases aprendidas para salir del paso. Los estadounidenses dicen que incluso cuando se tropiezan con una conversación en idioma local, los lugareños cambian rápidamente al inglés, un idioma ya muy extendido en las ciudades europeas. Además, en la escuela sus hijos se vuelven bilingües, o sea que padres como Ben y Megan Mitas tienen la ayuda de pequeños traductores que destraban la situación cuando con Google Translate no alcanza.
“Lo que más les importa es el cambio de estilo de vida. Realmente quieren vivir acá y tener un estilo de vida más cosmopolita”, señala Luis Mendes, geógrafo urbano de la Universidad de Lisboa.
Bautizado en el Egeo
“Acá la forma de vida es mucho más libre y agradable”, dice Christian Mallios, de 17 años, mientras Evangelia, su hermana de 8 años, da vueltas en patines alrededor de la mesa del comedor. “La gente anda tranquila, no está todo el día pensando en lo que tiene que hacer.”
La familia Mallios es oriunda de Colts Neck, el centro del estado de Nueva Jersey, una comunidad rural de inmensas granjas y criaderos de caballos, incluida una propiedad del cantante Bruce Springsteen.
Los Mallios llegaron a Grecia en julio de 2020, cuando Melissa y Demetrios Mallios compraron una casa de 350.000 dólares en la isla de Evia, muy cerca de Atenas. La inversión los habilitó para obtener una “visa dorada”, un programa de residencia disponible en varios países europeos que otorga años de residencia a cambio de invertir una suma significativa en efectivo en propiedades inmuebles.
La familia pasó el año lectivo 2021 en una casa alquilada en Atenas, donde sus hijos asistían a una escuela internacional. En 2022, Melissa y Demetrios pusieronen venta su casa de Nueva Jersey y compraron el condominio de 1,45 millones de dólares en Kifissia, un suburbio arbolado de mansiones amuralladas al norte de Atenas. A casi 4000 dólares el metro cuadrado, las casas de alta gama ubicadas en Kifissia valen alrededor de un 44% más que casas similares en el resto de Atenas, según RE/Max Europe.
Es domingo por la noche y las familias pasean por el centro de Kifissia, lleno de restaurantes, cafés y boutiques de lujo: Bottega Veneta, Max Mara y la marca austriaca de lencería Wolford.
Los hijos de los Mallios ahora asisten a una escuela virtual privada, Pearson Online Academy, que les permite viajar entre su hogar en Atenas y su casa en la isla de Evia. Pero ese sistema ha impedido que Evangelia tenga oportunidades de aprender griego y hacer amigos locales. “Extraño Nueva Jersey”, dice.
Su hermano, sin embargo, aprendió el idioma de sus compañeros del equipo de básquet. “Le agregás un par de ‘malakas’ a la oración, y todos parecen entender”, dice en referencia a esa palabrota en griego. Demetrios, el padre de familia de 52 años, es capitalista de riesgo y de familia griega, así que ya hablaba el idioma.
En el tercer trimestre de 2022, los precios de las viviendas en Atenas aumentaron un 13% interanual, según el Banco de Grecia. Y cada vez son más los estadounidenses interesados en el programa de visas doradas del gobierno heleno: entre 2020 y 2022, las solicitudes se dispararon un 740%, según la firma de inversión inmigratoria Astons.
Georg Petras, director ejecutivo de la filial griega de Engel & Völkers, una inmobiliaria global de propiedades de lujo, dice que en 2022 los estadounidenses inundaron el mercado inmobiliario griego y representaron una cuarta parte de todas las operaciones extranjeras que concretó su filial. Si la tendencia continúa, dice Petras, los estadounidenses se convertirán en el tercer grupo más numeroso de compradores extranjeros que maneja su empresa.
Pero la bronca de los habitantes locales está literalmente pintada en las calles de Atenas, donde hay edificios cubiertos de grafitis que proclaman “Atenas no está a la venta” y “Basta de Airbnb”.
En 2021, el salario promedio en Grecia se ubicó muy por debajo de los 20.000 dólares al año, según la agencia de estadísticas Eurostat, y los griegos están siendo muy golpeados por la inestabilidad económica, los recortes del gasto y la inflación. Casi la mitad de los inquilinos griegos tiene problemas para pagar el alquiler, según una encuesta de 2022 realizada por el Instituto Eteron. “No sentirse ahogado y tener alguna certeza a futuro es la excepción, no la regla”, dice Kafetzis, del Instituto Eteron. “Esta generación solo piensa en llegar a fin de mes”.
Spiros Stamou tiene 30 años y es dueño del taxi que maneja, pero todavía vive con sus padres, igual que todos sus amigos. Mientras deambula por el centro de Atenas en busca de pasajeros, Spiros se queja de la situación. “Algunos de mis amigos lograron mudarse solos un tiempo, pero terminaron volviendo con sus padres”, dice con frustración, y agrega que es imposible que alguien que gana 600 euros al mes pueda pagar un alquiler de 400 euros. “Todo aumenta sin parar”.
Pero para Melissa Mallios, sin embargo, la vida en Grecia ha sido transformadora.
“Las veces que volví a Estados Unidos me sentí totalmente fuera de lugar”, recuerda. Cuando sus amigos y familiares le preguntaron por qué decidió dejar su país de origen, Melissa les respondió: “Porque elegí una vida hermosa”.
Melissa tiene 38 años y el verano pasado se convirtió en ortodoxa griega en una ceremonia en su casa de la isla de Evia. Con un vestido blanco y el cabello rubio trenzado envuelto en una tiara, fue bautizada en las aguas del Egeo.
Por Ronda Kaysen
Traducción de Jaime Arrambide
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