Los misioneros argentinos que convencieron al Papa de visitar un pueblo remoto en Papúa Nueva Guinea
Francisco llegó este viernes a Oceanía por primera vez en 11 años para alentar a la comunidad cristiana y reunirse con los curas que realizan una labor pastoral en “la periferia de la periferia”
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PORT MORESBY.- Después de seis horas de vuelo desde Yakarta en un avión de la aerolínea indonesia Garuda, el papa Francisco llegó este viernes después de las 19 locales -las 6 de la mañana de la Argentina- a Papúa Nueva Guinea, segunda etapa de su gira y el primer país de Oceanía que pisa en sus 11 años de pontificado.
Cuando ya era de noche, fue recibido en el aeropuerto con todos los honores: salvas de cañón, guardia de honor e himnos. Dos niños indígenas le ofrecieron flores y recibió el saludo de una delegación encabezada por el ministro de Relaciones Exteriores de esta excolonia europea que forma parte del Commonwealth y sigue teniendo como monarca al rey británico Carlos III. Centenares de personas salieron a las oscuras y humildes calles de la ciudad para saludarlo con velas, pancartas de bienvenida y remeras con su rostro.
¿Por qué decidió visitar este país, el más pobre de Oceanía y unos de los más peligrosos y atrasados del mundo, en cuyas exóticas e impenetrables forestas tropicales viven más de 1000 tribus que hablan cerca de 800 dialectos? No sólo para alentar a su mayoritaria población cristiana -de sus casi 9 millones de habitantes, la mayoría es protestante y los católicos representan el 30%- sino, sobre todo, para ir a visitar a misioneros argentinos que hacen aquí, en una zona selvática, fronteriza, aislada y alejada, una admirable labor pastoral.
A diferencia de los otros tres países de esta gira, de hecho, aquí el Papa, justamente para visitar a sus compatriotas, el domingo volverá a subirse a un avión de la Fuerza Aérea Australiana para desplazarse desde la capital hasta el puerto de Vanimo.
Se trata de una localidad asomada al Pacífico, al noroeste de la capital, que queda a 991 kilómetros y un vuelo de dos horas y 15 minutos, fronteriza con Indonesia (que ocupa la parte occidental de esta isla, la segunda más grande del mundo). En esa zona, donde el clima es tropical -90% de humedad, sol que parte las piedras, lluvias torrenciales- viven unas 11.000 personas en una pequeña ciudad y en aldeas dispersas en la selva.
“Como en Papúa Nueva Guinea casi no hay infraestructuras, no hay rutas, no hay puentes, sólo se puede llegar hasta allí en avión o vía mar y tal como lo prometió, el Papa viene a visitarnos porque donde estamos es la periferia de la periferia y nos aprecia por ese lado”, dijo a LA NACION el padre Miguel De la Calle, sacerdote del Instituto del Verbo Encarnado (IVE) nacido hace 44 años en Caballito, que vive desde hace una década en este rincón del mundo “donde todo está por hacerse”.
El IVE, congregación nacida en San Rafael, Mendoza, es conocido por estar siempre en los lugares más difíciles e inhóspitos del planeta (como el padre Gabriel Romanelli, párroco de Gaza) y estableció una misión en Vanimo en 1997, hace 27 años.
Junto al padre Miguel, que es párroco de Vanimo, hay varios otros argentinos: el padre Martín Prado, oriundo de San Rafael, de 36 años, que vive aquí también desde hace una década y el padre Tomás Ravaioli, porteño de 42 años y desde 2011 en estas tierras. Además, hay varias monjas Servidoras de la Virgen de Matará (la rama femenina del IVE), conocidas por su hábito azul marino y gris, entre las cuales las argentinas María del Sagrario Páez, María Consuelo del alma Coronel, María Reina de los Cielos Prado. Las monjas están al frente de un hogar que hospeda a niñas y mujeres abandonadas, abusadas o discapacitas, que es el único del país.
Al margen de evangelizar y dar catequesis a los locales, que están inmersos en una geografía y realidad totalmente distintas a lo conocido en la Argentina y ayudar al obispo local, Francis Meli, los religiosos del IVE están al frente de un colegio secundario y hasta armaron una orquesta infantil, The Queen of Paradise Orquestra, la única del país y un coro.
“Por supuesto le van a tocar y a cantar al Papa cuando venga”, adelantó, lleno de entusiasmo, el padre Miguel, quien en 2018 decidió crear esta orquesta de cuerdas para rescatar socialmente a niños y jóvenes a través de la música, siguiendo el sistema venezolano de Antonio Abreu.
“Cuando llegué, de hecho, lo que más me chocó fue encontrar muchísima violencia, maltrato, niños golpeados, mujeres y chicas con moretones… Hay mucho de eso, lamentablemente porque la violencia familiar es casi bien vista: nadie dice nada si matan a alguien a palos o a machetazos. Y si por ejemplo la mujer no hizo bien la comida, también la pueden matar a palos… Fue así como pensé que la música podía servir para transformar todo eso y para que sus integrantes pasaran a sentirse valiosos y los demás los pudieran valorar”, explicó el padre Miguel.
Él no sabe tocar ningún instrumento, sino que es el “manager” de la iniciativa, que cuenta con el director venezolano Jesús Briceño, que vive en la comunidad. “En 2021 fuimos a tocar con la orquesta ante el primer ministro y ante el Parlamento y fue espectacular”, evocó.
Mientras que al padre Miguel suele quedarse en la costa -que ostenta playas paradisíacas y aguas cristalinas, pero donde aún no ha llegado el turismo-, el padre Martín, que es amigo del Papa, a quien le hizo descubrir esta realidad impactante, suele adentrarse en zonas impenetrables del interior de la selva. Allí hay tribus que no tienen comida, ni medicinas ni nada.
“No hay caminos, hay que abrirse paso con machete en la vegetación, que es riquísima y donde todo nace salvajemente, hay que cruzar ríos con canoas, o, a veces, con 4 x 4. Y a la población le falta todo porque son comunidades remotísimas que a veces no han visto al hombre blanco y que no han tenido contacto con el mundo moderno”, describió el padre Miguel. Para comunicarse suelen utilizar el “pidgin english”, es decir, un inglés más que básico.
“¿Si hay pobreza? Hay que ver a qué llamamos pobreza porque en Papúa Nueva Guinea la población es casi toda rural y en la selva no tienen electricidad, ni agua corriente… En general hay comida, pero igual hay lugares donde pasan hambre porque, aunque la tierra es muy rica, no tienen educación. Viven en chozas y contraen enfermedades totalmente curables por falta de higiene, falta de medicinas y falta de educación”, explicó.
De hecho, destacó que Papúa Nueva Guinea, que tiene un tamaño equivalente a “una provincia de Buenos Aires y medio”, es un país “súper rico”, con la mina de oro más grande del mundo bajo tierra y otros minerales, que exporta toneladas de troncos de árboles, pero donde “los locales reciben muy poco de toda esa explotación”.
La fe católica, en tanto, en Vanimo es muy nueva. La evangelización llegó hace apenas 50 o 60 años y también hay muchas creencias espiritistas, superstición y brujería. “Pero el canibalismo, que tenía que ver con motivos de culto (comerse al enemigo), ya no existe”, apuntó el sacerdote argentino.
El padre Tomás Ravaioli, que trabaja con los obispos locales, es el encargado de la causa de canonización de Peter To Rot, el único beato que tiene el país, laico catequista casado con hijos, que fue martirizado por los japoneses durante la Segunda Guerra Mundial, cuando ocuparon la isla.
Banderas argentinas y la Virgen de Luján
En un contexto totalmente distinto, en un territorio accidentado, salvaje, de difícil acceso, marcado por tradiciones ancestrales, trajes típicos, máscaras y al mismo tiempo atractivo y lleno de aventura, los religiosos argentinos viven su misión con mucha fe, garra y pasión.
“Todos nos conocen, la gente nos quiere mucho, nos aprecian, tanto es así que los mismos locales, que están muy agradecidos de que estemos ahí, suelen poner banderas argentinas… Además, aman a la Virgen de Luján”, subrayó el padre Miguel, quien precisó que, en mayo pasado, mes mariano, hicieron una procesión en el mar de una imagen de la Virgen, réplica de la patrona de la Argentina traída hace 25 años por el IVE, que cumplía sus bodas de plata en Papúa Nueva Guinea.
“Hicieron una estructura para poder hacer la procesión de la Virgen en la lancha, por el mar y fuimos de una aldea a la otra donde había bailes, recibimientos, despedidas, la gente salía a cazar animales con arco y flecha para las celebraciones… Fue hermoso el mes de mayo”, graficó. “A la Virgen la llaman ‘Mama Luján’ y hay muchas niñas y ya no tan niñas que incluso fueron bautizadas como María Lujan o simplemente Luján”, detalló.
¿Qué clima se vive ante la inminente llegada del Papa a ese lugar remoto de Papúa este domingo? “¡Es una locura! La gente todavía no puede creerlo y han estado todos trabajando, ordenando, limpiando, cortando el pasto, dejando todo muy bonito, decorado con flores muy coloridas y haciendo, también, preparativos espirituales, con reuniones masivas de gente”, aseguró el padre Miguel. “Hay mucho ambiente, mucha expectativa, mucha alegría -agregó- e incluso personas de otras religiones se sienten muy felices, orgullosas de que el Papa venga a visitarnos a esta periferia de la periferia”.
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